Al rescate de 3.000 almas olvidadas
Desde que en 1990 la ley obligase a todo constructor a incluir arqueólogos en sus equipos, muchos de los grandes hallazgos en Londres se han hecho de la mano de constructoras
Nadie conoce a William Crosreyld. No se le recuerda por ninguna hazaña histórica, pero se sabe a ciencia cierta que ha pasado (mucho) más de un siglo desde su muerte, el tiempo que establece Reino Unido para solicitar la exhumación de un familiar.
Los registros fúnebres desempolvados de una parroquia en el norte de Londres dicen que era “aprendiz de Henry Lambe” y que fue “enterrado el 25 de noviembre de 1574” en la necrópolis de Bedlam. Se desconoce de qué murió o cuántos años tenía, datos que seguirían siendo irrelevantes de no ser porque el trazado del nuevo tren de cercanías Crossrail topó con su cementerio a su paso por la City londinense.
El hallazgo ha convertido a Crosreyld en una de las 3.000 almas que serán rescatadas del olvido. Sus restos serán expuestos en el Museo de Londres, junto al relato de su vida y su muerte, o lo que se logre averiguar de ellas. Recuperar la memoria histórica atenta contra cualquier lógica económica en una ciudad en la que el suelo se paga a 11.000 libras el metro cuadrado (unos 15.000 euros), pero los responsables del proyecto están obligados a finalizar el rescate antes de avanzar con el tren. Desde que en 1990 la ley de planificación obligase a todo constructor a incluir arqueólogos en sus equipos, muchos de los grandes hallazgos en Londres se han hecho de la mano de constructoras.
Recuperar la memoria histórica atenta contra la lógica económica en una ciudad en la que el suelo se paga a 11.000 libras el metro cuadrado
“La licencia pasaba por que la empresa se responsabilizara de la extracción, análisis, divulgación y reubicación de los cuerpos”, cuenta Jay Carver, el director de los arqueólogos de Crossrail, desde su oficina, con vistas a la necrópolis.
Detrás del cristal, un equipo de 60 profesionales desenterrarán huesos día y noche hasta septiembre. Trabajarán jornadas de 16 horas en dos turnos, seis días a la semana, para que los trabajos arqueológicos no retrasen la inauguración del tren, prevista para 2019.
Ahí abajo ha de estar William Crosreyld. Pero también Winnfride Smith, “hija de John Smith”; el “soltero” Reynold Gypson; Henry de Candeler, “enterrado en un único ataúd junto a Margaret Ede”, o Susan Hawnce, “desconocida”, y otras 3.000 personas que vivieron entre los siglos XVI y XVII. Esas referencias, tan precarias como imprescindibles, han sido encontradas por voluntarios en registros de entierros de 450 parroquias. Casar huesos con nombres será un trabajo casi milagroso.
Muchos papeles de aquella época se perdieron en el gran incendio de Londres de 1666, por eso se calcula que los difuntos de los que se tiene información representan tan solo un cuarto de la población de la necrópolis.
“Parte del cementerio son fosas comunes de la peste. En los casos en que sí hay ataúd, pocos conservan el nombre, porque la mayoría son personas pobres enterradas con materiales pobres que no son capaces de resistir bien el paso del tiempo”, dice Jay Carver.
Después de obtener en el Museo de Londres la fama que nunca tuvo, William Crosreyld volverá a ser enterrado en el cementerio de Canvey Island, en el este de Inglaterra, y descansará, si nada lo vuelve a impedir, por el resto de la eternidad.
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