Chile en la nueva geografía
Revisar las fronteras que surgieron de siglos pasados no puede ser la vía de un orden internacional
Desde que llegué a Argentina en 1997 he oído a no pocos europeos comentar las pobres relaciones vecinales del cono sur. Suelo recordarles los contratiempos históricos, la difícil geografía, los abismos sociales, pero es cierto que hay buenos, por no decir urgentes, motivos para crear una integración más efectiva entre países vecinos, más allá de los discursos rimbombantes y más afin al intercambio concreto y la cooperación en infraestructura, energía, educación, ciencia, comercio —y además, porqué no, fronteras—.
Tratando de enterarme de las complejas relaciones vecinales, he encontrado ayuda en varios libros del profesor José Rodríguez Elizondo. Entre los conocedores actuales de estos temas se distingue por ser no sólo jurista sino por tener una amplia experiencia como diplomático al servicio de su país y de la ONU. Además, y no es un mérito menor, sabe escribir: lo demuestran sus variopintos libros y su experiencia como editor de la prestigiada revista Caretas del Perú.
Tras el interesante fallo de La Haya, me puse a estudiar su libro más reciente sobre el tema: Historia de dos demandas: Peru y Bolivia contre Chile (El Mercurio/Aguilar, Santiago 2014). Resulta ser una lectura estimulante, llena de información y de reflexión, en una prosa que refleja el talento de un eminente periodista. Su libro es apasionante como una buena novela.
Comienza en los 70, cuando el almirante peruano Guillermo Faura llegó a ser jefe de la Marina en el gobierno del general Velasco Alvarado. Poco antes había participado en las primeras conferencias de la ONU sobre el Derecho del mar. Los nacientes cambios en el derecho internacional (que curiosamente, Perú todavía no ha ratificado) le abrieron los ojos a la posibilidad de revisar el resultado de “la guerra del salitre”. Junto a su profesor diplomático, el embajador Juan Miguel Bákula, Faura desarrolló la tesis revisionista que décadas más tarde serviría para abrir el tema enquistado y finalmente a llevarlo hasta La Haya.
En Charaña, Pinochet hizo un
gesto a su colega Bánzer que
dejó a los peruanos como los
malos de la película
Sería Bákula quien diez años más tarde tomaría el próximo paso. Enviado por el presidente Alan García, presentó al canciller del general Pinochet la necesidad de revisar las fronteras marítimas. Del Valle lo escuchó sin decir ni sí ni no, pero tuvo la imprudencia de pedirle una ayuda-memoria, que una vez recibida (y por lo visto, olvidada por el canciller chileno) sería el primer elemento del argumento peruano.
Estas anécdotas son clave para entender el libro de Rodríguez Elizondo. Él contrasta una paciente diplomacia estratégica peruana con unas posiciones chilenas no siempre sofisticadas. La jugada del general Pinochet en Charaña, donde hizo un gesto a su colega Bánzer dejando a los peruanos como los malos de la película, no mejoró la relación con ninguno de los dos vecinos.
Lo que plantea Rodríguez Elizondo al final de este libro fascinante, es la necesidad de hacer política internacional con los instrumentos de la gran diplomacia y no reducirse a “la razón o la fuerza” ni autoencerrarse en la réplica jurídica. Haciendo esto último, Chile no logró bloquear las ambiciones peruanas sino, al contrario, les abrió el camino para utilizar el cambiante Derecho internacional en su favor. En síntesis, desistió de probar la alternativa: desarrollar una diplomacia activa, en vez de delegar la negociación en los jueces de La Haya.
Por mi parte, no dejo de considerar el fallo positivo, a pesar de su poca solidez, en términos del Derecho internacional que aprendí en la universidad de Uppsala hace medio siglo. Después de todo, es una solución aceptable para ambas partes y una vez más, la Corte se ha mostrado más capaz que el Consejo de Seguridad para consolidar la paz entre naciones.
José Rodríguez Elizondo dibuja una diplomacia alternativa que merece ser considerada. En vez de tratar de jugar un vecino contra el otro, con efectos no siempre predecibles, habría que negociar con Perú para crear las condiciones de una nueva triple frontera, que incluya un mejor acceso boliviano al mar. “Gobernar es transigir”, cita, y “en derecho las cosas se deshacen tal como se hacen.”
Viendo la óbvia debilidad jurídica de la causa boliviana en La Haya, me inclino a darle la razón. Revisar las fronteras que surgieron de siglos pasados no puede ser la vía de un orden internacional. ¿A partir de cuándo tendríamos que revisar las fronteras de América, por no hablar de mi pobre Europa? La convivencia se crea de hoy para adelante.
Peter Landelius, exembajador de Suecia, es escritor.
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