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CARTA DESDE HARLEM
Columna
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‘Dreamers’

La Dream Act en Nueva York es la única salida de miles de niños para no ser uno de los millones de sirvientes invisibles de la ciudad

Una cartulina a la entrada de la escuela pública a la que va mi hija en Harlem reza: “¿Qué tan difícil es ser admitido en Harvard? ¡Nosotros podemos!”. La letra debe pertenecer a un niño o niña de nueve o diez años; un niño probablemente latino, dado que el 80% de los niños de la escuela lo son; y quizá, también, muy probablemente, un niño “ilegal”. Cada vez que paso al lado de la cartulina, con sus enormes letras en rotulador rojo, un poco temblorosas y chuecas, pienso en lo ridículas que suenan las dos palabras juntas: “niño”, “ilegal”.

El mes pasado en Nueva York se votó en contra de la Dream Act. Hubo 29 votos a favor y 30 en contra. La versión federal del Dream Act básicamente permitiría que a algunos jóvenes inmigrantes “ilegales” les sea otorgada una residencia permanente condicional y, más adelante, si cumplen con otras condiciones, la ciudadanía. La Dream Act federal se propuso por primera vez en 2001 y aún no se ha aprobado, pero en algunos Estados existen ya sus versiones edulcoradas. Las actas estatales, a diferencia de las federales por ejemplo, no pueden concederles a jóvenes indocumentados la nacionalidad, pero sí, por lo menos, posibilitan que estudien en instituciones de educación superior, con becas y programas de financiación locales.

Se calcula que en EE UU hay casi 12 millones de inmigrantes ilegales, y en el Estado de Nueva York, más de medio millón; entre ellos, miles de niños. La Dream Act estatal es la única salida que tiene el niño o niña que escribió la frase en esa cartulina para no ser uno de los millones de sirvientes invisibles de la ciudad, la llave única para alcanzar una aspiración regular de las clases medias universales –ser abogado, doctor, escritor, maestro– en el país más rico y desarrollado del mundo. Como están las cosas, el apelativo ‘dreamer’ es más bien un chiste cruel.

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