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RAYOS Y CENTELLAS
Columna
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El país de los mudos

A ningún político le conviene ponerse de acuerdo. Eso sólo les conviene a los ciudadanos, ¿y a quién le importan esos advenedizos?

Pep Montserrat

Hoy en día, en Cataluña hay dos tipos de líderes políticos: los que no quieren hablar y los que no pueden.

Lo demostró el presidente español, Mariano Rajoy. En enero declaró que él estaba completamente dispuesto a dialogar sobre el encaje de Cataluña en España, pero la actitud del presidente catalán, Artur Mas, hacía “imposible” cualquier entendimiento. La respuesta de Mas fue igual de elocuente. Aseguró que él tenía la mejor voluntad de dialogar, pero no era posible por culpa de la negatividad de Rajoy.

O sea: los dos querrían. El único problema es que ninguno quiere.

En lo personal, ninguno tiene nada que ganar en ese supuesto diálogo. Rajoy, fiel a su estilo, calcula que no necesita hacer nada. Le basta con negarse a mover ficha hasta que los planes secesionistas de Mas se estrellen por su propia fuerza contra la Constitución, la Unión Europea, el déficit, las calificadoras de riesgo, la incertidumbre y, en suma, los inconvenientes prácticos.

Mas tampoco necesita ningún acuerdo. Lo respaldan prácticamente dos tercios del Parlamento catalán y movilizaciones públicas de hasta un millón de personas (en una población de siete). Puede ofrecerles a todos ellos una consulta no vinculante –pero consulta– en la que preguntará: “¿Usted cree que Cataluña debería ser un Estado?”. Cataluña, estrictamente hablando, ya es un Estado, así que Mas no perderá en ningún caso.

En el mismo equipo alinea también el líder de la izquierda independentista, Oriol Junqueras. Junqueras, al menos, no finge interés por dialogar. Y con esa actitud, es el líder que más sube en las encuestas de intención de voto. Su posición es perfecta, lo que los norteamericanos llaman un win-win: si hay referéndum, se cuelga la medalla. Y si no hay referéndum, recibirá en sus brazos a todos los votantes desencantados de Mas. ¿Para qué iba a querer conversar justo él?

Las posiciones de estos grupos suelen ser irreconciliables. Tradicionalmente, el papel de mediador matizado ha recaído en el Partido Socialista, el amable, el simpático, que incluso ha gobernado en coalición con la izquierda española y la catalana. Y sin embargo, esta vez resulta muy difícil entender qué dice exactamente el Partido Socialista.

En 2012, el líder de los socialistas catalanes, Pere Navarro, anunció que se abstendría en todas las votaciones relativas a la consulta por la soberanía. Luego decidió que mejor no. Un grupo de independentistas se escindió del partido. Pero otro grupo, no. Ahora los socialistas votan, pero nunca están de acuerdo consigo mismos. En el lapso de un año han votado divididos en cuatro ocasiones, tanto en el Parlamento catalán como en el Congreso español. La última de estas votaciones se saldó con la suspensión de los cargos de los parlamentarios díscolos, pero no con su expulsión. Eso sí, para demostrar que el partido estaba muy enfadado con ellos, los hicieron sentarse en la última fila de su bancada. Toda una reprimenda.

Portavoces socialistas han querido ver en esto un ejemplo de la “posición plural” de su partido. Lamentablemente, tener una posición plural es no tener posición. En el tema catalán, el lema del Partido Socialista parece ser: “¿No tienes idea de qué hacer? Vota socialista, un partido como tú”.

En el país de los mudos, cada quien vive en su realidad paralela. La prensa advierte que se avecina un choque de trenes. Pero lo más probable es que cada tren descarrile por su lado. A fin de cuentas, a ningún político le conviene ponerse de acuerdo. Eso sólo les conviene a los ciudadanos, ¿y a quién le importan esos advenedizos?

@twitroncagliolo

elpaissemanal@elpais.es

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