15 españoles en Los Ángeles
Nombres de primera fila de la industria cinematográfica se han mudado a Hollywood ante la deriva de un sector menguante. Viajamos a la meca del séptimo arte para conocer una explosión de cine español surgida a aquel lado del océano y curtida en barbacoas y paellas.
En la cocina de Julio Medem hay dos relojes colgados de la pared. Uno señala la hora de España y el otro marca el huso local, el de Los Ángeles. Las manillas de la Costa Oeste deben de rondar en torno a las 22 horas cuando el cineasta insiste en que sus invitados se queden un poco más. Toma una botella de ginebra en la mano, y alguien por ahí sugiere que prepara unos gin tonics increíbles, siguiendo un arte que le enseñó el actor Alfredo Landa hace años, con mucho hielo y mucho limón. Así que Medem comienza a trabajar los cítricos sobre la encimera. Fuera ha caído la noche y refresca. La barbacoa comenzó a la una en el jardín trasero de la casa. Durante un rato, el anfitrión se ausentó para ir a buscar su leña favorita, de cerezo. Y poco después surgía de una espesa humareda con los primeros chorizos criollos en una bandeja y una carne tierna y sanguinolenta.
Mientras, junto a la piscina charlan Zeltia Montes, una compositora de bandas sonoras, de 34 años, establecida en Los Ángeles en 2009, y Pedro Uriol, de 43 años, uno de los socios de la productora Morena Films (Celda 211 y Che, entre otras), recién aterrizado en la ciudad con la intención de abrir sucursal en la meca del cine. Un poco más allá se encuentra un eufórico David Martín Porras, de 31 años, con noticias de España, donde le acaban de premiar en la Seminci de Valladolid por su corto Inside the box. Los invitados hablan de cine. De sus problemas. De la subida del IVA y de que quizá sea el momento de bajar el precio de la entrada. Y entretanto Pau Brunet, barcelonés llegado en 2010 y autor del blog boxoffice.es, en el que analiza las taquillas mundiales, persigue con esmero al realizador donostiarra para conseguir una declaración.
Al día siguiente, tal y como lo habían pactado, aparecería en la revista Variety la exclusiva sobre uno de los próximos proyectos de Medem, un biopic del diseñador Carlos Balenciaga. Su primera película de ficción en casi cuatro años era noticia y Brunet tenía pensado escribir otra pieza para un confidencial español. Pero el anfitrión se le escurría y desaparecía en corrillos en los que hilaba anécdotas sobre el tenso estreno de La pelota vasca en San Sebastián o se adentraba en el salón para mostrar su colección de libros sobre la Grecia clásica, en los que se refugió al llegar a Estados Unidos. El primer año y medio aquí lo dedicó a escribir la novela Aspasia (editorial Espasa), la amante de Pericles. Luego, según dice en un momento dado señalando hacia el garaje que ha convertido en su estudio, ha pasado el tiempo “llenando el cofre”. Guiones. Ideas. Proyectos. Rodeado de muebles de Ikea. La idea fue mudarse con su familia a Los Ángeles un año. Algo transitorio. Y ya llevan tres en esta tierra.
El día después de la barbacoa, el director, de 55 años, abre la puerta en pantalón de chándal y sandalias. Hay una calabaza solitaria junto a la cancela de entrada. Restos de Halloween. Se queja de un oído y atribuye el dolor a algún virus de esos que viajan en avión por el mundo. Se sienta en el porche. En el cielo se oyen helicópteros y ronronea una autopista cercana. Dice: “Estar aquí es como poner distancia sobre uno mismo. Sobre el que fui y el que he sido. He aprendido mucho. He aprendido actitud”.
Medem no se marchó por la crisis. En su viaje se mezclan los motivos. Habla del fracaso de Caótica Ana (2007), que en su momento denominó “total, extraño, escandaloso y triste”; de cómo intentó resurgir de sus cenizas con una ambiciosa producción “de veintitantos millones” sobre Pericles y cuyo presupuesto, según avanzaba el descalabro económico, iba decreciendo hasta acabar en nada (terminó convertido en su primera novela); menciona motivos políticos, relacionados con su arriesgado documental sobre ETA, y que le han perseguido como una sombra desde entonces, y explica cómo acabó metiéndose en Habitación en Roma, proyecto de presupuesto bajo. No perdió dinero, pero se vio menos de lo esperado. Tuvo alrededor de dos millones de descargas ilegales, según su versión. Se estrenó en mayo de 2010. En agosto, la familia se mudó a Los Ángeles. El primer día fueron a la playa de Venice. Medem recuerda cómo su hija hundió las manos en la arena, como si estuviera conectando con el nuevo mundo. “Es increíble la ilusión que uno trae. Por supuesto, no ocurre lo que esperabas, pero sí otras muchas cosas”.
Para empezar, descubrió que no estaba solo. Al poco de llegar acudieron al Festival Recent Spanish Cinema, que se celebra todos los años en Los Ángeles. Un punto de encuentro. Un puente entre el cine español y Hollywood. Y aquella noche en que se pasaba También la lluvia, de Iciar Bollain, se le acercó Hermes Marco, un director de foto salido de la ESCAC (donde estudió J. A. Bayona, entre otros), que llegó en 2009 a Los Ángeles. Marco, de 35 años y nacido en Castellón, dice que cuando aterrizó en la ciudad había muy poco cineasta español. “Pero de repente, en 2010, empezó la avalancha. Y ¡pam! Estoy en la Recent y me encuentro con Julio Medem”. Le saludó y le comentó que hacía paellas en las que se solían reunir los emigrados del cine. La mayoría, gente que se había ido a estudiar allá y a buscarse la vida y comenzaban a labrarse una carrera. La primera a la que asistieron los Medem no fue en puridad una paella, sino “un empedrado con bacalao”, cuenta Marco. Y allí estaban Alexis Morante y Susana Casares. Ambos llegaron con una beca para cursar cine. De aquel encuentro surgió algo impensable en España. Comenzaron a romperse las barreras generacionales. A funcionar las sinergias. Y en eso tuvo mucho que ver Montse Sanz, la pareja de Medem y directora de arte habitual en sus películas.
Morante, algecireño, de 35 años, habla de aquellas primeras paellas mientras conduce un Jeep Cherokee de segunda mano por las calles atascadas. Le suena el móvil. Es Enrique Bunbury, artista que también vive aquí, pero evita las barbacoas: es vegano. Morante ha rodado ocho videoclips con él. Le asaltó en un concierto en el Nokia Theatre en 2009, y desde entonces han unido sus carreras. Pronto tendrá terminado un largometraje documental sobre una gira del músico en Estados Unidos. Y en 2012, cuando Bunbury iba a sacar el disco Licenciado Cantinas, le propuso rodar un videoclip extenso. “Lo hicimos aquí en Los Ángeles. Y se juntó un montón de talento español”, recuerda Alexis Morante. Montse Sanz, a la que había conocido hacía poco, aceptó llevar la dirección de arte. Pero no fue la única. La mayoría de jefes de equipo eran españoles afincados allí. La obra, de 25 minutos, fue nominada a un Grammy latino como mejor videoclip largo. “Ese reconocimiento fue el culmen, un éxito de todos. Ahora mismo con el talento que hay en Los Ángeles se puede hacer cualquier producción entre españoles”. Morante mira el GPS. El gusano rojo no avanza. Añade: “Ahora bien, hay una diferencia entre los que vienen con nivel A. Con todo hecho. A petarlo. Y luego está un nivel B. Que somos los que estamos intentando abrirnos paso desde aquí”.
El Festival Recent Spanish Cinema funciona como punto de encuentro entre Hollywood y el cine español.
En Los Ángeles han desembarcado figuras de primera fila. Con intención de quedarse. Hasta el punto de que una de las jóvenes cineastas que anda por allí dice medio en broma: “Hay más premios Goya aquí que en España”. Por poner un ejemplo, solo Javier Aguirresarobe suma seis galardones. Desde que hizo la dirección de fotografía de La carretera (2009) no ha vuelto a rodar en España. En Hollywood ha aprendido a filmar en digital y en 3D. Tiene 65 años. Comparte un apartamento en West Hollywood con su hijo Jon, quien, digamos, sería del “nivel B”, según la clasificación de Morante. Pasan poco tiempo juntos. El padre engancha un rodaje con otro. Ahora se encuentra en Toronto, con el remake de Poltergeist a varios grados bajo cero. A través de su hijo conectamos por Skype. Aguirresarobe dice que no le llaman de España. Es como si hubiera dejado de existir. Ha rodado casi 15 películas en cinco años. Todas a este lado del Atlántico.
No es el único. Hay muchos que ya estaban allí, como Jaume Collet-Serra o Luiso Berdejo. Y otros que han ido llegando. “Roque Baños, Achero Mañas [que está intentando montar el microteatro en la ciudad], Juan Carlos Fresnadillo…”, enumera Medem en el porche de su casa. “Todos han venido después que yo”. Y todos han pasado por alguna de sus barbacoas. Porque Hermes Marco, que era quien solía promover los encuentros gastronómicos, se mudó a Haití. “Y cuando nos quedamos sin sus paellas, Montse y yo cogimos el relevo”.
Roque Baños no pudo asistir a la última parrillada. Iba “a mil por hora”, en sus palabras, terminando la música para la próxima película de Spike Lee, Oldboy. Nos recibe un par de días después en su casita de madera. En el estudio hay un teclado rojo, tres pantallas y un libro curtido de Antonio Machado sobre la mesa. La pared del fondo ha sido cubierta por una enorme foto que muestra un puente rudimentario hecho de cuerdas y listones de madera cruzando un acantilado. Recuerda al de Indiana Jones y el templo maldito. En el lado de allá, una bruma envuelve la vegetación. Dice Roque que funciona como metáfora de su situación en Los Ángeles. “Ya se ve un poco. Antes era solo niebla”.
Baños, murciano, de 45 años, ganador de tres goyas y con otras cinco nominaciones, llegó en octubre de 2011 después de un par de malas experiencias en España. Ambas, en el fondo, relacionadas con el bajón en la financiación del cine y los malos modos instalados en la industria, una consecuencia de la crisis aún por estudiar. “Se empezaba a notar que había muy poco presupuesto y parecía que iba a peor”. Decidió darse un año de plazo para abrirse camino en Hollywood. “Venir aquí un mes no sirve de nada. Se tarda en entrar”. En ese año, en el que estuvo sin visado, yendo y viniendo como turista, mantuvo muchas reuniones, conoció a gente, pero las puertas parecían selladas. No salía “nada de nada; fue duro”, reconoce. Con las maletas de vuelta casi preparadas y el contrato anual de alquiler a punto de vencer, al borde del fracaso, recibió la llamada de Fede Álvarez, director uruguayo que entonces estaba acabando Evil Dead. Quería su música para la película. Resultó un taquillazo. Y eso ya es una carta de presentación en condiciones. De esas que abren, entre otras cosas, el camino al visado 01, el que gasta la mayoría de los entrevistados. En él se denomina a su portador “alien with extraordinary abilities”.
Tras el debut en Hollywood, llegó el encargo de Spike Lee, y en estos momentos Baños se mete a componer la banda sonora para la próxima película de Ron Howard. Se ha abierto un hueco hasta el punto de que Hans Zimmer, ganador de un Oscar por El rey león, le escribe SMS por su cumpleaños: “¡Hola, Roque! Felicidades. De verdad me encanta tu música. ¿Te apetece que algún día colaboremos en algo? Escríbeme un e-mail”.
Pero lo interesante de su historia fue como surgió la primera oportunidad: en una paella de españoles (cocinó Baños). En aquel encuentro conoció a María Aceves, actriz y productora, y esta le puso en contacto con Fede Álvarez. El músico español le escribió el siguiente mensaje a través de Facebook: “Fede, soy Roque Baños, compositor. No sé si estás por Los Ángeles, yo vivo aquí desde hace varios meses. Me gustaría que nos conociéramos. Avísame y quedamos. Un saludo! RB”. A lo que Álvarez respondió al minuto: “Estimado! Un honor saber de Ud, soy un gran admirador de tu trabajo desde hace tiempo. Gran fan de la banda sonora de La comunidad. Ahora estoy en NZ a 4 semanas de comenzar a filmar mi Evil Dead. Pero voy a estar por LA alrededor de septiembre y estaría buenísimo conocernos”.
Este tipo de cosas suceden en Hollywood. Y así funciona lo que ya algunos denominan aquí la “Spanish Mafia”. Contactos. Solidaridad. Y proyectos. Quizá el más sorprendente sea el de Medem y Balenciaga. Si acaba saliendo (se encuentra en desarrollo), sería la primera vez que dirigiría una película que no ha escrito. El guion lo firman Julia Fontana (29 años) y Pablo Gómez Castro (32). Dos desconocidos. Casados y aterrizados en la ciudad hace cuatro años con una beca. Conocieron a los Medem en “la Recent”, intimaron con Montse en el rodaje del videoclip de Bunbury y en un cortometraje de Susana Casares que acabó ganando un premio Emmy. Se lo comentaron. Ella les dijo que enviaran el libreto. Y a la semana, el donostiarra aceptó la propuesta. Los Ángeles, tierra de las oportunidades: “Nos une saber que somos españoles. Que estamos buscándonos la vida aquí”, dice Medem. En más de una ocasión, en el salón de su casa se ha organizado el pase de algún cortometraje. Se ve y se sugiere cómo podría mejorar. Así funciona la escuela de cine aquí. Y el relevo generacional.
Por supuesto, no todos los que están se conocen. Hay quien se deja ver poco, como Paco Cabezas, director sevillano que un día recibió la llamada de un mánager estadounidense. Había disfrutado su ópera prima, Carne de neón, y le veía posibilidades. En estos momentos, el realizador, de 35 años, termina el montaje de Tokarev, su primera cinta en Hollywood, un thriller protagonizado y coproducido por Nicolas Cage. Cabezas nos cita en Soho House, un club privado en el que se mueven las estrellas y los grandes productores, situado en la última planta de un rascacielos al borde de las colinas que siluetean la ciudad. Desde allí se ve una espesa capa grisácea cubriendo Los Ángeles. Una burbuja asfixiante. El sevillano ha quedado con un par de productores que le hablan de un proyecto de terror. Terminada la reunión, acudimos a la sede de WME, la segunda mayor agencia de representación de Hollywood, a un paso de Rodeo Drive. En las oficinas, Cabezas se reúne con su mánager y su agente. Poco antes, el director nos ha explicado la diferencia entre uno y otro: “Tu mánager es tu amigo. No toma decisiones por dinero. El agente ya es más tipo American psycho”. Este último se llama Rich Cook. Traje impecable, dentadura perfecta, tacos creativos. Confirma que hay muchos españoles. Quizá más que nunca. Representa a Cabezas y a otros ocho directores compatriotas. “No sé qué bebéis allí. ¿Zumo de talento?”, dice. “Los estudios quieren gente fresca. Sexi. Con estética nueva”. La reunión es una mezcla entre un capítulo de Entourage y la consulta del psicólogo. Cabezas confiesa sus dudas con proyectos que tiene entre manos y nombres de actores. Cook desempolva su lengua para tumbar algunos nombres. En Hollywood siempre hay que andar con la mochila llena. “En España tienes tu película y punto”, dice Cabezas. “Aquí necesitas seis. Luchas por todas. Es como una carrera de caracoles”.
No siempre salen, como le ha sucedido a Juan Carlos Fresnadillo, cuyo nombre ha estado vinculado, por ejemplo, a El cuervo y Los inmortales, antes de que se evaporaran. En estos momentos dirige el episodio piloto de una serie para el canal de cable estadounidense HBO. El realizador canario había coqueteado con Estados Unidos desde que un corto suyo fue nominado a los Oscar en 1997. Pero nunca había tomado la decisión de establecerse en Los Ángeles. Se mudó en marzo. Y uno de los motivos, reconoce, fue la situación en España: “La industria está parada. Ahora mismo, una película como Intruders [su último largo] no se podría hacer. Las teles han reducido la financiación, han recortado subvenciones, la taquilla ha caído brutalmente…”. Un dato es suficiente. En 2010 se produjeron 186 largometrajes en España. Este año, en septiembre se habían notificado 92.
Y en este nuevo escenario hay quienes han comenzado a mover un nuevo modelo. Más allá del cine español; un cine “hecho por españoles”, en palabras de Elia Urquiza, directora de documentales que forma parte de La Panda, una productora de la que son miembros 11 españoles con residencia en Los Ángeles (varios retratados en estas páginas). La empresa coproduce Open windows, la próxima obra de Nacho Vigalondo, con Elijah Wood y Shasha Grey. Por ahí van los tiros de esa nueva forma de armar largometrajes. “Tienen un inicio creativo o de capital español, pero no se pueden hacer en España. Se está rodando en inglés, con actores americanos y filmando en Estados Unidos”.
Un poco al estilo de Buried o Grand piano, por citar dos títulos que salen en la conversación con Luiso Berdejo. Estamos en una terraza de Santa Mónica con uno de los veteranos en Los Ángeles. Llegó en 2006 con Adrián Guerra [productor de las citadas películas junto a Rodrigo Cortés]. Nunca había rodado un largometraje. “Y después de siete años en España intentando hacer pelis, aquí me salió en seis meses. Con Kevin Costner [La otra hija]. Me mudé, y aquí sigo”. Su último trabajo es Violet, una rareza que ha escrito, dirigido y rodado en las calles de su ciudad adoptiva. Pagada, en gran parte, de su bolsillo. Toma el cuaderno de notas y escribe el nombre de sus jefes de equipo en el rodaje. Todos españoles. Algunos nombres coinciden con los del videoclip de Bunbury. Dice que quiso reclutar a los que pudo “como reconocimiento al cine español y a los profesionales que se han venido a buscarse la vida”. También cita a Cicerón: “Allí donde se esté bien, eso es la patria”. Y cuenta que en su película, una búsqueda desesperada por los rincones de Los Ángeles, hay un personaje americano que trata al protagonista igual que Estados Unidos le ha tratado a él: “Le ayuda, le acoge, le quiere, le cuida, le da calor”. Quizá hable de ese tipo recién levantado y bien aseado que descubre a un joven durmiendo en su piscina. En lugar de llamar a la policía, le prepara un zumo de naranja y unos huevos revueltos. Se acoda en la cocina de su mansión y escucha atento la historia de un español en Los Ángeles.
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