Nunca miramos hacia donde debemos
En los albores de este siglo XXI las agencias norteamericanas de calificación eran dechados de virtud. Los financieros empaquetaban lotes de hipotecas basura, sin posibilidad alguna de ser cobradas, y las agencias de calificación le estampaban la “AAA” en el lomo para venderlas por todo el globo.
En el sector del tráfico naval la cosa no iba a ser menos: una chatarra vieja, derruida y sumergible en cualquier momento recibía una calificación excelente (previo pago, eso sí) y a navegar. Así fue como la Agencia ABS certificó la idoneidad y excelencia del Prestige poco antes de que se desguazase solito a la vera de Finisterre. El juicio que interpuso el Estado español en EE<TH>UU contra la Agencia ABS no le importó a nadie. Se perdió (porque los americanos no están por reconocer sus vergüenzas) y punto. Del resto, 11 años después, se constata que no sabemos adónde se dirigía el barco, ni quién iba a comprar la carga, ni quién era el armador o por qué una chatarra así daba tumbos por el océano. Sabemos, por supuesto, que el Gobierno fue el culpable del desastre, que el ministro estaba cazando, que Rajoy leyó un texto que le pasaron los del batiscafo —el de los hilillos de plastilina— merecedor de la picota y que es indignante que estando tan clara la autoría, tan evidente la condena y tan palmario el reproche social, vengan ahora unos jueces a estropearlo todo.
Los españoles no habremos padecido ninguna de las dos guerras mundiales, es cierto, pero en cambio padecemos un cainismo genético que nos hace infelices hacia dentro e impotentes hacia fuera ¿Cambiaremos alguna vez?— Pablo González de Amezúa.
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