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Construir África desde dentro

Xavier Vilalta traslada a Etiopía y Túnez las enseñanzas de su abuelo payés, observar y actuar El secreto de su éxito: encontrar la conexión entre las personas, el lugar y la naturaleza

Anatxu Zabalbeascoa
Un boceto del exterior del Mercado Lideta, en Addis Abeba.
Un boceto del exterior del Mercado Lideta, en Addis Abeba.

El arquitecto Xavier Vilalta (Mollerussa, Lleida, 1980) está a punto de inaugurar su primer edificio en África, el Mercado Lideta de Addis Abeba (Etiopía). “Construir tus ideas no es fácil. Hay que saber convencer. No solo eso. Una vez se enciende la vela, hay que mantener la llama hasta que se acaba el edificio. Si en un momento se apaga, el proyecto se te puede escapar”, explica.

Sabe de qué habla. Tras levantar sus primeros proyectos en España, comenzó su aventura africana hace tres años cuando un promotor le preguntó si quería irse con él a construir una escuela de oficios en ese continente. Vilalta tenía entonces 29 años y no pestañeó antes de aceptar. Allí empezó todo. Para trabajar en el Melaku Center (en Mekelle, al norte de Etiopía) tuvo que aprender de nuevo a ser arquitecto: “Necesitaba otras herramientas para responder a un entorno y unas condiciones que no conocía”.

Mereció la pena buscarlas. Un promotor descubrió el edificio y lo invitó a concursar en el diseño para un centro comercial en Addis Abeba. “Lo ganamos proponiendo un mercado en lugar del centro comercial”. Es el inmueble que ahora concluyen: un edificio que respira, con patio interior y orificios en la fachada “que recuerdan a los trajes de las mujeres etíopes”, cuenta.

La maternidad en Woldya (Etiopía).
La maternidad en Woldya (Etiopía).

Su trabajo se fija en esos detalles, y sus ideas son una aplicación práctica de las investigaciones de Ron Eglash, un matemático estadounidense que descubrió que la escala fractal –la geometría de la naturaleza– se usa desde hace siglos en el arte y la arquitectura africanos. Tras diseñar seis proyectos en Etiopía –el último es un hospital en Woldia inspirado en los tukuls, las casas tradicionales de la zona–, le han llegado oportunidades de Túnez, ­Angola, Nigeria y la República ­Democrática del Congo.

Vilalta valora aprender a diario con una profesión que –ejercida escuchando en lugar de gritando– ayuda a cambiar las cosas. Él lo está viviendo en su propia piel, pero quien le dio la clave de escuchar antes de proponer fue su abuelo, un agricultor ilerdense con el que pasó los veranos de su infancia.

Josep Vilalta i Romà era payés. En el campo enseñaba a su nieto a mirar y cuidar los árboles: “Con él aprendí a observar para poder mejorar lo que nos rodea”. Con el tiempo, incorporó esa regla sencilla –parar, pensar y después hacer– a la arquitectura y a su vida. “Se trata de convertir lo existente en materia prima para crear”, insiste.

Los modelos importados de arquitectura y urbanismo no funcionan

Lo que Vilalta crea estos días es, sobre todo, confianza. Explica que en los países emergentes hay muchas contradicciones y tienden a importar modelos de fuera, “como si ser extranjeros los hiciera mejor que lo que tienen”. Lo conocido se desprecia por conocido, y parte de su trabajo consiste en deshacer ese equívoco. Ahí interviene el consejo de su abuelo sacándole partido a lo cercano. “Los modelos importados de arquitectura y urbanismo no solo no funcionan, sino que no forman parte del paisaje ni de la tradición local. No es fácil darte cuenta de eso cuando vives en una ciudad que está patas arriba”.

Vilalta se ha planteado trasladarse a vivir a Addis Abeba o a Túnez, pero cree que la distancia es buena y que ir y volver a Barcelona le ayuda a tener tiempo para pensar. Además de recordar al abuelo, explica que de pequeño pensó en ser músico. Hasta que se dio cuenta de que lo que le apasionaba en realidad era el orden de los pentagramas. Hoy considera que su profesión es una forma de vida: “Como persona y como arquitecto, cambio cada día y me influye cada experiencia que vivo”.

No hace planes de futuro, “ni profesionales, ni personales. Tengo que viajar mucho y sería difícil, aunque no imposible, pensar en una familia; pero si se diera el caso, me gustaría que mis hijos tuvieran una educación como la que he tenido, con valores y adaptada al siglo XXI”. Algunos de los valores que le han transmitido sus padres son, más allá de una extraña mezcla entre humildad y ambición, “que eres lo que haces” y que el patrimonio más importante consiste en la educación y, por tanto, en el conocimiento.

Fábrica en Sfax (Túnez).
Fábrica en Sfax (Túnez).

Tras estudiar en el Illinois Institute of Tech­nology (el Campus que ideó Mies van der Rohe en Chicago), Vilalta vivió un momento clave cuando proyectó la guardería de un pueblo ilerdense cerca de donde nació. “Volví a observar el lugar donde había pasado tanto tiempo de pequeño y me acordé de los árboles frutales, de la luz y la sombra”. Ese recuerdo se convirtió en un edificio que lo llevó a descubrir lo que quería conseguir con la arquitectura: encontrar la conexión entre las personas, el lugar y la naturaleza. Justamente eso trata de hacer en África.

Su Lideta Mercato escucha la tradición. Fue eso lo que hizo que la gente de TED –una organización que difunde ideas– se fijara en él. Hoy Vilalta es el único conferenciante español que ha hablado en el simposio TED Global, tras disfrutar de una beca en 2011. “Me han ayudado mucho. En España hay muchísimo talento que nos vendría bien compartir".

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