Una relación compleja
Dice De Niro que se arrepiente de no haber insistido al suyo para que se cuidara el cáncer de próstata que acabó con su vida
Ahí tienen a Robert de Niro y a su padre en uno de esos instantes pasajeros en los que los padres parecen casi más jóvenes que los hijos. Una cortesía de la naturaleza. Tras la euforia consecuente de los padres, cada cual regresa a su lugar en el tablero de la existencia. Si hacen ustedes el ejercicio de recortar las caras y superponer los dos perfiles, verán que no hay entre ellos tantas diferencias. Algo más aguileña la nariz del padre, quizá también una frente más alta y punto. Lo interesante es lo que dicen las miradas, que puede traducirse desde el tópico tranquilizador o desde el antitópico inquietante. En el primer caso, el padre, al mirarse en el hijo, estaría expresando su orgullo.
–¡Qué bien lo has hecho, Robert!
A lo que el hijo respondería:
–Gracias a tu apoyo, papá.
Bueno, no tenemos ni idea de lo que se están diciendo, pero a uno le parece que en la expresión del padre (un pintor fracasado) hay, además del orgullo lógico, un punto de agresividad, como si pretendiera dejar claro a la cámara quién manda, quizá dónde empezó el éxito, mientras que en la del hijo se observa cierto retraimiento, como si la representación de la escena le incomodara un poco. El retraimiento podría ser también un síntoma de la culpa que sienten algunos hijos al superar a los padres. Dice De Niro que se arrepiente de no haber insistido al suyo para que se cuidara el cáncer de próstata que acabó con su vida. A él, en cambio, se lo diagnosticaron hace años y logró derrotarlo. Una relación compleja, la de las próstatas de los padres y los hijos
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