Tú, positivo; tú, negativo
Tres horas en una clínica nocturna en la que se hacen pruebas para la detección del VIH
Más de la mitad de los 35 millones de personas seropositivas de todo el mundo no saben que han contraído el VIH. Y al no saberlo, tampoco pueden acceder a un tratamiento con antirretrovirales que no sólo les permitiría no enfermar a causa del virus, sino que también haría que fuesen hasta un 96% menos contagiosos.
En el distrito rural de Gutu, en Zimbabue, los equipos de Médicos sin Fronteras (MSF) y del Ministerio de Sanidad se desplazan hasta las aldeas más aisladas en busca de aquellas personas que no reciben aún el tratamiento y que pudieran necesitarlo de manera urgente.
17.55 horas
En el punto donde hacemos las pruebas, la luz proveniente del interior de nuestras dos tiendas blancas brilla en mitad de la noche. A sólo diez metros de distancia ya no se ve nada; te engullen las tinieblas. Esta noche no hay luna, únicamente las estrellas iluminan un amplio campo en el que se intuyen decenas de árboles desperdigados. A un centenar de metros hay unos cuantos bares de los que proviene ese insistente "bum, bum" musical que nos acompaña desde que llegamos.
Varios hombres se empujan los unos a los otros delante de un gran camión de MSF que está aparcado junto al borde de la carretera. El vehículo es lo que llamamos “la clínica nocturna”. Los hombres gritan, ríen, se empujan unos a otros. Uno de ellos me coge la mano y me dice en shona:
— ¿Cómo te llamas?
— Solenn. Encantada.
— Tu nombre ilumina el planeta, querida.
Huele a cerveza.
18.02
En uno de los tres cubículos en los que se ha dividido el camión, Ireen Matingwina, una enfermera que trabaja para el Ministerio de Salud de Zimbabue, calibra el aparato que sirve para calcular la cantidad de linfocitos CD4 que hay en la sangre, una medida que permite evaluar el nivel de desgaste causado por el VIH en el organismo de un paciente. A menos cantidad, menos posibilidades tiene el paciente de salir victorioso en una batalla contra las infecciones oportunistas, como la tuberculosis. Y según el país y los protocolos de actuación que haya adoptado, cuando la cantidad de linfocitos CD4 de una persona seropositiva desciende de un cierto umbral, ya debería empezar a seguir un tratamiento antirretroviral (ARV).
La máquina en realidad no es más que una caja oscura y sorprendentemente pequeña, justo el tamaño de un botiquín de primeros auxilios. Ireen procede a hacer las pruebas necesarias para asegurar su buen funcionamiento, introduce una muestra y pulsa un botón. Fácil y muy práctico para un medio rural como este.
18.10
Dos lucecitas parpadean: el aparato funciona, así que podemos empezar. Salimos del camión. Mi embriagado amigo parece querer impresionar a sus colegas ligando con una extranjera. Sonrío educadamente y me apresuro a entrar en una de las tiendas cercanas.
Tokozile Dhodho, la asesora de MSF, se frota las manos acurrucada en una silla de plástico. El frío parece hacerse cada vez mayor según van pasando los minutos. Es una mujer de voz dulce con un trabajo difícil: anunciar los resultados de las pruebas a todos estos hombres, asegurarse de que entienden bien lo que está en juego y velar para que las personas que no están infectadas no contraigan el virus. "A veces, es un poco difícil de controlar", explica. "Pero, bueno, es la mejor forma de llegar a quienes verdaderamente deben someterse a las pruebas de detección. Ya sabéis como son los hombres: no quieren ir al centro de salud. Pero cuando ven que estamos ahí, se empujan unos a otros, se dan ánimos y acaban por hacerse el análisis. ¡Para la mayoría es la primera vez que se somete a una prueba de detección!" Y sin embargo, en Zimbabue, un adulto de cada seis está infectado con el virus. El riesgo de ser seropositivo para un ciudadano del país es estadísticamente el doble del que tiene un americano o un europeo de ser diabético.
18.14
La máquina nos devuelve el primer resultado. "Es sólo un pequeño trozo de papel con un signo más o menos. Ahora lo verás", me explica Thokozile. “Mala suerte: este primero es positivo”.
18.15
Escuchamos los pasos de alguien que se acerca a la tienda. Es el paciente, que llega para conocer su resultado.
¡Oh, Dios mío! Es Andrew, mi amigo ebrio.
Con una señal de cabeza me indica que puedo quedarme. Se saca la gorra estampada con el nombre del Arsenal, se sienta en la silla de plástico y se inclina hacía adelante, con los dedos cruzados. Ojalá pudiera desaparecer. No puedo mirar a la cara de este hombre y ocultarle el secreto que él aún ignora.
18.16
Andrew se lanza: "Venga, va, dame el resultado. ¡Dámelo! Soy positivo, es eso, ¿verdad? Venga dime que soy positivo y pasamos a otra cosa".
Thokozile le mira, espera un poco, baja la voz: "Se ha sometido a esta prueba. Sabe por qué, ¿verdad? ¿Está preparado para escuchar el resultado?" El hombre asiente con la cabeza, repentinamente sobrio. "Es positivo".
Y ahí la mirada de un hombre cuya vida acaba de cambiar.
18.17
Hablan. Dialogan sobre los riesgos que debe evitar, de cómo va a ser su vida de ahora en adelante, de cómo debe cambiar su comportamiento sexual... Tiene 40 años y está divorciado desde hace cinco. Ha tenido “amigas”, dice. Cuando Thokozile le pregunta si tiene una pareja sexual regular, intenta bromear con valentía y me señala con el dedo. "Bueno, de momento esta".
18.32
Andrew se marcha para ir a buscar los resultados de su recuento de linfocitos CD4. En un mundo ideal, como en los países ricos donde viven apenas el 6,5% de las personas seropositivas, recibiría de inmediato los antirretrovirales. Este tratamiento evitaría no sólo que Andrew cayera enfermo a causa del VIH, sino que también le permitiría reducir sensiblemente el riesgo de transmitir el virus a una de sus “amigas”. Aunque en una noche loca olvidase utilizar un preservativo. Un estudio reciente, que incluía unas 40.000 relaciones sexuales no protegidas, no reveló ningún caso de transmisión del virus en parejas en las que uno de sus miembros es seronegativo y el otro seropositivo. Eso sí, todos los casos seropositivos tenían una carga viral indetectable, lo cual es una medida clara para saber que el tratamiento funciona de forma óptima.
Andrew ya sabe que las personas VIH+ necesitan tomar antirretrovirales. Por eso, la primera pregunta que le hizo a Thokozile fue la siguiente: "¿Dónde puedo conseguir los comprimidos?" Sin embargo, lo que Andrew no sabe aún es que en el mundo en vías de desarrollo, donde los escasos recursos deben distribuirse con moderación, si tu sistema inmunitario está aún lo suficientemente fuerte, debes esperar hasta que este se debilite un poco. Una vez que eso ocurra, entonces sí te considerarán “elegible” para iniciar el tratamiento.
Andrew arrastra los pies mientras desaparece en la oscuridad profunda del bosque. No tiene fuerzas para hacer frente a sus amigos ahora; a aquellos a quienes él animaba hace algunos minutos.
18.44
Un adolescente está a punto de hacerse la prueba en el segundo cubículo del camión. Le dan un pequeño pinchazo en el dedo índice y no rechista. La sangre lentamente gotea sobre una hoja de papel. Ireen la introduce en el aparato. Ahora hay que esperar a los resultados.
18.49
Vamos a dar una pequeña vuelta para tomar aire.
Tenemos la sensación de estar en un wéstern de Hollywood. Un camino largo y ancho, lleno de polvo y de arena, bordeado de un puñado de edificios bajos. Dejamos atrás la isla de luz de los faros del camión y, como si de polillas de tratase, nos dirigimos hacia el halo azul y amarillo que emana de los cuatros bares. En el primero, vacío a excepción del niño que está jugando sobre el suelo de cemento, los propietarios se apresuran a cerrar según ven nuestras intenciones de entrar. Al otro lado de la calle, algunos hombres juegan al billar sobre una mesa tambaleante. Del lugar de moda que se encuentra un poco más abajo del camino llega una música fuerte, estallidos de voz y gritos. Los hombres se divierten tras un día de duro trabajo en los campos.
18.59
Andrew ha vuelto a la tienda de Thokozile. Su recuento de linfocitos CD4 es de 465. Por suerte para él, Zimbabue ha adoptado recientemente las últimas directrices de la Organización Mundial de la Salud, que fijan en 500 el umbral a partir del cual se puede empezar a tomar antirretrovirales. Iniciará su tratamiento en cuanto acuda a una consulta en la clínica. Thokozile apunta su número de teléfono móvil y le dice que si no se presenta en unos días contactará con él de nuevo para ver qué ha pasado.
19.14
El adolescente que acaba de someterse a la prueba entra en la tienda de Thokozile. "¿Estás preparado?", le pregunta ella. Lo está. "Has dado negativo".
Se pellizca la nariz, cierra los ojos, suspira profundamente. Puedo oír su corazón latir dentro de su pecho. Tiene 17 años y tiene novia. Insiste en que los dos son vírgenes. "Pero bueno, algunas personas nacen con el VIH". Jura y perjura que nunca van a tener relaciones sexuales, para evitar infectarse. "¡Puedo controlarme!".
Thokozile le explica que hay preservativos disponibles allí y que son gratuitos, por si los impulsos de su cuerpo adolescente le llevan a olvidarse de sus mejores intenciones.
19.41
Ireen me cuenta que cuando Andrew por fin salió del bosque, anunció a sus amigos que era seropositivo. Su hermano le abrazó y empezó a darle consejos. "Es una buena señal: ha aceptado sus resultados", añade. Una pequeña victoria contra el virus.
20.24
Ya no hay más personas esperando. Es hora de recoger.
Ha sido una noche tranquila: 33 pruebas, dos positivas. Y eso que empezamos con mal pie. La primera positiva fue la de Andrew; la segunda, la de una mujer de 47 años que afirmaba haber intentado en vano traer a su marido y a sus hijos para hacerse los análisis. Sabe que su marido es un mujeriego. Ha prometido traerle hasta la clínica aunque sea a rastras. Pronto.
21.06
Volvemos a la ciudad de Gutu. Mañana el equipo instalará el camión y la tienda en otro lugar y seguirá buscando a otras personas que necesiten tratamiento, incluso si ellas todavía no los saben.
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