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ESCALERA INTERIOR
Columna
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El nuevo vecino

Se fue solo, aceptó el trabajo, una casita compartida…, una vida que jamás había esperado

Almudena Grandes

La rutina de su vida se había vuelto muy simple.

El despertador sonaba más o menos a la misma hora que antes, eso sí, pero ahora iba andando a trabajar. Procuraba no recordar cuánto habría pagado por ese privilegio muy poco tiempo atrás. En general, procuraba no recordar, porque la memoria le dolía. Sin embargo, a su pobre manera, Sebastián era un privilegiado y lo sabía. Le resultaba imposible calcular cuántos arquitectos técnicos de más de cincuenta años habrían dado lo que fuera por hallarse en su lugar después de haberse quedado en el paro, pero intuía que eran muchos. La mayoría.

Aquel pueblo de la costa tenía un clima maravilloso, veranos suaves, otoños veraniegos, inviernos primaverales, primaveras perfectas. Esa era una condición importante cuando se trabajaba en una garita, pero además, su nuevo trabajo le dejaba mucho tiempo libre. La urbanización a la que había llegado un par de años antes conduciendo su propio coche, con una carpeta llena de planos y un casco en la plaza del copiloto, estaba casi vacía durante el curso escolar. Algunas mañanas, apenas tenía que abrir la barrera para media docena de vehículos. Durante el resto del tiempo estaba solo y le sobraban horas para leer, para hacer crucigramas, para navegar por Internet con el portátil que pagaba la comunidad de propietarios. No tenía otro, porque había tenido que vender el suyo.

Cuando el estudio quebró, tuvo que venderlo todo. Su casa de la ciudad, el apartamento de la playa, su coche, las joyas de su mujer, los ordenadores y hasta el cuadro del salón, regalo de un compañero de carrera que se había convertido en un pintor de éxito notable. Con eso había liquidado las hipotecas, había afrontado las deudas acumuladas desde que la empresa había empezado a irse a pique, y se había quedado con un colchón tan fino, tan endeble, que apenas abultaba cuando se animó a volver al escenario de su última obra, aquella urbanización de superlujo entre cuyos empleados había hecho varios buenos amigos, entre ellos Camilo, el encargado de la garita de la entrada. Teniendo en cuenta el nivel adquisitivo de los propietarios, era dudoso que la crisis hubiera hecho mucha mella en aquella comunidad donde tal vez, se dijo, podría encontrar un empleo de lo que fuera, en cualquier obra.

Aquel fue un día triste y alegre, afortunado y desgraciado a la vez. Al llegar, se encontró al jardinero en la garita. Camilo había fallecido dos días antes, fulminado por un infarto que le procuró una muerte instantánea e indolora. Sebastián apenas se había recuperado de la noticia cuando otras empezaron a lloverle encima. No, por allí no había trabajo. Sí, se sabía porque no era el primero que llegaba preguntando. No, todavía no habían buscado un sustituto para Camilo. Sí, si quería la plaza era posible que fuera para él, porque de momento no había más candidatos…

Su mujer le dijo que no, que se quedaba en la ciudad, en casa de su hermana. Que le quería, pero que no iba a seguirle hasta aquella playa dejada de la mano de Dios, que qué iba a pasar con los niños, con el curso, con sus amigos, con su vida. Él se tragó la decepción y dijo que lo comprendía. No era así, pero la conocía, y sabía que no iba a aceptar un fracaso de aquel calibre así como así. Por eso se fue solo, aceptó el trabajo, un dormitorio en una casita compartida con el jardinero y el guarda de seguridad, un sueldo bajo del que ahorraba más de la mitad para mandárselo a sus hijos, una vida que jamás había esperado.

Sebastián procuraba no recordar, porque recordar le dolía. Vivía al día, organizando su tiempo alrededor de las pequeñas noticias de cada semana. Durante aquella, la novedad era que iba a llegar un vecino nuevo, un constructor con mucho dinero, que había comprado varias casas y venía a inspeccionar la que se había reservado para él. Por eso, desde hacía unos días, aparte de no recordar, Sebastián se había prohibido a sí mismo hacerse ilusiones, pero no podía evitarlo. Quizás, el recién llegado fuera a reformar su casa, quizás necesitara gente, quizás fuera un extranjero con intenciones de formar un equipo, quizás…

Aquel día, Sebastián se levantó antes de que sonara el despertador. Se afeitó, se lavó y se peinó con más cuidado del habitual antes de ponerse la mejor ropa que tenía. Y no se llevó a la garita ningún libro, ni hojeó el periódico, ni encendió el ordenador. Los minutos pasaron con una lentitud enloquecedora hasta que, a las once y media, un Audi último modelo se detuvo ante la garita.

–Buenos días –dijo el conductor, luego nada.

Sebastián miró a la cara al hombre que había ahogado en deudas a su estudio hasta que logró quebrarlo, pulsó un botón para abrir la barrera y no le devolvió el saludo.

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Sobre la firma

Almudena Grandes
Madrid 1960-2021. Escritora y columnista, publicó su primera novela en 1989. Desde entonces, mantuvo el contacto con los lectores a través de los libros y sus columnas de opinión. En 2018 recibió el Premio Nacional de Narrativa.

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