Glaciares
Todavía nos da un poco de vergüenza reconocer el daño que nos han hecho las rebajas salariales, las reformas del derecho laboral, los recortes en sanidad, educación, dependencia, justicia, libertades públicas
Lo de la vuelta es un concepto retórico porque este año no nos hemos ido. Hay muchos modos de quedarse en casa, casi tantos como de quedarse en el sitio. Nos han atado a junio las mismas penas a las que seguimos encadenados en septiembre. En julio y agosto cerraron los programas de la tele, pero el contribuyente no echó el cierre al pánico, no ha desenganchado, que es la expresión favorita para significar que uno rompe amarras, que se desentiende de las ansiedades del invierno. El invierno nos sigue a todas partes, el invierno no cesa ni con 40 grados a la sombra porque nos hemos instalado en una cultura económica del frío. Vivimos en plena glaciación financiera, producto de una expansión incontrolada del capitalismo isotérmico, que se extiende desde los casquetes polares del cráneo hasta los confines helados de los pies. Tenemos el glaciar en el estómago, enfriando el nudo de la angustia como el que enfría un cava inverso en la nevera.
¿Qué tal la vuelta?, nos preguntamos unos a otros fingiendo que nos hemos ido. La vuelta, bien, qué vamos a decir. Todavía nos da un poco de vergüenza reconocer el daño que nos han hecho las rebajas salariales, las reformas del derecho laboral, los recortes en sanidad, educación, dependencia, justicia, libertades públicas... Conservamos un tic de clase media antigua, le damos la vuelta a las ideas como en otro tiempo se la dábamos al abrigo. Pero el abrigo heredado del señorito era, del derecho o del revés, el abrigo del señorito. Fue un gesto heroico arrojarlo a la basura. El gesto, ahora, sería desprenderse de las ideas de los señoritos que nos han llevado a la situación de la que juran que nos van a arrancar. De momento, lo único que nos arrancan es la piel. A tiras.
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