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la zona fantasma
Columna
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Fiera herida

De pronto ante la perspectiva de volver a elegir representantes, empieza a despertarse de la extraña ensoñación

Javier Marías

Bueno, pues ya estamos en año de elecciones. Los tres transcurridos desde las últimas generales pesan como siete u ocho, tan penosos han sido para gran parte de la población y tanto se ha hecho notar el Gobierno (para fatal), con su mayoría absolutísima, su falta de escrúpulos y de visión de la realidad. Zapatero da la impresión de pertenecer a un difuso pasado remoto, y no hace tanto que regía –es un decir– los destinos de la nación. También resultan lejanos los mil años en que ETA mataba, y paró cuando aún se alojaba ese Presidente en La Moncloa. Eran legión los que necesitaban escolta, y ahora hay dificultades para asignarles misiones o cometidos a esos guardaespaldas que impidieron muchas muertes. La época en que los políticos más catalanistas no habían sido presa de un virus contagioso y desaforado, se ve perdida en la noche de los tiempos: tres años de fervor patriótico, sordo a todo razonamiento y proclive a fantasías oníricas inspiradas en los valles de Siete novias para siete hermanos, Brigadoon y Horizontes perdidos (es decir, Shangri-La), se hacen eternos hasta para la más entusiasta portadora del virus, la señora Forcadell, que debe de estar necesitando a gritos una cura de reposo. Lo anterior a estos tres años está desdibujado, entre brumas, parece antediluviano e irreal.

De pronto, sin embargo, ante la perspectiva de volver a elegir representantes, empieza a despertarse de la extraña ensoñación. “Podemos cambiar”, nos decimos con cierta sorpresa. “¿Os acordáis de que no siempre vivimos bajo la vara de Rajoy, de que no siempre estuvimos así?” Si eso nos pasa a los ciudadanos, uno aseguraría que con mayores motivo y previsión debería sucederles a los partidos, que, si no un modelo de sociedad, se jugarán el sueldo de sus diputados, senadores, ministros, presidentes autonómicos, consejeros, alcaldes y concejales. Podrían encontrarse con muchos de ellos en el paro, con la obligación de buscarles “salidas”, sea en Europa o en la empresa privada ex-pública, mediante las llamadas “puertas giratorias”, perfectamente engrasadas en este país. El trastorno psicológico tiene aún peor arreglo. Es sabido que quienes pierden un cargo se sienten estupefactos y deprimidos durante largo tiempo. No acaban de entender que ya no les suenen los teléfonos pidiéndoles favores, que no haya un coche esperándolos, que no los inviten a casi nada, que nadie les vaya a comprar lo que necesiten, que sus órdenes las oigan sólo su marido o su mujer. En el mejor de los casos se quedan en un estado beatífico y ensimismado; en el peor, respiran resentimiento y maldicen la incomprensión y la ingratitud de la gente. Siguen sin percatarse de que en sus días gloriosos nadie los requería por su irresistible personalidad, sino por el puesto que ocupaban (salvo allegados y familia, claro está, cuando no se hubieran hartado de ellos).

El PP parece ahora mismo un animal acorralado, una fiera herida, y ya se sabe cuán peligrosas se tornan éstas

Así que uno mira en primer lugar hacia quienes todavía tienen más poder, el Gobierno y su partido. Nada bueno puedo decir, lo saben ustedes de sobra, pero como ciudadano me asalta enorme preocupación al observar cómo encaran este 2015 de forzosos cambios. Si no otra cosa, lo que es seguro es que el PP no obtendrá mayoría absoluta, y lo lógico sería que intentara perder lo menos posible, amortiguar el batacazo comparativo que sin duda se pegará. Y lo que uno advierte son, por el contrario, pulsiones suicidas entre sus dirigentes. El PP parece ahora mismo un animal acorralado, una fiera herida, y ya se sabe cuán peligrosas se tornan éstas. Lejos de tender algún puente, rectificar dañinas medidas económicas y políticas, procurar no inspirar miedo (más miedo) al electorado moderado para frenar las deserciones, se encastilla en sus posiciones más autoritarias y más de extrema derecha. No se asume la corrupción infecciosa; se ponen trabas sin cuento para acceder a los datos sobre los políticos; se nombra un nuevo portavoz todavía más cínico que el anterior, un individuo asentidor (siempre se lo ve asentir servilmente a cada estornudo de Rajoy en el hemiciclo) y faltón (no pierde oportunidad de soltar algo ofensivo para todo el que no asienta con tantos cabezazos como él).

Como los anteriores jefes de TVE no le parecían lo bastante abyectos al Gobierno, coloca a otros procedentes de TeleMadrid en recompensa por haber hundido y abochornado a esta cadena. El resultado son unos informativos grotescos que produce sonrojo mirar, sectarios, censores, reminiscentes del No-Do, llenos de sucesos y de reportajes “pintorescos” que nada tienen de noticias. Luego fuerza a marcharse al Fiscal General Torres-Dulce, hombre –eso al menos– con la dignidad aprendida de los westerns de Ford, Hawks, Mann y Walsh, y acaba con todo vestigio de la división de poderes. Aprueba en el Parlamento la llamada “Ley Mordaza”, de la que me ocupé por extenso cuando se conoció su anteproyecto, en una columna titulada “Neofranquismo”, creo, reproducida en diarios extranjeros para oprobio del Ministro del Interior y de Rajoy. Pero les da igual enajenarse aún más a la gente, exacerbar su enfado y su desesperación; les trae sin cuidado perder más votos de los que ya han perdido in pectore, y muchos son. Parece que no disciernan el futuro cercano y corran hacia el acantilado. Tal vez esté en su sangre, no lo puedan evitar. O tal vez sea que pretenden morir matando. De ser esto último, protéjanse y pónganse bien a cubierto, porque un año todavía da mucho de sí, para cobrarse víctimas.

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