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El creador que recicla personas

Curro Claret trabaja con indigentes rescatados de la calle desde hace un lustro. Juntos diseñan muebles, lámparas e interiores que idean a base de materiales desechados

Anatxu Zabalbeascoa
Sillas de la exposición 'More than this' (2014).
Sillas de la exposición 'More than this' (2014).

Para Valerio el diseño es “la parte que no se ve de las cosas que vemos”. Lo ha aprendido construyendo muebles que reciclan materiales. Fue durante un curso impartido por el diseñador Curro Claret (Barcelona, 1968), al que accedió tras pasar parte de su existencia viviendo en la calle.

Claret no es la cara humilde del diseño español, es la más ambiciosa. Más allá de reutilizar desechos y rescatar oficios, lleva casi un lustro volcado en la recuperación de las personas. No necesita un sello, pero deja marca. Admite que los creadores de su generación creían tener las respuestas y luego han visto que no. Uno de esos compañeros, Oscar Guayabero, ha contado en el libro Retrato imperfecto de Curro Claret su experiencia al diseñar junto a quien lo ha perdido todo. Valerio, con cuyas declaraciones comienza este texto, es uno de ellos. Cuenta que, cuando vivía en la calle, durmió cerca de la tienda que ahora ha ayudado a diseñar. Las nuevas zapaterías Camper en Madrid y Barcelona están hechas a partir de las habilidades de un dibujante, un carpintero y otros operarios que, por circunstancias, habían acabado convertidos en sin techo.

Claret los ha coordinado. Comenzó diseñando la única pieza que no se ve, pero que, sin embargo, es capaz de unir las partes de una mesa, un taburete o un perchero. Esa fue la aportación de este diseñador antimercado que tiene en su historial productos como el banco Por el Amor de Dios –que propone convertir los bancos de los templos en camas para recuperar la idea de la iglesia como edificio que ofrece protección– o estanterías como la Cajonera Cartela, que transforma cajas de fruta en estantes.

Los diseños de este creador no proporcionan royalties. Vive con poco. “Aunque con trampa: no tengo hijos, vivo en casa de mi compañera, no tengo coche ni moto”. Tampoco tiene la sensación de haber renunciado a nada.

Curro Claret, con diseños de la marca.
Curro Claret, con diseños de la marca.

Sus referentes son de andar por casa, pero sirven para cambiar el mundo. Su madre, enfermera, “arreglaba las cosas para que durasen”. Estiró la economía familiar para criar a cinco hijos, de los que Curro es el pequeño. Creció en el barrio de Les Corts. “Mis padres todavía viven en ese bloque. Antes estaba en un descampado, ahora ya no”. Pero no tuvo una niñez de escasez.“Aunque soy un privilegiado y he tenido oportunidades como estudiar en Londres, mi barrio era de gente normal”, explica. Su padre es ingeniero. Todos sus hermanos estudiaron. Hay una médica, un economista y un arquitecto. ¿De dónde sale entonces esa preocupación por los demás? “Tuve una formación bastante católica, pero abierta, progresista. Hace años que no voy a misa ni tengo claro lo que pasa después de morir, pero algunas ideas me debieron tocar”.

Estudió diseño porque le gustaban los libros de su hermano mayor, el arquitecto, y se preguntó cómo podía ser útil inventando mientras era voluntario en la Cruz Roja. También leyó un libro del pionero del diseño social, Victor Papanek, que impacta: Diseño para un mundo real. Por lo demás, “mis padres siempre han llevado una vida sin excesos ni caprichos. Ninguno de mis hermanos tiene demasiada fascinación por acumular dinero o cargos de poder. Creo que el éxito para ellos es disfrutar con lo que hacen, vivir de manera justa y sencilla”.

Esa justicia la intenta trasladar Claret a su profesión. Llevaba años trabajando con personas acogidas en las fundaciones Arrels y San Martín de Porres cuando le llegó una propuesta de Camper para diseñar sus nuevas tiendas. “La única condición que consideré, aunque no hizo falta ni decirlo, es que se les remunerara”.

La tienda de Camper en Barcelona, diseñada por Claret.
La tienda de Camper en Barcelona, diseñada por Claret.

Algunos de los taburetes que ha construido con personas como Valerio o Nicolai se han vendido en galerías de arte. Él habla de “tender un puente entre gente sofisticada (o rica) y gente de la calle”. La galería Estrany de la Mota de Barcelona los vendió por 50 euros. Ahora los comercializan las fundaciones. Los operarios cobran por hora trabajada también al fabricar las lámparas que produce otra empresa española, Metalarte, con la misma plantilla de artesanos.

Para la Fundació Arrels, la colaboración con Claret es una herramienta para avisar de que hay gente en la calle con valores útiles para aportar a la sociedad.

“El mundo es cada vez más injusto. La diferencia entre ricos y pobres crece y se agotan los recursos. ¿Quién puede defender un mundo así? Si acaso, los de arriba”, sostiene Claret. “El diseño ha estado al servicio de los intereses de ese poder y, de manera menos visible, del resto de las personas. Tenemos la oportunidad de cambiar y ponernos a favor de la gente. Ya no puedes hacer como que no lo ves”, dice. Y pregunta de qué forma la transparencia de los procesos de producción cambiaría nuestros hábitos de consumo.

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