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Qué mueve a... Aua Keita

“Si las mujeres no son dueñas de la tierra, jamás serán independientes”

La activista ha conseguido que 320 mujeres sean reconocidas como propietarias de sus terrenos en Guinea Bissau, un hecho histórico en el país

José Naranjo

Siempre recibe con una sonrisa. Es Aua Keita, de 42 años, nacida en Ziguinchor (sur de Senegal), hija de padres combatientes en la lucha de liberación nacional de su país, Guinea-Bissau. Ahora ella está inmersa en otra lucha, la de que las mujeres sean más libres y que el mundo en el que habita sea más justo. Gracias a su trabajo y su empeño, 320 mujeres de la región guineana de Gabu son hoy dueñas de sus tierras, algo histórico en este país, y prevé dar títulos de propiedad a otras 500 a lo largo del presente año. “Si no pueden ser propietarias, no pueden heredar y, por tanto, jamás serán independientes”, asegura Keita, con su eterna sonrisa.

Tras la muerte de su padre en 1982, el Partido Africano para la Independencia de Guinea y Cabo Verde (PAIGC) le concedió una beca para ir a Cuba a estudiar, donde permaneció desde los 12 hasta los 20 años. Sin embargo, la prolongada ausencia le resultó muy útil. No solo aprendió un fluido español que aún conserva, sino que pudo estudiar Ingeniería Agrícola. “Regresé con todos esos conocimientos para ayudar a las mujeres que cultivan arroz, muchas más que los hombres y que trabajan durante todo el día”, asegura.

Fue en 1995 cuando empezó a poner en práctica sus ideas, aplicando los valores que aprendió “primero con mi familia y luego en la escuela”, apunta. El Proyecto Agro Silvo Pastoril (PASP), una iniciativa de cooperación financiada por el Gobierno holandés, le dio la primera oportunidad hasta que en 2002 comenzó a trabajar para una ONG llamada Aprodel en la que se encarga de los temas de género y seguridad alimentaria.

“En Guinea-Bissau los djargas (jefes locales) son los responsables tradicionales de las tierras de la comunidad en un sistema en el que los hombres son quienes controlan los recursos y deciden sobre su utilización y beneficio”, explica. En este contexto, un complejo sistema de normas que proviene del uso y la costumbre, las mujeres solo pueden acceder a la tierra como un instrumento de garantía de la supervivencia familiar, pero sin poder decidir nada ni mejorar sus condiciones de vida. La trabajan, pero no es suya. Sus padres, maridos o hermanos les pueden ceder una parcela de la tierra que tienen adjudicada a modo de préstamo, “pero algo que suele ocurrir es que luego los hombres las recuperan cuando estas parcelas están dando su producto, sienten envidia”.

Dentro de su trabajo con Aprodel, socio local de la ONG española Alianza por la Solidaridad, Aua Keita comenzó a reunirse con asociaciones de mujeres y líderes tradicionales de las regiones de Gabú y Bafatá. Pronto emergió este problema. Y Keita lanzó una intensa campaña con las autoridades político-administrativas para, primero, legalizar las tierras y, en segundo lugar, darles títulos de propiedad a las mujeres. Así, logró que cuatro djargas cedieran una hectárea cada uno (10.000 metros cuadrados) de manera gratuita a las mujeres de sus aldeas: Cupuda, Sissaucunda Samanco, Colondito Mori y Helacunda. “La idea era garantizar que un día, los hijos o nietos del jefe no vinieran a arrebatar la tierra a las mujeres, como ha ocurrido en otras partes. Y para eso era necesario un documento de propiedad”, añade.

Dichos documentos son los Títulos de Concesiones de Tierras, con una duración de hasta noventa años renovables. “Es algo nuevo, histórico en Guinea-Bissau, un movimiento que ha empezado en el norte del país pero que ya estamos en contacto con otras asociaciones de mujeres en el centro y sur para extenderlo hasta allí”. En estas cuatro parcelas, el Convenio SAGE en el que colaboran Aprodel y Alianza por la Solidaridad suministra apoyo técnico, herramientas, equipamiento como pozos o paneles solares, semillas y seguimiento. Y las mujeres, dueñas al fin de la tierra que trabajan, ponen sus manos y su esfuerzo. Cebollas, tomates, pimientos, berenjenas, zanahorias y lechugas asoman ya de la primera tierra de Bissau con nombre de mujer.

En Sissaucunda Samanco, Arga Balde es una de esas mujeres. “Antes no podíamos ir a las reuniones del pueblo, pero ahora vamos y tomamos la palabra. Pensamos que las cosas van mejor y nos sentimos orgullosas por ello”, asegura. Aua Keita sonríe una vez más. “Queremos seguir con este proceso porque el problema lo tienen todas las mujeres guineanas. Y por la experiencia de estos cuatro pueblos nos hemos dado cuenta de que los maridos también están contentos y apoyan”, dice. Y es que los cultivos de contra estación, que no dependen de la lluvia, son una garantía para la seguridad alimentaria de todos. Sin distinción de sexo.

Otro de los problemas que favorece la invisibilidad de las mujeres guineanas es el analfabetismo, que se eleva al 75% en las zonas rurales, tasa muy superior a la masculina. Por eso, Aua Keita insiste en que “es necesario alfabetizar para empoderar, nuestros cursos están contribuyendo también a cambiar las relaciones desiguales que existen en este país y a aumentar la autoestima de las mujeres”. En un rincón apartado de Sissaucunda Samanco, al aire libre pero a la sombra de un magnífico árbol, un grupo de mujeres aprenden a leer y escribir. Y a hacer las cuentas del dinero que entra y sale de la casa. El jefe de tabanca (aldea), Yahya Buaro, resume la nueva situación: “Ahora los hombres tienen que pedir dinero a sus mujeres para el té”.

La Constitución reconoce la igualdad e incluso la incluye en el acceso a la tierra, pero la costumbre ha relegado siempre a la mujer, hasta el punto de que hasta tienen que pedir permiso para poder usar el fruto de su trabajo. Pero esto va cambiando poco a poco. “Con tanta inestabilidad política y con el peso de la tradición, las leyes no se aplican. Por todo esto el activismo de género en Guinea-Bissau es clave, no es una cuestión que se pueda olvidar”, finaliza Keita

Sobre la firma

José Naranjo
Colaborador de EL PAÍS en África occidental, reside en Senegal desde 2011. Ha cubierto la guerra de Malí, las epidemias de ébola en Guinea, Sierra Leona, Liberia y Congo, el terrorismo en el Sahel y las rutas migratorias africanas. Sus últimos libros son 'Los Invisibles de Kolda' (Península, 2009) y 'El río que desafía al desierto' (Azulia, 2019).

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