Francisco Toledo: “Quise ser un ilustrador de mitos”
El mayor pintor vivo de México habla de su país, de la violencia que lo cercena, de los migrantes y de política
Viene con prisa, se va con prisa. Francisco Toledo, como el viento de Oaxaca, se mueve a ráfagas. Nada más ver la libreta del periodista, de tapas de cartón rugoso, la toma entre sus manos y la palpa con deleite. “Quiero hacer algo con este material”. El mayor pintor vivo de México recibe en su antigua casa, convertida ahora en el Instituto de Artes Gráficas de Oaxaca, un reino de salas umbrías y cal gruesa, donde decenas de jóvenes leen libros de arte en una atmósfera irreal. En uno de sus patios, mientras cae una lluvia mansa, transcurre la entrevista. El Maestro, como le llaman todos, ha sacado dos sillas y una mesa de madera, y las ha puesto bajo una buganvilla que plantó hace medio siglo. Sus hojas le protegen del aguacero. Tiene 75 años, el pelo crespo y la camisa sin planchar. En el mapa de sus arrugas se adivina una vida plena. Responde con amabilidad, aunque es silencioso y, a veces, abismal. México en estado puro.
¿Le gusta México? Hay cosas que me gustan y cosas que se perdieron. Todo va cambiando. París tampoco es ya el de mi juventud. Conocí el istmo de Oaxaca cuando las mujeres se bañaban desnudas en el río. Los trajes y las fiestas, los mercados, el zapoteco hablado por todas partes. Tenía cinco años y era el paraíso, un México diferente: la gente india no estaba sometida y tenía cierta autonomía. Pero todo eso desapareció. Ya no se ve lo que vi.
¿Y el de ahora? El México de entonces debía tener tantos problemas como el de ahora, pero como yo era niño no los registraba. El de ahora lo veo con terror: los migrantes, la droga, las metralletas… Hay un México bárbaro que a todos nos da miedo.
Si todo el mundo dejara de votar, podríamos sacar algo en claro
Como el de la tragedia de Ayotzinapa. Eso es una vergüenza que no tiene nombre. Los políticos quieren que se pase página, pero esa página no se podrá pasar nunca. Queda para la historia de la infamia.
Para recordar a los 43 estudiantes desaparecidos hizo papalotes (cometas) con sus rostros y los puso a volar. ¿Por qué? Fue un gesto que preparamos con los niños de la escuela. Hay una costumbre del sur: cuando llega el Día de los Muertos se vuelan papalotes porque se cree que las almas bajan por el hilo y llegan a tierra para comer las ofrendas; luego, al terminar la fiesta, vuelven a volar. Como a los estudiantes de Ayotzinapa los habían buscado ya bajo tierra y en el agua, enviamos los papalotes a buscarlos al cielo.
¿Y no cree que se está olvidando el caso? Quizá no sea como al principio, pero siempre está presente, surge en cualquier manifestación. No creo que haya pasado. A medida que se busca a los desaparecidos, van apareciendo más y más cuerpos, mutilados, aquí y allá.
¿Ha sentido miedo? Sí, cuando duermo. Hace poco estuvimos en una manifestación y se nos echaron encima, pero ahí no lo tuve. Ahora bien, en los sueños sí, y corro mucho.
¿Qué le persigue? No lo recuerdo, solo sé que algo me dice: “Corre”. Me acuerdo poco, un ratito, y después se diluye. Pero sé que ahí tengo miedo…
Si me permite, yo le digo una serie de palabras. Y usted me dice lo que piensa. De acuerdo.
Rufino Tamayo. Ah. Me ha pillado desprevenido… Diría sandías, pintaría sandías con él.
París. Soledad y encuentros importantes.
DF. Peligros. La primera vez que fui, sufría una enfermedad que no podían curar en el pueblo. Y en esa época corría el rumor de que en la capital se raptaban niños y que luego aparecían en los tamales. Se decía que había que abrir el tamal con cuidado y ver qué carne contenía, porque a veces podías encontrar un dedito. DF me recuerda un tamal y un dedito de niño.
Juchitán (su pueblo). Confrontación, guerra, violencia. Allí hubo revueltas muy sangrientas.
Borges. Manual de zoología fantástica. Lo publicó el Fondo de Cultura Económica en 1957. Lo leí pero no dibujé nada. Al llegar a París, empezaba a sonar su nombre. Gallimard lo editó en la colección La Cruz del Sur. Rulfo, Borges…, Octavio Paz nos preguntaba si lo habíamos leído. Había una poeta muy famosa, argentina, Alejandra Pizarnik, ella no lo había hecho, y Paz la regañó.
Cielo. Inalcanzable.
Va a cumplir 75 años, ¿cree en Dios? En mi familia nunca se creyó.
Es ateo. No puedo decirlo. Yo he admirado a un político religioso, a Gandhi. Su respeto a las plantas, a los desposeídos tiene posiblemente un fondo religioso, pero también es espontáneo, fruto del amor a la gente.
¿En el arte se puede creer? Solo hasta cierto punto. La importancia de un artista se debe al comercio, a la especulación. Hay una parte que no es para creer.
¿Por qué pinta? Como no pude con las matemáticas, me fui hacia el arte. Desde niño tuve facilidad para el dibujo. Se me celebraba en casa y en la escuela. Y tal vez fue eso lo que me llevó.
Su paleta ha variado mucho. En París, gris por los inviernos y la falta de sol, tenía yo una paleta muy, muy chillante, con rojos, violetas y amarillos, pero ahora que he vuelto a México, uso colores tierra, ocres, sienas.
¿Por qué no tiene agente? En París tenía una galería, hicieron mucho por mí. Exponía en Londres, Alemania, Estados Unidos…, preparaba tres o cuatro exposiciones al año. Luego, empecé a producir menos. Los porcentajes que toman las galerías son exagerados. Al no pagarlos, he podido crear instituciones que promueven la cultura y el conocimiento y dotarlos de libros, películas, obras…
¿Cómo ha influido su tierra en su pintura? Mi vida ha pasado por muchas etapas. Al principio quería estar ligado a mi comunidad, ahí había mitos orales, tradiciones, cuentos; pensaba que podía ser el ilustrador de esos mitos. Con el tiempo me fui cargando de más información, visité ciudades y museos; Picasso, Klee, Miró, Dubuffet, viví en Europa, viajé a España, conocí a Tàpies, a Saura… Mi arte es una mezcla de lo que he visto y de otras cosas que no sé de dónde vienen. Me han influido el arte primitivo, pero también los locos, los enfermos mentales y, sobre todo, Rufino Tamayo, oaxaqueño, con quien tuve mucha cercanía en París. Hay un tratamiento del color y de la materia que me aproxima a él. Le quise mucho. Gracias a Rufino me pude quedar en París. Él consiguió que me dieran una beca; iba para unos meses y me quedé cuatro años.
En sus cuadros se percibe un parentesco con las pinturas rupestres. Estando en París pude ver la cueva de Lascaux. Esa visita me impresionó.
¿Y el universo chamánico? Eso dicen de mi obra, pero yo no me veo con poderes chamánicos. Si los tuviera, los emplearía para fulminar a algún que otro político.
¿De dónde proceden sus figuras? Mis padres son migrantes. Yo soy más de ciudad que de campo, pero siempre supe lo que era el campo. Y de ahí procede lo que yo pinto, aunque no vengo de un mundo primitivo.
Usted tiene un compromiso muy fuerte con su tierra. Sí, pero cualquier día me voy y rompo el compromiso [risas]. Mientras estoy aquí, ayudo, busco hacer el bien.
Francisco Toledo
La obra de Francisco Benjamín López Toledo (Juchitán, Oaxaca, 17 de julio de 1940) traza un círculo completo. Empezó en Oaxaca, donde llegó a estudiar a los 12 años, y en su tramo final, tras largos periodos en el extranjero, ha recalado en el punto de partida. Su tierra es el ombligo de su creación. De ella emanan su paleta, sus criaturas primitivas y fantásticas, sus creencias. En defensa de Oaxaca ha puesto en pie una activa red de centros culturales y medioambientales desde los que difunde el arte entre los jóvenes y da apoyo a las causas que considera justas. Gracias a ello, en México, no solo es considerado el mayor artista vivo, sino un símbolo de compromiso cívico. Sus cuadros, cercanos en el tratamiento del color a los de su mentor artístico, Rufino Tamayo (Oaxaca, 1899-Ciudad de México, 1991), combinan influencias occidentales –Goya y Picasso, Klee y Hogarth– con formas antiguas e indescifrables, fraguadas en los valles del sur de México.
En Oaxaca ha logrado preservar valores que en otros lugares han desaparecido. Eso ha ocurrido en parte por el aislamiento y en parte por la pobreza. El turismo es relativamente reciente aquí. Cuando llegué a estudiar, hace 50 años, no se disponía de luz eléctrica y solo había un vuelo de avión a la semana. Los grupos indígenas vivían entonces más aislados, no había la emigración que se produjo después. Todo empezó a cambiar cuando se abrieron fronteras y la gente empezó a migrar a California. Eso alteró las comunidades.
¿Usted vota? No.
¿Por qué? Porque soy impaciente y no puedo estar en una cola esperando. Mire, las cosas no cambian. Hay un grupo que domina la política, sea el PAN, PRI, PRD o lo que sea. Forman una pequeña mafia que se protege y que pasan de un partido a otro. Todo el desastre económico de México se debe a esos políticos que solo piensan en su bienestar.
¿Y en qué cree usted? No tengo la verdad. Ni un plan que a nadie se le haya ocurrido. Pienso que, criticando, a lo mejor cambian un poco las cosas. Si todos juntos hacemos algo contra este grupo político que ha dominado el país durante 70 años, si todo el mundo dejara de votar, ¿qué pasaría? Quizá habría una crisis y de esta podríamos sacar algo en claro. No sé…, me gustaría que pudiera llegar ese momento en que todo el mundo rechazase votar… Le voy a contar un ideal. Las comunidades indígenas se gobiernan por usos y costumbres, se reúnen antes de fin de año y a mano alzada toman decisiones. No hay formaciones políticas, son comunidades pequeñas. Pero ahora con los partidos esa unidad se ha roto, entran a repartir dinero y la gente se divide.
Usted apoya la convocatoria de un Congreso Constituyente para refundar el Estado. ¿Con qué objetivo? Es por tratar de cambiar algo. Con la política que tenemos, no salimos del hoyo. No sé si funcionará, pero pensar que una convocatoria puede unir a la gente, hacer algo… No sé, a ver lo que sale.
Si estuviera frente a frente con Peña Nieto, ¿qué le diría? Le he mandado cartas por la cuestión de los transgénicos, porque de él depende la siembra en todo el país. No nos ha contestado. No se le puede ver. Por eso hemos empezado a recoger firmas. Un millón. Vamos lentos, pero algún día se las llevaremos. Las pasaremos debajo de su puerta.
¿Qué echa de menos? Tal vez la energía que tenía unos años atrás, cuando podía correr, brincar, caminar.
¿Ha cometido muchos errores? A veces pienso que he perdido mucho al meterme en problemas que me han quitado tiempo de pintor. Tamayo siempre me decía: “Usted no se meta, usted es pintor, no va a sacar nada de eso”. Y nunca lo escuché. Ese sería un error. No escuchar la voz de la experiencia que me aconsejaba quedarme en la pintura.
¿Cómo ve el futuro de México? No puedo contestar. No sé ver el futuro. Mi chamanismo llega nada más que hasta el aquí y el ahora.
elpaissemanal@elpais.es
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