Deliciosa longevidad
Todo apunta a que añoraremos el famoso Estado de bienestar, que tan aburrido nos parecía. Lo sabemos.
Todos tememos que la Seguridad Social, por la que idealmente si enfermas te curan más o menos gratis a cuenta de tus impuestos, sea un artefacto trasnochado, imposible de mantener y condenado al colapso. La culpa, paradójicamente, sería del éxito formidable de la misma Medicina, que con la ayuda de otras técnicas y ciencias prolonga nuestras expectativas de supervivencia hasta mucho más allá de lo útil y lo razonable. ¡La medicina, que desafía a Dios y hasta le derrota gloriosamente! Pronto serán muchos miles de españoles los que después de haberse trasplantado hígado, riñón, bazo, corazón y toda una serie de órganos en cuya existencia apenas habían pensado soplen, con aliento débil pero alegre, las cien, o incluso doscientas velas de un pastel sin azúcar ni colesterol.
Si el que sopla es tu papá, o tú mismo, o tu marido, ¡enhorabuena! Pero para el conjunto de la sociedad, amigo mío, éste es el camino de perdición que debemos evitar como sea. Todo apunta a que añoraremos el famoso Estado de bienestar, que tan aburrido nos parecía. Lo sabemos. Pero ahora viene la buena noticia: hay soluciones. La más sencilla sería prolongar la vida laboral; que todos trabajemos en nuestras oficinas noventa años o más para financiar esas postrimerías interminables pero ambicionadas.
Ahí las ciencias del cerebro tienen que emplearse a fondo –y lo harán– para encontrar la manera de que neuronas y sinapsis, que parece ser empiezan a deteriorarse desde edad temprana, se mantengan vitaminadas y capaces de resolver sudokus, hasta por lo menos los doscientos años. A partir de entonces viene lo mejor, los días mejorando tu hándicap en el campo de golf y otras delicias que otro día te explicaré.
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