Acuérdate de la deuda
El sur nos ha enseñado cómo no se sale de la crisis de la deuda La austeridad sólo provoca más desigualdad
Recuerdo perfectamente cuando, un invierno hace 15 años, alguien me habló de la deuda. No se trataba de cualquier deuda. Era la deuda externa de los países más empobrecidos. Aquellos por los que cinco años atrás habíamos acampado, bajo el frío de un invierno similar, para conseguir el compromiso de nuestros gobiernos de repartir mejor nuestra riqueza y asignar el 0,7% del PIB para cooperación internacional. En la facultad había oído hablar de la crisis de la deuda en América Latina, pero me di cuenta que no le había prestado la suficiente atención. De cada dólar que llegaba a los países empobrecidos, volvían cinco a los países ricos en forma de retorno de esa deuda eterna. Ya no se trataba sólo de dar, sino de no quitar. De que los escasos recursos que tenían aquellos lejanos países se pudiesen destinar a educación o salud, y no a pagar intereses.
Lo vi claro, y me apunté a la organización, colectiva y desobediente, de la Consulta Social por la Abolición de la Deuda Externa. El 12 de marzo de 2000, mientras Aznar ganaba con mayoría absoluta, nosotras cosechábamos más de un millón de votos en una consulta social ilegalizada (y, por tanto, en una acción masiva de desobediencia civil), en favor de la cancelación de la deuda de los países más empobrecidos.
Y aquí estamos, 15 años más tarde, lidiando con la deuda. No cualquier deuda, la nuestra. La que acumula el Estado en nuestro nombre y que se paga puntualmente mientras se recortan derechos. Pero también la que se cierne sobre las familias y las expulsa de sus casas. Y la de los bancos, que en buena medida ha sido socializada, es decir, convertida en deuda pública a través de rescates bancarios. Una deuda que tiene muchos números de ser ilegítima.
Y volvemos al sur. A aquellos movimientos sociales latinoamericanos, africanos y asiáticos que, cuando llegamos desde el norte queriendo "perdonar" sus deudas, nos contestaron que esas deudas no se perdonaban, sino que se repudiaban porque eran ilegítimas. Nos explicaron que la cancelación de la deuda no era una cuestión de generosidad de los acreedores hacia los deudores, sino una cuestión de justicia. Nos mostraron cómo esas deudas se habían acumulado por una sucesión de procesos especulativos, de proyectos inútiles, de gobernantes corruptos, cómo respondían a intereses de los acreedores e inversores. Como denunció Thomas Sankara en la Unión Africana años antes, una deuda que debía ser reembolsada porque no era la deuda del pueblo, sino la de las élites que la habían generado.
La deuda no puede ser reembolsada porque, en primer lugar, si no pagamos, los prestamistas no se van a morir. Estemos seguros de esto. En cambio, si pagamos, somos nosotros los que vamos a morir. Estemos seguros igualmente de ello. Los que nos han conducido al endeudamiento han jugado como en un casino. Mientras ellos ganaban no había debate. Ahora que pierden en el juego, nos exigen el reembolso. Y se habla de crisis. No, señor presidente, ellos jugaron, ellos perdieron, es la regla del juego. Y la vida continúa.
Nosotros no podemos reembolsar la deuda porque no tenemos nada que pagar. No podemos reembolsar la deuda porque no somos responsables de ella. No podemos pagar la deuda porque, al contrario, nos deben lo que las mayores riquezas nunca podrán pagar, esto es, la deuda de sangre. Es nuestra la sangre que ha sido derramada.
El sur nos mostró también la potencialidad educativa y empoderadora de las auditorías ciudadanas de la deuda que hoy se multiplican en Europa y en nuestro país. Y también nos mostró, con casos como el de Ecuador, que es posible no pagar la deuda (o, al menos, una parte de ella) y negociar de tú a tú con los acreedores.
El sur también nos ha enseñado cómo no se sale de la crisis de la deuda. Nos ha mostrado cómo la austeridad o los planes de ajuste estructurales, como se conocían entonces, sólo provocan más desigualdad, y en ningún caso acaban con la deuda. Que las quitas o alivios parciales, cuando van condicionados a la aplicación de programas neoliberales, dejan a los países más vulnerables a nuevas crisis, como se está demostrando con los niveles de deuda actual de algunos de los países que se acogieron a los programas de alivio del FMI y el BM como Mozambique o Etiopía. Que las soluciones ofrecidas desde los acreedores, en forma de refinanciaciones eternas o reestructuraciones condicionadas, no van a la raíz del problema, sino que con suerte sitúan a los países de nuevo en la casilla de salida, iniciándose nuevos ciclos de endeudamiento.
Así pues, con los años, fuimos comprendiendo mejor la complejidad de un sistema en el que aquel lejano 0,7% (por calendario pero también por las cifras actuales) es tan sólo una pieza de un puzle en el que la cooperación bien entendida se contrapone a una anticooperación que empobrece. Lo hace a través de deudas ilegítimas, paraísos fiscales, relaciones comerciales desiguales, acaparamientos de tierras, alimentos y recursos energéticos y explotación laboral, entre muchos otros mecanismos.
Un puzle, además, que no es sólo del sur, sino que es global, cómo estamos viendo con la crisis en la periferia europea. Ya no hay un sur y un norte tan marcados, sino múltiples piezas de un sistema económico que genera desigualdad y nos lleva a marchas forzadas hacia el colapso ambiental.
Por ello, es necesario que las que luchamos por la justicia económica, social y ambiental, aquí y allí, tengamos en cuenta esa complejidad. Como vimos hace 15 años con la deuda, no se trata tan sólo de dar o de redistribuir, se trata de transformar uno a uno todos esos mecanismos, para acabar atajando la desigualdad de raíz. Aquí y allí.
Iolanda Fresnillo es militante de la Plataforma Auditoria Ciudadana de la Deuda. Es socióloga y tiene un máster en Cooperación y Desarrollo por la Universitat de Barcelona. Ha trabajado como investigadora en el Observatori del Deute en la Globalització, como consultora en el ámbito de las finanzas al desarrollo y actualmente es directora de la Fundació Tot Raval.
Esta opinión ha sido recabada por Oxfam Intermón con motivo del 20 aniversario de la publicación del primer informe La realidad de la ayuda de la organización, así como de las movilizaciones en España por el 0,7 que reclamaban que los fondos destinados a países en desarrollo supusieran ese porcentaje del PIB.
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