Grandes templos de la ópera al desnudo
Son catedrales del canto. Han acogido representaciones memorables. Sobre sus tablas han actuado mitos de la historia del género Este es el retrato de prestigiosos teatros operísticos, encuadrados desde el punto de vista de los intérpretes
El fantasma de la ópera ha existido (…); sí, ha existido en carne y hueso, aun cuando se le dio todas las apariencias de un verdadero fantasma, es decir, de una sombra”, decía Gaston Leroux, periodista y escritor francés, en aquella novela que dio lugar al musical. El fotógrafo David Leventi (Nueva York, 1978) ha pasado ocho años visitando los mejores teatros operísticos del mundo, en silencio total durante muchas ocasiones, y sonríe cuando se le recuerdan estas palabras. También lamenta llevarle la contraria a Leroux: “Seguramente existe, pero yo no lo he visto”.
Leventi tuvo hace una década un sueño. Un sueño en el que pretendía honrar a su abuelo, Anton Gutman, un ciudadano rumano recluido de 1942 a 1948 en el campo de concentración soviético de Krasnogorsk. Gutman amaba la ópera por encima de cualquier otra cosa: “Cuando estuvo en aquel campo, mi abuelo conoció a un tenor danés llamado Helge Rosvaenge. Un día, este le oyó cantar un aria de Tosca y empezó a darle clases, a enseñarle los secretos de la ópera. Se hicieron grandes amigos. Y si a mi abuelo ya le gustaba el arte del canto, desde aquel momento se convirtió en su compañía”.
Una vez liberado, con la II Guerra Mundial ya a sus espaldas, Gutman emigró a Israel con lo que quedaba de su familia. Allí permaneció hasta su muerte. “Yo le oía entonar arias en el comedor cuando solo era un niño y me maravillaba su voz, su pasión, su talento. Se notaba que aquello era algo que llevaba en el alma”. De esos recuerdos surgió Opera, un increíble volumen editado por Damiani, en el que Leventi retrata algunos de los mejores templos operísticos del planeta con una belleza que radica en el uso del color, la perspectiva, la propia leyenda de este género musical y un viaje por un arte mítico a través de las catedrales que han sido testigo de su espléndido apogeo a lo largo de la historia.
Leventi escogió la misma perspectiva para todas sus fotos. “En primer lugar, porque el escenario es la parte más misteriosa de una ópera. En cierto sentido, imagino a mi abuelo en ese escenario. Él tomó lecciones, pero nunca pudo subirse allí ni estar entre bambalinas. Así que la elección fue doble: visual y conceptual”. Las impresionantes imágenes se tomaron con una cámara de gran formato, “con su cortinilla y todo”. En algunos casos, el proceso se tornó en pesadilla burocrática. Algo que el autor admite sin ambages: “En muchas ocasiones tomaba solo una foto. Literalmente. Colocaba la cámara, buscaba el ángulo, lo estudiaba y solo le daba al clic… El trabajo estaba hecho. Pero a veces tardaba tres horas en encontrar la posición correcta. Con algunos teatros resultó más complicado. Pero generalmente fue así. Ahora bien, si hablamos de burocracia, es totalmente distinto: algunos países son una auténtica pesadilla y tardan seis meses en dar permiso para poder estar cinco minutos en el teatro. ¿España? No, allí fue extremadamente sencillo”.
Plácido Domingo: “Cuando los cantantes nos enfrentamos a la audiencia sentimos que estamos en las mandíbulas de una bestia gigantesca”
La Fenice de Venecia, el Teatro Real de Madrid, La Scala de Milán, el Teatro Colón de Buenos Aires, el Metropolitan Opera House de Nueva York, el Mariinsky de San Petersburgo… son algunos de los 47 elegidos para el libro de Leventi, que cuenta además con un espléndido prólogo de uno de los tenores más célebres de todos los tiempos: Plácido Domingo. Para la estrella española, el libro casi se trata de un asunto personal: “David Leventi nos da la oportunidad de ver más de 40 teatros de ópera en 19 países distintos desde una perspectiva única. A veces, en los ensayos, los cantantes nos sentamos en el patio de butacas, pero es difícil que el espectador pueda acceder a la perspectiva del artista, y eso es lo que Leventi consigue”. Domingo habla además de algo que comparten todos los monstruos de la ópera. Y lo hace con claridad meridiana: “Cuando los cantantes nos enfrentamos a la audiencia desde un escenario tradicional, con esa forma de herradura, con todos esos palcos y galerías, sentimos que estamos en las mandíbulas de una bestia gigantesca con varias filas de dientes y esperamos que nos trate con cariño”.
Durante el desarrollo de este proyecto, el fotógrafo Leventi también ha sentido el pánico escénico: “La ópera es algo maravilloso a lo que pretendía homenajear. Por supuesto que he sufrido una sensación parecida, pero no como la de Plácido, porque él es un artista de inmenso talento y creo que jamás ha defraudado a ningún amante de la ópera”.
Marvin Heiferman, uno de los comisarios de arte más importantes del mundo, explica por qué, más allá de la calidad visual del trabajo de Leventi, su libro es importante para el mundo del canto, un universo opaco en el que cualquier neófito puede perderse durante años antes de encontrar el faro: “Durante más de ocho años trabajando en teatros que se han construido a lo largo de cuatro siglos y en cuatro continentes, Leventi ha desarrollado una estrategia para producir fotografías que, además de ser directas en la detallada descripción de la magnificencia, están muy lejos de ser simples. Sin usar ninguna otra iluminación que los candelabros y la propia luz de los teatros, ha tomado instantáneas desde una perspectiva única. La gran aportación de Leventi es el hecho de que ha sido capaz de sustituir la música por la luz”. El destinatario de la loa ahonda en la relación de ambos elementos. “Desempeñan roles similares en nuestras vidas: pueden alegrarnos o entristecernos, hacer que un día sea bueno o malo. Creo que la ópera es, en esencia, luz. Y algunos de mis fotógrafos favoritos han trabajado en ese terreno”.
La ópera nació a finales del siglo XVI en las cortes italianas, como suerte de entretenimiento monegasco. Florencia fue el gran núcleo artístico que expandió un arte que durante siglos fue considerado asunto de altas esferas. Sin embargo, y desde principios del XVII, la historia dio un giro de 180 grados y el género se convirtió en un arte transversal, con grandes auditorios e infinidad de representantes de la clase media entre el público. Siglos después llegaría el espectáculo mediático, que irritó profundamente a los puristas (solo hay que recordar la famosa gira de los tres tenores con el mencionado Domingo, Josep Carreras y Luciano Pavarotti). Para Heiferman, Alemania fue el eje de ese cambio: “Se construyeron teatros para 2.000 o 3.000 personas, gigantescas estructuras especialmente decoradas para la ocasión, tanto en Francia como en Alemania. Y por supuesto, en Londres. La parte financiera de la estructura se convirtió en algo imprescindible para poder mantener todo el espectáculo a flote. Creo que David [Leventi] es capaz de desnudar todo eso, de volver a la auténtica esencia de la ópera, al teatro desnudo”.
El fotógrafo reconoce que lo suyo es lo clásico y que no acaba de comprender determinadas opciones arquitectónicas: “He visto teatros como los de Zaha Hadid y no me dicen demasiado, pero te aseguro que cuando entras a La Fenice de Venecia entiendes inmediatamente su importancia, su relevancia, su historia. Hay algo en la ópera, algo que no se aprecia a simple vista, que tiene que ver con la esencia, la pureza del arte”. Leventi recorrió un largo camino antes de que alguien aceptara publicar su trabajo en forma de libro. “La ópera no es un género popular”, justifica. “Es verdad que cada vez gusta a más gente y que hay mucho interés, pero en cierto modo no es un tema masivo, así que no fue fácil convencer a un editor de que publicara el libro”.
Heiferman complementa de alguna manera a Leventi haciendo una reflexión que aúna la fotografía del neoyorquino con el estado de ánimo de la ópera actual: “Desde principios del siglo XX, los nuevos teatros operísticos se han visto obligados a aumentar su capacidad. Ahora pueden albergar a 3.000, 4.000 o 5.000 personas. Se ha perdido el sentido de intimidad que ofrecía el género. Ese era uno de sus grandes secretos. Además, el comportamiento del público no es siempre modélico y a veces da la impresión de que hay tanto entusiasmo en el patio de butacas como en el escenario. Eso es algo que jamás había pasado en la ópera, al menos en la época contemporánea”.
Estas espectaculares imágenes constituyen un juego con las texturas, los distintos tipos de papel y una factura visual absolutamente impecable donde los teatros adquieren un tamaño descomunal en el que el aficionado a las arias, a Puccini y a Verdi, o aquellos que desean ver (sin trampa ni cartón) las mejores óperas del mundo como jamás se han visto encontrarán un libro singular e inédito. Como dice Plácido Domingo, la obra de Leventi “traerá hermosos recuerdos a aquellos que hemos visto esos teatros con nuestros propios ojos, pero también provocará placer indirecto a todos los amantes de la ópera que conozcan esos teatros tan solo por su reputación”.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.