_
_
_
_
CORREO
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Vida

No es nada terrorífico que un espermatozoide penetre en el óvulo. La imagen es hermosa por su propia belleza

En la línea de seguir jugando con la imaginación y con todo el respeto al señor Millás y al fotógrafo David Phillips, le daría otro enfoque a La Imagen de El País Semanal del 1 de junio.

Desde mi punto de vista no es nada terrorífico que un espermatozoide penetre en el óvulo. La imagen es hermosa por su propia belleza y porque evoca todo un orden establecido y creado por la naturaleza del individuo. Causa de terror serían: que este príncipe azul, debido a su vagancia, no sea capaz de abrir la puerta donde ocultan a la princesa; que este engendro azul proceda de una violación; que sea portador en su genética de una malformación; que tenga que penetrar forzosamente en el castillo de la princesa, porque un ser villano, ajeno a él, ha decidido en otro mundo establecer una ley que dispone que este proceso no es libre, que ya hay vida que no se puede interrumpir y que este protervo ser haya elegido el mismo color del esperma para representar las ideas de su reino; por último lo que de verdad sería espantoso es que esta imagen represente la invasión de un virus mortal (ébola, VIH, etcétera) en una célula llena de vida.

Mi nevera no es divina

Por Antonio Nadal, (correo electrónico)

No sucede en mi casa lo que escribe Juan José Millás en su artículo ¡Cuidado!’(número 1.965 de El País Semanal), en el que viene a decir que la luz que surge del frigorífico de la fotografía, al abrirlo, es tan potente que sugiere más que la existencia de una bombilla, la de una divinidad. Desde que cambié la cocina y sus electrodomésticos, hace ya unos cuantos años, nunca ha funcionado la bombilla del frigorífico, sospecho que es porque nos vendieron un aparato tarado, con lo que yo no cuento en casa con esa fuente de aparente divinidad. La divinidad entra en mi casa cuando nos visita nuestra nieta Jara, que es una luz potente de felicidad para sus abuelos.

Reivindicando mi sitio

Francisco Uriarte, (Colominas. Correo electrónico)

Estimado señor Carrión, he leído detenidamente su columna en la que describía lo que para usted es Marina D’Or. Yo tengo un apartamento allí y voy de vacaciones. Sé que efectivamente no es ni Marbella, ni Ibiza, ni la Costa Brava, pero me gusta. Me gusta porque no me puedo gastar 2.000 euros para irme de vacaciones con mi familia, me gusta porque aunque la playa tiene piedras está muy cerca de los apartamentos y no hace falta que me pase horas buscando donde aparcar. Me gusta porque tiene todas las comodidades de cualquier lugar de vacaciones, pero a todo se puede ir andando.

Me gusta porque es muy fácil pasar unas vacaciones con niños pequeños y descansar cuando tu economía (como la de millones de españoles) no te permite irte más lejos. Suena a demagógico, pero es real como la vida.

Si no ha vuelto, usted se lo pierde. Se pierde a la gente que trabaja allí y se desvive por hacer un espectáculo, aunque seas el único espectador; siempre con una sonrisa en la cara. Efectivamente está lleno de jubilados y ya sabe que nuestros mayores no se van de vacaciones a cualquier lugar. Me alegro que usted pueda elegir otros magníficos sitios, pero los que no podemos, nos gusta descansar y pasar nuestros ratos libres de la mejor manera, y allí se puede y muy bien.

Cambio de idea

Luisa F. Sucasas, (Pontevedra)

Otra vez más Javier Marías borda su artículo semanal. Y, como siempre, dice en voz alta lo que yo siento y no sé expresar. En El gesto más suicida (25 de mayo) me ha hecho cambiar de idea. No pensaba ir a votar, pero después de leer su magnífico artículo me di cuenta de que sería un error no acudir, aunque, como él dice, nos dé casi asco elegir el que menos arcada nos dé.

Lo que sentí al votar

Susana Viar, (correo electrónico)

Estimado Javier Marías, ha vuelto a saber plasmar con elegantes palabras lo que sentí al votar en las elecciones europeas. Como tantos buenos escritores que saben expresar con belleza sentimientos con los que muchas veces me identifico.

Exactamente fue para mí un hastío ir a votar, fui a las ocho menos cuarto de la tarde y porque un amigo me recordó que debía apresurarme a votar. Luego animé a una amiga que me decía que no sabía si hacerlo ni a quien. Le dije: “Yo tampoco, pero a alguien de izquierdas para por lo menos dar mi voto en contra de la derecha”.

Llevaba 23 años trabajando en una empresa que cerró y a pesar del dineral que generaba para ella, como Rajoy cambió las leyes, ni me indemnizaron. Qué quiere que le diga, con lo que he luchado en 23 años por ir consiguiendo que respeten mis derechos y ahora solo queda desazón, impotencia… Las leyes han amparado al empresario.

Una sociedad enquistada

María José Casas, (Barcelona)

Gracias. Gracias por el fantástico artículo El gesto más suicida. Yo era una de esas personas que jamás había dudado ni de mi voto ni de la necesidad de votar. A mí estos comicios me daban asco, no porque sea antieuropeísta, no… Más bien porque nadie es capaz de representarme como ciudadana. Soy catalana, he vivido en el extranjero 10 años. Sé lo que es vivir en un país con ventajas sociales, educativas, familiares, y el contraste con nuestro país en que la casta política vive de sus prebendas. Da asco. Enfrente de un nacionalismo conservador español pensaba incluso en una alternativa independentista catalana; pero también, este independentismo sirve para mantener los mismos patrones en que lo importante no es construir sino mantener modelos políticos y sociales copiados de otros que no aceptamos y que además criticamos… La pandereta que vendíamos hace años, se ha cambiado por otros tópicos nacionalistas que pretenden enaltecer a la base popular para enfrentarse al centralismo más reaccionario jamás vivido.

Dudaba, sí, dudaba de votar, de ir al colegio electoral para hacer el pamplinas una vez más. Pero leí a Javier Marías y constaté que este sentimiento de desgaste y decepción existe en nuestra sociedad. Necesitamos un nuevo modelo político, de país, del concepto de nación y de autonomía (las actuales difieren del significado etimológico de su palabra), pero dudo que estos cambios sean viables en nuestra sociedad tan enquistada. Hoy, dos días después de las elecciones, creo que algo puede cambiar. Quizás mis nietos lo vivan.

Nunca descalificar

Dionisio Rodríguez Castro, (Madrid)

Siempre he apreciado los artículos de Javier Marías. He leído con atención El gesto más suicida, en el cual me ha sorprendido algo que no esperaba del escritor. Como él sabe bien, puesto que es académico de la lengua, estúpido es un ser notablemente torpe y falto de inteligencia. Yo no he votado en las elecciones al Parlamento Europeo, y no me siento estúpido por ello, aunque el columnista así me catalogue. Es posible que Arias Cañete no sea el único que se considera superior intelectualmente, olvidando que la humildad es sinónimo de inteligencia, y ello le permite faltar al respeto expresamente a los que no coincidimos con su modo de entender el voto ciudadano. Yo podría enumerar las razones, aseguro que nada frívolas, que me llevan a no votar, pero lo que no haría nunca es descalificar, rayando en el insulto, a aquellos que no coinciden con mi interpretación de las cosas.

Empobrecimiento

Joaquina Fernández, (Pedrera, Sevilla)

Estoy leyendo a Javier Marías en El País Semanal del 11 de mayo y una conexión interna inmediata se establece entre nosotros. Él habla de lo que yo vivo. Vivo en un pueblo de la sierra sur sevillana, un pueblo gobernado por IU, partido de izquierdas si es que esta palabra aún tiene sentido. Una ley impera amenazadora, invasora en el ambiente social de mi comunidad, “o conmigo o contra mí”, dichosa ley; y aún más dichosa cuando es la moneda de cambio para gozar de favores laborales de un Ayuntamiento que administra el dinero de todos los vecinos. Y siguiendo con el proceso analítico del autor, que estemos en un punto en el que alguien –no importa quién– deba esconder su opinión –no importa cuál– es cualquier cosa menos tranquilizador en el siglo de la democracia madura. Tiene toda la razón Javier Marías al afirmar que el rechazo de plano de quien no coincida con nosotros en todo supone el mayor empobrecimiento y embrutecimiento imaginable en el trato con nuestros iguales. Las diferencias siempre serán un recurso enriquecedor, es ley de vida, éstas estimulan el potencial creativo humano, ¿no te parece? Acepto de buen grado que no te lo parezca.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_