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Maneras de vivir
Columna
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Esto sí que es el desencanto

La corrupción, el peloteo de acusaciones mutuas y la pasividad son difíciles de soportar

Rosa Montero

Ya no sé qué más hacer para poder entender, para digerir, para soportar este diluvio inacabable de mangantes. Cuando todo esto empezó, hace ya unos años, intenté asumir la parte que nos correspondía a los ciudadanos de a pie. Como tantos otros articulistas, escribí sobre las pequeñas corrupciones que cometemos de forma habitual en nuestra sociedad: la famosa frase de “la factura, ¿con IVA o sin IVA?”, por ejemplo; o ese odioso chantaje al que te someten (o quizá sometían, por fortuna creo que eso está desapareciendo) algunos vendedores de pisos al obligarte a pagar en negro cierta parte del precio. Cuando empezaron a emerger los corruptos como corchos aflorando a la superficie de un lago negro, una buena parte de los españoles pensamos que esos lodos venían de estos polvos cotidianos y que una conciencia social laxa producía ricas cosechas de rufianes. Quiero decir que, de alguna manera, nos parecía ver una coherencia, una continuidad. Era un fenómeno hasta cierto punto lógico y corregible.

Pero la pelota empezó a rodar ladera abajo. Y fue engordando y engordando, como una piedra que se envuelve en capas de nieve. Llegó un momento, allá por Gürtel y Urdangarin y el principio de los papeles de Bárcenas y de los ERE, en donde creo que empezamos a sentir un pasmo radical, una falta absoluta de reconocimiento con esos chorizos, con esas tramas de latrocinio tan bien organizadas y tan monumentales que podrían haber sido montadas por alienígenas, así de ajenas y chocantes nos resultaban. Y por lo menos yo comencé a pensar que no era verdad que todos fuéramos corresponsables; que la sociedad española era en su vasta mayoría bastante decente; que trabajábamos como bellacos; que aquí, en la vida cotidiana, no existía la mordida ni la corrupción; que no había que sobornar a la policía ni a los funcionarios de un ministerio para que resolvieran tus papeleos burocráticos. Que los asalariados y los autónomos y las pequeñas y medianas empresas nos movíamos razonablemente dentro de la ley. Que el país básico funcionaba como un país democrático y moderno. Y que lo que había pasado era que una también vasta mafia formada por parte de los políticos, parte de los grandes empresarios y parte de los grandes financieros estaba simplemente estafándonos y robándonos a todos.

Está emergiendo por fin toda la cochambre y eso demuestra que las estructuras básicas funcionan

Esa revelación ya fue bastante desoladora, bastante indignante y desesperante. Como también resultó difícil aguantar las proclamas de honestidad y rectitud de los partidos, el peloteo de acusaciones mutuas, su pasividad. Por eso, por la carencia de respuestas satisfactorias, la pelota siguió rodando en su loca carrera hacia el abismo. Hasta que se convirtió en un alud y nos sepultó. Así estamos ahora, enterrados en la nieve y a punto de quedarnos sin oxígeno. Porque los últimos escándalos ya son indigeribles. Esa familia Pujol, que tantas alharacas y pamemas de honestidad hizo durante años; ese sindicalista minero Fernández Villa, supuesto modelo del socialismo de base. Y la inacabable retahíla de púnicos. Hay 1.700 causas abiertas por corrupción en España en estos momentos, y aunque suman más de 500 políticos implicados, sólo una veintena larga están en la cárcel.

Ahora se entienden muchas cosas. Como, por ejemplo, la construcción de nuevos hospitales privados, dudosos y carísimos, que ahora aparecen relacionados con la Operación Púnica (como el Nuevo Hospital de Burgos, SA), mientras que desmantelan la sanidad pública con obstinada saña; recordemos, como botón de muestra, que el Carlos III, que fue un hospital de referencia europeo para las enfermedades infecciosas, había sido cerrado para reconvertirlo en mero hospital de apoyo, y que tuvieron que reabrirlo a toda prisa cuando el ébola; y que cuatro de los seis médicos que tratan a los enfermos de ébola en España son eventuales. En fin, así nos va. Según la ONG Transparencia Internacional, ocupamos el puesto 40º de la lista, por detrás de Brunéi y justo antes de Cabo Verde. Esto sí que es el desencanto, y no la España de la Transición, que fue cuando se acuñó la palabra.

Pero existe una parte buena en todo esto, o yo quiero verlo así desde mi optimismo irremediable. La parte buena es justamente la misma, o sea, que hay 1.700 causas por corrupción abiertas, y grandes figurones en el banquillo, y antiguos prohombres y promujeres de la patria en prisión o cuando menos socialmente repudiados, despojados de sus medallas, de sus distinciones y sus doctorados honoríficos. Está emergiendo al fin toda la cochambre y eso demuestra que, pese a todo, las estructuras democráticas básicas de nuestro país funcionan. Hay que endurecer las leyes; hay que obligarlos a devolver el dinero robado y, si no lo hacen, condenarlos a más años. Hay que ser de verdad intolerante con la corrupción y no votarlos. @BrunaHusky

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