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LA ZONA FANTASMA
Columna
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El gesto más suicida

La abstención no cuenta, ni jamás será interpretada en el sentido que muchos quieren darle

Javier Marías

Usted, y usted, y usted, están hastiados, cabreados y escépticos. Ya no saben qué hacer para manifestar su descontento, transmitir su decepción y expresar su absoluto rechazo a nuestros políticos y partidos. A todos ellos, aunque probablemente a unos más que a otros, tan sólo un poquito más. Desean castigarlos y aspiran a que se retiren, a que den el relevo a otros más jóvenes o nuevos, que quizá no estén tan corrompidos y maleados, o tan faltos de ideas, o no sean tan acomodaticios al sistema que tenemos y que, para empezar, protege y premia desmedidamente a cuantos consiguen un escaño. Un diputado o un senador inútiles que cumplan un par de legislaturas o quizá tan sólo una, se aseguran una pensión vitalicia muy superior a la máxima a la que pueda aspirar cualquier individuo que haya trabajado cuarenta o cincuenta años. Como es comprensible (pero no menos inmoral por ello), los beneficiados, sean de la ideología que sean, no van a privarse de eso por iniciativa propia, y son los únicos que podrían cambiarlo. Tampoco van a renunciar a nombrar jueces para los más altos tribunales, a los que así conminan y manipulan y tienen en deuda, ni al director de TVE, que así será un pelele sumiso, ni dejarán de colocar a amigos en las cajas de ahorros y en algunos bancos, que así les concederán créditos y financiación en cuanto los necesiten, ni se abstendrán de poner a compañeros de pupitre al frente de las empresas públicas, una vez privatizadas, asegurándose así de que éstos harán hueco en sus consejos a los ministros cesantes de sus partidos.

En fin, están ustedes tan furiosos que hoy, día de elecciones europeas, han decidido abstenerse o tal vez votar en blanco. Yo lo entiendo bien, y no sólo: comparto su indignación y su impulso de no pisar el colegio electoral que me corresponde. “Así se enterarán”, piensan ustedes. “Así verán que no confiamos en ninguno, que no los queremos, que no nos sirven. Si la abstención es elevadísima, las elecciones deberían darse por no celebradas, deberían invalidarse. Significará que los repudiamos a todos, que no nos gusta su democracia, la farsa en que la han convertido”. Ay así, cómo lo entiendo. Tampoco yo tengo la menor gana de escoger la papeleta de un partido que me repugna, o que me cae como un tiro, o que me parece imbécil, o directamente criminal, y otorgarle un voto que no se merece. Y sin embargo, cuando llegue la hora, lo último que haré será abstenerme, porque, tal como están y son las cosas, sería la mayor estupidez en la que podría incurrir, además del gesto más suicida. Lamentándolo mucho, toca recordar que la abstención no computa, no cuenta, ni jamás será interpretada en el sentido que muchos de ustedes quieren darle. En estas elecciones concretas, será muy fácil achacarla al desinterés de la gente por quiénes vayan a gobernar en Bruselas, que equivocadamente creemos que nos afecta en poco. A la pereza, al buen tiempo, a que muchos estaban de resaca tras las celebraciones merengues o colchoneras de anoche; a la ignorancia (hace unos días leí que sólo el 17% de los españoles estaba enterado de la fecha de esta votación), a la mera indiferencia, al encogimiento de hombros, al apoliticismo, a la creencia de que “da lo mismo, porque son todos iguales”. Será imposible que incluso una abstención del 70% o más sea vista como un castigo a la clase política y a los partidos que se presentan. No, desengáñense: las abstenciones y los votos en blanco y nulos son aire (como el árbitro en quien rebota el balón en los partidos de fútbol), no son nada, no existen. Sólo cuenta lo expresado, y aunque la formación ganadora obtenga un 10% de todos los votos posibles, se proclamará vencedora, se llevará al Parlamento Europeo los escaños que le toquen y seguirá imponiendo en Bruselas las medidas que se le antojen, junto con sus correligionarios de los demás países.

Ya sé que además hay una creciente desafección hacia la Unión Europea. Y no es que no esté justificada. Hace lustros que está dominada por mediocres, por individuos sin imaginación ni carisma, por burócratas cuando no por cretinos y desalmados. Y a pesar de eso … Demasiadas personas ignoran hoy la historia de nuestro continente. Que durante todos los siglos vivimos enzarzados en permanentes guerras de unos contra otros, ingleses, franceses, alemanes, austriacos, españoles, rusos, serbios, croatas, polacos, italianos, una escabechina detrás de otra, la última (si no contamos la de los Balcanes) terminada hace setenta años tras la muerte de millones y millones. En la historia del mundo setenta años es un soplo. Son los que llevamos sin matarnos entre nosotros, muchos en cambio en la vida de una sola persona. Nos hemos malacostumbrado rápido. Esta situación insólita, milagrosa teniendo en cuenta los antecedentes abrumadores, ha sido posible gracias a la hoy denostada Unión Europea. Así que no sólo es fundamental conservarla, impulsarla, consolidarla y tratarla con mimo, sino también quiénes tomen las decisiones en ella, quiénes nos gobiernen en buena medida. Todavía ignoro, cuando escribo esto, qué papeleta depositaré en la urna. Pero, al igual que la mayoría de ustedes (sean sinceros), sí sé cuáles no escogería en ningún caso. Ninguna me hará ilusión. Es más, es probable que la elegida me dé casi asco. Pero sé que alguna tomaré con mis enguantados dedos, porque aún mucho más asco me daría dejarles el campo libre a los fanáticos y convencidos, y permitir que sean ellos los que por mí decidan.

elpaissemanal@elpais.es

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