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morbus nauticus
Columna
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Tierna admiración

Zahorí del amor, mi suegra sabe elegir como nadie en esta faceta de la vida que tantos afrontan como si se tratara de un juego de azar

Al final de La peste, el narrador, al que la profesión de la medicina practicada en las más atroces circunstancias debería otorgar cierta credibilidad, afirma que hay en los seres humanos más cosas dignas de admiración que de desprecio. Camus sin duda estaba especialmente dotado para ese sano deporte, el de mostrarse generoso con las aptitudes y los talentos de los demás, aunque le tocó vivir una época aún más convulsa que la nuestra. Quizá no fuera mala idea que tratáramos de hacer otro tanto. Y por poner un ejemplo, probaré con mi suegra. Tiene muchas virtudes. Una de ellas, el coraje. Dicen que cuando sus hijos eran pequeños, y tuvo nada menos que ocho, mataba a escobazos batallones enteros de víboras a la puerta de la casa de verano. En una ocasión, viajando en uno de esos trenes que prometen recorridos románticos y que en este caso partía de la ciudad de Estocolmo, ante la reacción despavorida de un montón de suecos frente a una avispa intrusa, agarró el insecto con una mano y se lo zampó, masticando con gesto desafiante.

Además de culta, sensible y buena conversadora, porque sabe escuchar, cualidad extremadamente rara y muy valiosa, no tiene miedo de nada y sí, en cambio, una gran fuerza espiritual y física. Pero lo que más me fascina es su capacidad para encontrar hombres admirables. Zahorí del amor, sabe elegir como nadie en esta faceta de la vida que tantos afrontan como si se tratara de un juego de azar. Mi suegro era extraordinario. Inteligente, instruido, honrado, cariñoso… Y, sin embargo, ella, un buen día, a los 65, se marchó con otro, un hombre con el que vive desde entonces. También magnífico. Generoso y discreto. Qué bien sienta admirar. Mañana mismo saco una silla a la puerta de casa. A ver si me puedo extasiar con todo el que pasa por delante.

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