La caja B
Es el reverso, el pozo insondable y al parecer inagotable del que mana la verdadera economía
La caja B, ese activo de la economía nacional que últimamente protagoniza los noticiarios, es como aquel famoso disco de Pink Floyd: El lado oscuro de la luna. Es como esa zona de nuestro satélite natural que, aun cuando no se ve, es el sustento de la cara visible; es más, sin esa parte fosca no tendríamos luna. La caja B es la oscuridad que fija la luz de la caja A; sin ella, para continuar con el razonamiento de la parte fosca, el andamiaje económico de unas cuantas instituciones se desmoronaría. Digamos que la caja A es el anverso que fiscaliza Hacienda, son las cuentas que, por poner un ejemplo, dejaba ver el duque Urdangarin, mientras que la caja B es el reverso, el pozo insondable y al parecer inagotable del que mana la verdadera economía. Aunque también hay casos en los que el orden se subvierte: la caja B de Bárcenas es mucho más visible y luminosa que su modesta caja A. Digamos, para simplificar, que la caja A es la pantalla de la caja B e imaginemos, como ejercicio, que esta jerarquía entre la caja oficial y la caja oscura es la metáfora de la política española. Así tendríamos que, por poner otro ejemplo, la ley del aborto que propone el ministro Gallardón es la caja A, que sirve de pantalla para poder operar con tranquilidad la verdadera movida que se cuece en la caja B. Y lo mismo sucede con esa evidente caja A que es el rifirrafe diplomático alrededor del peñón de Gibraltar, cuyo sustento es vaya usted a saber qué maniobra, qué negociación u operativo aliñado bajo el manto protector de la caja B. O, por poner otro caso de rabiosa actualidad: ¿qué contendrá la caja B de esa vistosa caja A que es el proceso independentista del Gobierno catalán?
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