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¿Para qué sirve una Academia?

Con sus 1.200 miembros, es la institución que organiza la gala de esta noche. Pero hace más cosas: incentiva el análisis y la formación, prepara encuentros, proyecta cine y otorga otros galardones.

Gregorio Belinchón
Garci y Berlanga, con el entonces presidente de la Academia, González-Sinde, en la primera edición, 1987.
Garci y Berlanga, con el entonces presidente de la Academia, González-Sinde, en la primera edición, 1987. EFE

Acabados los Goya –si todo fuera en hora, esta noche a la una ya estará todo el pescado vendido–, ¿qué hace la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas de España? ¿Hiberna? ¿Se pone a preparar la siguiente entrega de premios? El camino recorrido desde el 17 de marzo de 1987, cuando se entregaron los primeros cabezones (el apodo que reciben los trofeos con el busto del pintor aragonés), ha sido larguísimo. “Con el tiempo, la ceremonia ha cambiado mucho, porque aquella primera gala… Bueno, siempre digo que ese día empezaron los achaques del Rey, que asistió al acto”, bromea Enrique González Macho, actual presidente de la Academia. Incluso habría que retroceder un poco más en el tiempo, al 12 de noviembre de 1985, cuando en el restaurante madrileño O’Pazo se reunieron un puñado de pesos pesados del cine y redactaron un documento que supuso el germen de la actual institución, que cuenta con unos 1.200 miembros.

El primer presidente anfitrión de los Goya fue José María González-Sinde –su hija también acabaría encabezando la institución– en el cine Lope de Vega. Pero la gala, aun siendo la actividad más visible de la Academia, no es su única misión. González Macho desgrana para qué sirve la Academia de Cine: “Tiene que ser un punto de reflexión de la industria, un laboratorio de ideología profesional, un sitio en el que aunar posturas y buscar encuentros. Por supuesto, aquí debemos incentivar el análisis y la formación, sin olvidarnos de la promoción y difusión del cine español”. Durante años, un piso en la calle de Carranza servía de exigua sede de la institución, aposentada desde 2007 en un estupendo palacete en el inicio de la calle de Zurbano. “Con esta sede podemos realizar seminarios, encuentros, reuniones intersectoriales; en el salón de actos hay proyecciones diarias y gratuitas, además de editar la revista Academia”, cuenta González Macho, decimotercer presidente y cuyo mandato acaba en abril. “Al contrario que otras academias, la nuestra no para cuando se acaban los galardones. Por mucho que hagamos, por supuesto, no cumpliremos todo lo que se debería hacer, pero creo que vamos por muy buen camino”.

Pedro Almodóvar entrega un Goya a Penélope Cruz en 1999.
Pedro Almodóvar entrega un Goya a Penélope Cruz en 1999.ÁNGEL MILLÁN

La Academia no solo escoge la candidata española a los Oscar y entrega los Goya; también otorga los Premios Alfonso Sánchez, González-Sinde, la Medalla de Oro… “Y los premios profesionales, que cada año distinguen a técnicos cuya labor no está reconocida por un Goya, pero que por su trayectoria merecen un reconocimiento: son mis galardones favoritos”, apunta el presidente , que, como todos sus predecesores, no cobra sueldo. En realidad, la gestión diaria la comanda el director general de la Academia, Emilio A. Pina, responsable de repartir los tres millones de euros del presupuesto anual de la institución, la mayor parte procedente de las cuotas de los socios y de patrocinios privados –de los Presupuestos del Estado recibe 180.000 euros–. Aproximadamente un tercio de ese dinero va a los Goya, “un anexo dentro de la Academia, que ocupa unos tres meses en su organización”.

¿Y para qué sirve ganar el Goya? Económicamente para mucho, si la carrera comercial previa ha sido floja. La soledad, de Jaime Rosales, había sido vista por 41.000 personas tras seis meses en cartel. La semana después de la gala vendió 26.000 entradas y su carrera comercial finalizó con 119.000 espectadores. Tesis, de Alejandro Amenábar, llevaba 10 meses en los cines y solo 600.000 euros, hasta que ganó: recaudó dos millones más. La buena estrella, de Ricardo Franco, la semana antes de su galardón, en 1998, había recaudado 40.000 euros; la posterior, 198.000. Y El Bola, de Achero Mañas, antes de las candidaturas había ganado 330.000 euros tras 15 semanas en cartelera. La noche antes de los Goya alcanzó los 600.000. Y acabó superando los tres millones.

Siempre hay presiones”, reconoce el presidente, González Macho

Puede que dándole la vuelta a la pregunta queden claros algunos temores: ¿para qué no sirve una Academia de Cine? “No es un sindicato, ni una oficina de empleo, ni un órgano ejecutivo del cine español”, asegura González Macho. “Debe aunar las voluntades y el deseo de todo el colectivo del cine, y no solo de quienes estamos dentro”. El presidente no lo nombra ni confirma que se refiera a él, pero en el aire está el recuerdo del final del mandato de Alex de la Iglesia, cuando el entonces presidente intentó un acuerdo entre toda la industria sobre las descargas en Internet, y el PSOE, el PP y CiU acordaron una enmienda legislativa para sacar adelante la famosa ley Sinde. Contra las negociaciones de De la Iglesia se opusieron miembros de la Academia, e incluso su propia vicepresidenta, Iciar Bollain, le acusó de “abrir una crisis dañina e innecesaria”. Fueron tiempos turbulentos, ahora algo más calmados, aunque el actual máximo responsable comenta que “siempre hay presiones”. En otros momentos, los actos de los presidentes recibieron alabanzas unánimes, como el final del discurso de José Luis Borau en los Goya de 1998, cuando levantó sus manos pintadas de blanco en gesto de repulsa ante el asesinato del concejal sevillano del PP Alberto Jiménez Becerril y su esposa.

¿Qué queda para el futuro? Según su presidente, “debemos crecer, que entre más gente del cine español, que seamos la suma de toda la industria. Debemos lograr que se nos respete, no caer en la demagogia ni en lo facilón”. Y de paso, intentar que el público español vuelva a amar el cine patrio: todo un papelón.

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Sobre la firma

Gregorio Belinchón
Es redactor de la sección de Cultura, especializado en cine. En el diario trabajó antes en Babelia, El Espectador y Tentaciones. Empezó en radios locales de Madrid, y ha colaborado en diversas publicaciones cinematográficas como Cinemanía o Academia. Es licenciado en Periodismo por la Universidad Complutense y Máster en Relaciones Internacionales.

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