La lucha mundial contra el ébola
Desde Atlanta, en EE UU, decenas de expertos vigilan las 24 horas del día a unos enemigos invisibles y globales. La amenaza ahora es el ébola; mañana, nadie lo sabe. El Centro de Control de las Enfermedades y Prevención, que cuenta en sus filas con un total de 1.600 trabajadores libra el último capítulo de este combate.
Viendo el remolque de venta ambulante con hortalizas aparcado al aire libre en la puerta del edificio de operaciones de emergencia del Centro de Control de Enfermedades (CDC) de Atlanta cuesta creer que solo unos pisos más arriba, franqueando los controles de seguridad de la entrada, decenas de expertos pegados a sus monitores, alguno de ellos con uniforme militar, combaten durante 24 horas al día y 365 días al año las epidemias más peligrosas del mundo.
O que a escasa milla y media de distancia trabaja una de las bestias negras del ébola, el especialista estadounidense Bruce Ribner, quien en su pionera unidad de aislamiento de la Emory University, la primera que se abrió en el país, en 2002, fuera de una instalación militar, ha conseguido salvar a cuatro enfermos llegados de África.
Pero basta con subir esas dos plantas y pisar la sala de emergencias del CDC, o comentar con el doctor Ribner lo que podría provocar el ébola en un país como India, o escuchar el relato sobre Liberia del comandante médico Neil Vora para que el visitante tome consciencia de que las cosas que aquí se manejan son serias. Y muy peligrosas. Amenazas globales. A veces, mortales.
La sala principal del centro de emergencias del CDC se asemeja más a una unidad de seguimiento de la NASA o a un búnker militar para comandar un conflicto nuclear que a un espacio donde abordar brotes epidémicos. Sobre la enorme pantalla que domina el lugar se proyecta de forma dinámica, con gráficos, fotos e imágenes en vivo, la radiografía de los estallidos contagiosos registrados en el mundo entero.
Durante minutos, la imagen se congela en un enorme mapa de África Occidental donde se superponen todos los datos actualizados de la crisis del ébola. En un extremo, una pantalla de tamaño medio advierte de cualquier situación inesperada. “No hay alertas activas”, se puede leer en ella bajo el rótulo “National Terrorism Advisory Alert”.
En el lugar hay un silencio tenso, solo roto por el teclear de los miembros de los equipos de seguimiento de cada una de las pandemias que aparecen en la pantalla (polio, ébola, fiebre chikungunya…). Unas 60 personas atadas a sus ordenadores intercambian información en tiempo real con los equipos sobre el terreno y digieren todo aquello relevante que llega a este centro. En un extremo del pasillo de acceso, cerca de la entrada, una pequeña sala atendida por dos personas prepara el material de urgencia (mochilas, trajes de protección PPE, dispositivos GPS, botas…) para salir volando hacia cualquier rincón del mundo.
Región de las Américas. Chikungunya. 878.745 sospechosos (15.793 confirmados). 154 muertes”, puede leerse hoy sobre un mapa de Sudamérica y el Caribe sombreado de rojo. Es el último informe sobre el virus, que recientemente ha llegado a México: 14 infectados en el Estado de Chiapas en noviembre. El chikungunya es una enfermedad contagiosa originaria de África que se transmite a los humanos a través de la picadura de ciertos mosquitos, los mismos que portan el dengue: Aedes aegypti y Aedes albopictus o mosquito tigre, presente en varias zonas de Europa, entre ellas Barcelona.
En el otro extremo de la sala, la situation room, donde el director del CDC, Thomas Frieden, se reúne con su equipo para cualquier emergencia. Por todos lados, monitores dinámicos ofrecen información continua sobre las medidas de prevención contra el ébola y otras enfermedades.
El momento actual del ébola es crítico. Salvo con el huracán Katrina en 2005, nunca el CDC había tenido tantos desplazados, 274, de sus 1.600 trabajadores. La mayoría están en África Occidental (170), básicamente en Sierra Leona, Liberia y Guinea. El resto, un centenar, están desplegados por Estados Unidos. Unas 1.500 personas llegadas de África Occidental a Estados Unidos son controladas desde el CDC, con mediciones diarias de temperatura, para actuar en el caso de que desarrollen la enfermedad. El control se realiza por teléfono o correo electrónico. Si no hay noticias de alguna de las personas controladas, la policía local acude a su domicilio.
La actual es la crisis número 44 que atiende el centro desde los ataques con ántrax de 2001, después de los atentados del 11-S. A lo largo de todo ese tiempo, el CDC ha abordado desafíos de todo tipo: la enfermedad de las vacas locas, el síndrome respiratorio agudo (SARS), la gripe aviar, el virus del Nilo, el cólera en Haití… En su hoja de servicios figuran también catástrofes como el huracán Katrina o el terremoto y tsunami de Japón, o acontecimientos como los Juegos Olímpicos de Atenas en 2004 o la toma de posesión del presidente George W. Bush en 2005.
Vivimos en un mundo en el que todos estamos conectados por el aire que respiramos, el agua que bebemos, los alimentos que comemos y por aviones que pueden llevar enfermedades de un punto a otro del mundo en un solo día”, afirma el director del CDC, Tom Frieden. Su lema es: “Podemos tener miedo, o podemos tener cuidado”.
Las víctimas del combate contra las enfermedades no lo son solo por el efecto de estas. A veces, las causas son otras. En los últimos días de noviembre llegó al CDC una de las alertas más temidas. Cuatro vacunadores contra la polio fueron asesinados a tiros en el oeste de Pakistán, país que registra el 85% de los casos en todo el mundo. En las zonas más conservadoras, de fuerte influencia talibán, circula la falsedad de que la vacuna contiene carne de cerdo, por lo que no se puede administrar a musulmanes. Otros rumores aseguran que la inmunización esteriliza, lo que alimenta un desquiciado temor a un complot mundial para exterminar a los musulmanes. El caso es que en los dos últimos años han muerto violentamente 65 trabajadores sanitarios que administraban la vacuna.
Entre los responsables del CDC, la palabra que va de boca en boca estos días es Malí. La llegada del virus al país africano ha desatado de nuevo todas las alarmas y confirmado que, pese al despliegue de medios y personal en la región, el ébola sigue avanzando debido, básicamente, a la falta de sistemas de salud en condiciones. Seis muertos y 300 personas en observación en dicho país en noviembre pueden ser la antesala de un brote como los conocidos en los países vecinos. De confirmarse, sería un verdadero desastre que echaría por tierra las previsiones de la Organización Mundial de la Salud de tener controlada la enfermedad a primeros de 2015.
Fred Angulo, director médico de la unidad de protección sanitaria global del CDC, confirma la preocupación de todo su equipo. “De diez medidas básicas que había que tomar para evitar que el virus llegara a Malí fallaron seis. No hubo control en la frontera, no se hicieron las pruebas pertinentes, la víctima fue enterrada sin las medidas preventivas, el sistema de respuesta rápida falló, hubo complacencia…”, explica junto a alguno de sus colegas en una sala del CDC.
Las consecuencias no se han hecho esperar. El centro ha fijado como prioridad desplegar personal y medios en otros 15 países de África Occidental, desde Mauritania hasta la República Democrática del Congo. Se trata de diez países francófonos, cuatro anglófonos y uno lusófono. Entre ellos, y además de los citados, están Guinea-Bissau, Costa de Marfil, Gambia, Senegal, Ghana, Sudán, Camerún, Gambia, Togo, Congo y Nigeria. El CDC tenía personal en nueve de ellos. En los otros espera desplegarse en breve, con la ayuda de personal sanitario francófono. Es una operación preventiva para evitar que el virus vuelva a estar fuera de control.
“Las enfermedades no conocen fronteras, todos los países deben estar concernidos”, reclama Angulo con evidente preocupación. “La clave es la respuesta internacional y mejorar los sistemas de salud locales. Esta es una guerra en la que la parte científica está obteniendo resultados. Lo que fallan son las infraestructuras. Necesitamos una aproximación integral al problema”.
Tom Frieden, director del CDC: “Estamos conectados por el aire, el agua...”
El despliegue realizado por Estados Unidos contra el ébola en estos tres meses da idea de lo serio de la situación: 34 nuevos centros de tratamiento en Estados Unidos y 24 en África Occidental, 42 laboratorios en suelo propio, 700.000 trabajadores sanitarios adiestrados, petición al Congreso de 6.000 millones de dólares para acciones de emergencia, 3.000 soldados sobre el terreno y cinco vacunas en investigación. El presidente Obama está librando la tercera guerra mundial.
“Hemos tenido unos 30 brotes de ébola en los últimos 40 años. Cada uno de ellos ha sido controlado”, advierte Ariel Pablo-Méndez, responsable del programa de salud global de la agencia estadounidense de cooperación (USAID), muy implicada en el combate contra el virus. “Sabemos cómo controlar el virus, pero lo más importante sigue pendiente: fortalecer los sistemas de salud. La debilidad en este tema es la clave de esta epidemia, ya que ha alcanzado zonas urbanas en países sin experiencia con el ébola. Hoy es esto, pero mañana será otra enfermedad. Hay que invertir en buenos sistemas de atención sanitaria en África, en el sur de Asia y en algunas zonas de América Latina”.
Junto al doctor Angulo, su colega Justin Williams, responsable de políticas de comunicación en zonas de contagio, y los comandantes médicos David Sugerman y Neil Vora relatan las dificultades del trabajo sobre el terreno. “En Sierra Leona hay 120 médicos para combatir la epidemia. Es difícil encontrar voluntarios. Y este tipo de crisis no permite despliegues masivos de personal, ya que hay que controlarlo todo al máximo”, explica Sugerman, de regreso hace un mes de Sierra Leona.
“Trabajamos con supervivientes. Es fundamental que los enfermos y sus familiares estén en contacto con gente que ha superado la enfermedad. Elimina supersticiones, uno de los principales problemas en zonas como las de África Occidental, y ayuda a hacerles ver que las medidas preventivas funcionan”, explica Vora. “Informar es clave. Una de las cosas que hacemos es ir a las iglesias para explicarles que la enfermedad es un problema real. Muchos creen que son invenciones de los extranjeros. Los líderes locales, con mucha credibilidad, son fundamentales para que la población asuma los mensajes”, añade Williams.
La liberiana Bisi Ideraabdullah, directora de la Imani House, una ONG de Nueva York que posee un hospital en Monrovia, confirma este problema: “En Liberia, el 60% de la población es analfabeta. Hay mucha superstición. Es muy duro para ellos entender lo que intentamos decirles porque nosotros tenemos un punto de vista occidental. Hay muchos rumores. Mucha gente cree que la enfermedad la llevaron los extranjeros”.
Como ejemplo de la precariedad sobre el terreno, Vora muestra fotos tomadas por él mismo en Liberia. En una de ellas se ve el Community Care Center de Bomi, una de las instalaciones locales de la lucha contra el ébola. Se trata de una empalizada de troncos y planchas metálicas que encierra unos pobres habitáculos para tratar a los enfermos. En otra de las fotos se aprecia una furgoneta descubierta trasladando a una madre y su hijo contagiados del virus. Como única protección, un plástico cubre sus cuerpos. En otra instantánea, dos operadores cuelgan un enorme cartel con la leyenda: “Ebola is real”.
Todos ellos recuerdan momentos de tensión, sobre todo en zonas apartadas donde se practican entierros sin las medidas de prevención adecuadas. El 80% de los contagios son producto del contacto con cadáveres. “¿Cómo atiendes a una familia de 18 personas que está en cuarentena y estigmatizada por los habitantes de su aldea? ¿Cómo logras que un enfermo curado sea aceptado de nuevo en su comunidad? La comunicación es decisiva para combatir la mucha desinformación que hay”.
La enfermedad no conoce fronteras, todos los países deben implicarse”
Cerca del CDC, en la Emory University, se localiza otro de los centros de combate más eficientes contra el ébola. Atlanta, en este sentido, es un lugar privilegiado, ya que el Departamento de Salud de la ciudad también cuenta con un laboratorio de referencia capacitado para atender contagios. De los muchos profesionales que trabajan en la ciudad, dos destacan sobre el resto, los especialistas en enfermedades infecciosas y profesores de la Emory University Carlos del Río y Bruce Ribner, dos verdaderas eminencias.
“No es cierto que la mortalidad del ébola sea del 60%. Se mueren el 60% de los infectados en África Occidental porque no hay medios para tratarles, pero la mortalidad real de una enfermedad se ve cuando es tratada de forma agresiva”, explica Ribner. “Por nuestra unidad han pasado cuatro enfermos. Todos se han salvado. La mortalidad real del ébola sería en realidad del 20%. La diálisis, los ventiladores artificiales, todo eso funciona contra el virus. Pero hay que disponer de ellos. Ni siquiera podríamos enviar esas máquinas a África tal y como están aquí. El clima, la humedad y el calor las harían inservibles en cuestión de días”.
Este experto en enfermedades infecciosas alerta sobre cualquier tipo de complacencia u optimismo. Al contrario. “Los resultados positivos en Estados Unidos o España con algunos pacientes nos demuestran que sistemas de salud solventes pueden hacer frente a desafíos como este. Pero pensemos no en Nueva York o Madrid, sino en un contagio en una ciudad de un país con otras condiciones, pensemos en Ciudad de México o Bombay. ¿Nos estaríamos felicitando? ¿Qué habría pasado? Queda mucho por hacer”, advierte el mexicano Del Río, sentado junto a su colega en la sala de juntas del campus de la Emory University.
Para los dos médicos, el ébola tiene muchas similitudes con la crisis del sida en los ochenta. “También entonces hubo estigmatización, miedo, desinformación, médicos que se negaban a intervenir a pacientes con VIH. La diferencia es que los enfermos de sida tenían gente que les defendía, abogados, grupos que les apoyaban. Los enfermos del ébola no tienen a nadie. Son personas pobres de países pobres”, explica Del Río.
“Se puede luchar contra el ébola como se luchó contra el sida, con un sistema de salud adecuado. Cuando estalló el sida parecía que nunca lo lograríamos, y hoy es una realidad. Esta epidemia es el aldabonazo. No podemos seguir ignorando este problema. Es necesario invertir en sistemas de salud globales. La salud es un problema global, y hasta que no lo entendamos así seguiremos sufriendo crisis como las del ébola. Deberíamos estar menos preocupados por nuestras fronteras y más por mejorar los sistemas de salud en todo el mundo”, añade Ribner.
El especialista forma parte del equipo de agencias estadounidenses de la salud que están trabajando en una vacuna contra el ébola. Los primeros resultados en humanos han sido positivos, aunque en una fase preliminar. Ribner es optimista. “Es un ejemplo más de que, atacando agresivamente y con medios, se vence a la enfermedad. Creo que aquí se podría aplicar la frase aquella de: ‘Qué caro es que algo parezca barato’. Prepararse es mucho más barato que reaccionar”,
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