Los patriotas del boicot
El nacionalismo catalán más radical ha llegado al extremo irracional de combatir un producto de la tierra como Freixenet
Herman Melville, buen conocedor del paño dogmático, definía los espíritus sectarios como “mentes compactas, igual que Biblias cerradas”. La diputada de CiU Elena Ribera acaba de cerrar la Biblia con un tuit esperpéntico sobre Freixenet, el grupo catalán de cava: “Freixenet, buscando no perder cuota de mercado, brinda por 100 años juntos. Acaba de perder dos millones de consumidores catalanes... potenciales”. Una llamada al boicot en toda regla por la que pidió disculpas (una vez más, se prefiere pedir perdón a pensar antes de hablar) horas después. Ribera glosaba de esta forma tan estrambótica el anuncio de Freixenet, cuyo brindis final es “Por los próximos 100 años juntos” (la empresa catalana nació en 1914).
La salida de tono de la diputada, que comparte el mismo amor por el boicot que expresa lo más rancio de la caverna central, responde a la conocida posición del presidente de Freixenet, Josep Lluís Bonet, quien no ha tenido empacho en declarar públicamente que “Cataluña es parte esencial de España y debe seguir en esa línea”.
Ribera converge en este boicot (¡a un producto catalán!, a este extremo de irracionalidad se ha llegado) con Alex Fenoll, un empresario que dirige una red social sobre moda y tendencias. Fenoll, que se hizo famoso porque se negó a dar la mano en febrero de 2014 al entonces príncipe Felipe en un encuentro empresarial, también se ha explayado vía tuit: “Este año he hecho retirar las botellas de Freixenet de los lotes de Navidad de la empresa. Lo sustituimos por un Parxet Brut. ¡Es más nuestro!”. Magnífica estampa la de un gestor fashion decidiendo las botellas de cava que lleva la cesta de Navidad.
Estas expresiones atropelladas expresan gran confusión entre clientes o proveedores y enemigos. La diputada Ribera y el empresario Fenoll han leído el Por los próximos 100 años juntos como el eslogan de un contubernio Madrid-Barcelona y no como lo que es, mera fidelización de clientes. Toda interpretación que se salga de ahí habría que incluirla en las obsesiones compulsivas que degradan la gestión política y empresarial.
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