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el pulso
Columna
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Unamuno, Pessoa y otras afrentas literarias

Somos nuestras fobias, envidias, manías y peleas. Somos seres más o menos inteligentes dotados de capacidad de insultar

Miguel de Unamuno, en Madrid.
Miguel de Unamuno, en Madrid.Efe

Somos nuestras fobias, envidias, manías y peleas. Somos seres más o menos inteligentes dotados de capacidad de insultar. Alguna vez el insulto se ha cruzado entre las bellas artes y cuando la trifulca alcanza niveles de alta literatura en español es que te llamas Quevedo o Góngora. Hay otros, pero no están al mismo nivel.

En Escritores a la greña, reciente libro de Julián Moreiro, se repasan algunas de las más conocidas greñas de nuestros escritores desde Valle a Bolaño. Un interesante escrutinio de odios literarios de los últimos cien años. No son aquellas barrocas alturas, pero tienen su veneno. Por honrar su 150º aniversario nos detenemos en uno de los más admirados y temidos de los nuestros, Miguel de Unamuno: el más ibérico de nuestros escritores, el más portugués de los castellanos, el más español de los vascos. Nuestro primer “intelectual moderno”, según Juaristi; aquel “terco y coherente”, como le define Egido, o el lúcido viajero por tierras portuguesas de Remesal ha sido el intelectual más admirado, odiado y manipulado del pasado siglo.

Unamuno ni sabía escuchar ni quería. Se sabía por encima de todos, por tanto esperaba que la relación del resto de los humanos con su obra y su persona fuera, primero, de admiración y, después, de respeto. Cuando escribe de Rubén Darío asegura que aún se le “veían las plumas de indio”. El nicaragüense se ofendió y sorprendió, y le contestó con un elogioso artículo escrito con una de sus “plumas”. El escritor vasco no estaba preparado para la ironía y así se lo contó a su conocido Valle-Inclán. La respuesta de Valle no fue simuladora: “Rubén es glotón, bebedor, mujeriego, holgazán, pero posee todas las virtudes del espíritu: es bueno, generoso, sencillo…, en cambio usted almacena todas las virtudes de la carne, es frugal, abstemio, casto. Y tiene todos los vicios del espíritu: es usted soberbio, ególatra, avaro, rencoroso”.

Pío Baroja, experto en descalificaciones, decía que las novelas de Unamuno parecían escritas “para molestar al lector”

No estaba solo contra Unamuno. Pío Baroja, experto en descalificaciones, decía que las novelas de Unamuno parecían escritas “para molestar al lector” y no soportaba su costumbre de “agarrar a cualquiera por su cuenta, acogotarle, atarle de pies y manos y convertirle en un oyente mudo”. Donde las dan las toman. A Baroja le dieron por muchos frentes, quizá el más agudo fue Josep Pla: “El defecto de Baroja es que es un hombre que juzga y adjetiva, ligeramente: los lanza como los burros los pedos”.

No están en el libro de Moreiro los desencuentros entre Pessoa y Unamuno. Fue esa una callada y humillante relación para Pessoa y sus amigos a los que ni siquiera se dignó en contestar a sus peticiones de colaboración en la revista de aquellos jóvenes vanguardistas tan peculiares de Orpheu. El maestro se conformó con seguir frecuentando a los consagrados Texeira de Pascoaes, Antero u Oliveira Martins, y pasó olímpicamente de conocer a esos jóvenes “pessoanos”. Ese desdén alimentó un resentimiento que tardó en salir a la luz, pero nunca se le olvidó al joven desasosegado que había leído y admirado su libro por Tierras de Portugal y España. El propio Pessoa decía: “¡Cuesta tanto ser sincero cuando se es inteligente! Es como ser honesto cuando se es ambicioso”.

Un maduro Pessoa demostró su desacuerdo con el bilbaíno y su defensa de que los pueblos ibéricos deberían de escribir en castellano y dejar los minoritarios catalán y portugués (Unamuno dixit) para conseguir más público. Respondió Pessoa: “Si se trata de eso prefiero escribir en inglés, que me proporcionará un público más amplio que el castellano. ¿Por qué habría de escribir en castellano? ¿Para que pueda entenderme Unamuno? Es pedir demasiado por tan poco”. Se sabía débil y errado, pero no soportaba la inquisición de la estupidez.

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