El cambio de cerradura
La puerta posee esa doble capacidad, real y simbólica, de comunicar dos espacios diferentes (o, lo que es peor, idénticos)


En las películas de terror siempre hay una puerta. La puerta posee esa doble capacidad, real y simbólica, de comunicar dos espacios diferentes (o, lo que es peor, idénticos). En la casa de mi infancia, al fondo del pasillo, había una puerta que no daba a ningún sitio. Nos la habíamos encontrado en un vertedero y, como encajaba perfectamente en aquel hueco, la colocamos con la idea fantástica de que, detrás de la nuestra, había otra casa, quizá en espejo, a la que podríamos acceder para ampliar nuestro horizonte. Aquella puerta, que nadie, nunca, se atrevió a abrir, es la que a más lugares me ha conducido. Era, simultáneamente, literal y metafórica. En alguna medida, y durante mucho tiempo, fue para la familia no una puerta, sino La Puerta, en el sentido platónico del término.
Aquí aparece Rafael Simancas abriendo la puerta de la sede madrileña del PSOE al día siguiente de la defenestración de su predecesor, Tomás Gómez. Lo inquietante es que, entre el cese del uno y la ascensión del otro, alguien decidió que convenía cambiar la cerradura. Tal era la confianza entre el pasado y el presente, entre el ayer y el hoy. Uno cambia la cerradura cuando se divorcia o cuando le roban el bolso con las llaves y la documentación dentro. No sabemos si aquí había habido divorcio o robo, pero produce inquietud observar a Simancas utilizando la nueva cerradura. Él mismo parece extrañado, como si la puerta, más que a un espacio físico, se abriera a una dimensión desconocida. Lo cierto es que entró, cerró, y no hemos vuelto a saber de él, como si se lo hubiera tragado la tierra.
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