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Navegar al desvío
Columna
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¡Camarero, otra de champú!

La España del capitalismo fue la confluencia del ‘boom’ inmobiliario, el narcotráfico y la corrupción

Manuel Rivas

Tengo un cuento entre manos. A estas alturas, no sé si es de un realismo neorrealista o de un surrealismo hiperrealista. Si es de terror gótico o de humor deconstructivo. Si es de ciencia-ficción o de un resurgimiento medieval. Lo único que tengo claro es que es la historia de uno de los mayores delirios de Occidente en los últimos años. El de la Ciudad de la Cultura, en el monte Gaiás, en Santiago de Compostela.

Parte del relato es más o menos conocido. El complejo construido en Gaiás ha figurado en el mapa de obras faraónicas y grandes despilfarros propio de una era en la que confluyen el boom inmobiliario, el crecimiento especulativo, el apogeo del narcotráfico y una gran metástasis de la corrupción política. Eso que podríamos llamar la España del capitalismo mágico.

La Ciudad de la Cultura de Galicia ha figurado en el mapa de obras faraónicas y grandes despilfarros 

Hay muchos personajes que podrían encarnar esa época. Los hay estilo El Padrino, aunque escasos, porque requiere un nivel de prosodia que no alcanza la escuela española. Más próximo parece el estilo Soprano, sobre todo cuando las mafias castizas se ponen estupendas y demuestran, incluso con los cuernos, su amor por la familia. Además del desparpajo delincuente, a la hora de registrar las marcas de lenguaje de lo que fue el boom del capitalismo mágico están esos fenómenos expresivos propios del ingenio local, desde un anónimo grafiti como Nadamos en la ambulancia hasta el eufemismo de un consejero de la sanidad madrileña, el señor Güemes, que ilustró la confusión entre política y la plata al presentar los hospitales públicos como “oportunidades de negocio”.

Todo lo que ha ocurrido permanece demasiado borroso, fragmentado, sin aparente causalidad. Y por eso, en cualquier momento, con la anfetamina Crecimiento, podemos volver a las mismas estupideces y dejarnos llevar al Callejón Fantástico. Además de la buena literatura, como la de Rafael Chirbes, que limpió de vanidad y banalidad las palabras para poder contar el envés podrido del Capitalismo Mágico, hay un ensayo muy útil para detectar lo que hubo de estupefaciente en el discurso oficial del boom. Es obra de Luisa Elena Delgado y se titula La nación singular. Fantasías de la normalidad democrática española (1996-2011).

La Ciudad de la Cultura de Galicia fue una de esas fantasías. Y tuvo un fantástico propagandista, al servicio de un fantástico presidente ya difunto, Manuel Fraga, que fue quien la promovió con la ambición de dejar una obra inmortal. Todo es tan fantástico en esta historia que te desquicia y angustia porque no encuentras por ningún lado el principio de realidad.

La parte no construida era la más importante: Teatro de la Música y Centro de Arte Internacional

El proyecto se inició en 1999 con un presupuesto de 109 millones de euros. Hasta su paralización en 2013, se habían gastado más de 300 millones de euros, el equivalente a todo el gasto social de la Xunta para un año, en una población envejecida y con una abismal caída demográfica. Podemos decir lo que en su momento denunció Joseph Roth de la Galitzia polaca: vivimos en el “lento hundimiento”. La parte no construida era la más importante: Teatro de la Música y Centro de Arte Internacional. Según un informe publicado en La Voz de Galicia, con lo gastado en Gaiás se podrían haber construido 44 centros Pompidou, ese incesante centro de vanguardia que en su día diseñaron Renzo Piano y Richard Rogers. El arquitecto de la Ciudad de la Cultura, el estadounidense Peter Eisenman, también es, a su manera, un tipo fantástico. Fraga y su fantástico consejero de Cultura estaban entusiasmados, aunque a todas luces ignorantes de que el hombre elegido era un apasionado deconstructivista. Defensor de una arquitectura del “caos controlado”.

En la Ciudad de la Cultura todo parece obra de un caos incontrolado. También el lenguaje lo explica todo. El consejero fantástico, ahora en parajes exóticos, cuando en las recepciones reclamaba otra botella de champán Moët & Chandon, lo hacía a la voz de “¡Camarero, marchando otra de champú!”.

El final es feliz. La Ciudad de la Cultura, con un coste de 300 millones de euros del erario público, acaba, por fin, en dar a luz una maravillosa creación. Entre las losas de piedra importada de Brasil, con destino al país de la piedra, en las hendiduras, brotan las zarzas. Como un haiku, como una humilde esfera, nace un fruto salvaje. La Ciudad de la Cultura ha parido en la techumbre un puñado de moras.

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