Internet de qué cosas
La conexión web de los aparatos eléctricos podría alcanzar en 2020 a 26.000 millones de objetos, una revolución tecnológica que cambiaría nuestra vida
El oráculo ha hablado: 2014 será el año de la revolución de las cosas. Los objetos finalmente se liberarán de los seres imperfectos y emocionales que somos para conectarse entre sí y alcanzar la eficacia absoluta. Viviremos entre ghost devices (dispositivos fantasma). Dicen que trabajarán para nosotros.
Fue en el Consumer Electronic Show (CES) de Las Vegas donde se anunció que en 2020 habría 26.000 millones de objetos conectados a Internet. Y aquí no se incluyen ordenadores, tabletas y smartphones, sino refrigeradores, cocinas, televisores, termostatos… y así hasta 26.000 millones. “¿Te das cuenta de que serían tres objetos y medio por habitante del planeta, incluyendo ancianos y bebés?”, me dice escéptico el ingeniero Juan Pablo Puerta, que ha trabajado en Yahoo, Craigslist y Etsy. Su hábitat natural son los círculos techies de San Francisco donde la gente en los bares se mira de reojo la pulsera Nike+Fuel Band para ver cómo anda el otro de metabolismo y constantes vitales (un comportamiento neurótico-tecnológico, que confiere gran prestigio). Su incursión en el Internet de las cosas (también conocido por sus siglas en inglés, IoT) han sido los interruptores WeMo, para controlar con el teléfono (y dormido) los objetos de su casa. “Por ejemplo, encender la cafetera antes de despertarme”.
Vale. El móvil es un mando a distancia, pero el control sigue siendo nuestro. Hasta ahí llegamos, y no parece que en 2014 se vaya a transgredir mucho más. Una encuesta del Forrester Research entre consumidores estadounidenses reveló que solo un 28% estaba deseando controlar sus electrodomésticos con el teléfono. Un abrumador 53% dijo “no estar interesado”. “Solo tenemos cacharros aumentados que se controlan a distancia y recopilan información. En las casas aún no hay comportamientos emergentes. No hay un Internet de las cosas autónomo, los objetos dependen de nosotros para funcionar”, dice Puerta. “Cacharros aumentados” y “comportamientos emergentes” no son precisamente frases tranquilizadoras.
No había pasado una semana del CES cuando los venture capitals de Silicon Valley se pusieron muy nerviosos, los mismos que una vez por semana bajan de Sand Hill Road para “dar audiencia” a los estudiantes de Stanford en el Starbucks de Palo Alto. Google había pagado por un termostato, una alarma de humo y todos los ingenieros de la start-up Nest 3.000 millones de dólares. Una cantidad francamente alta. La única elucubración posible es que ellos sí crean en la revolución de los objetos y estén poniendo su pica en Flandes, como ya han hecho Cisco, Samsung y LG.
En 2014 ya hemos asistido al primer motín de las cosas. Con nocturnidad, alevosía y aprovechando la Navidad, el 23 de diciembre y 6 de enero se enviaron 750.000 correos espía desde, ¡atención!, routers, alarmas, webcams y, al menos, un refrigerador. La compañía de seguridad Proofpoint informó de que los amotinados no eran muchos, unos 100.000 objetos conectados, hackeados probablemente porque sus dueños olvidaron cambiar la contraseña que traían por defecto.
Muchas cosas tendrían que cambiar para que 2014 sea el año definitivo del IoT. Pero no se relaje, piense en el último electrodoméstico que ha entrado en su casa, ¿tiene conexión a Internet? Si su respuesta es “por supuesto”, sepa que posee usted un dispositivo fantasma en potencia. Y es así, querido lector, se empieza a formar parte de las revoluciones (al menos de las tecnológicas). Desde el salón y mirando tranquilamente la tele. O en la cocina exprimiendo naranjas.
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