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Blanca Li: La maquinaria de una coreógrafa

Esta granadina, musa en Francia, celebra los 20 años de su compañía. Allí vive y trabaja rodeada de talento y… ¡robots! La tecnología y los humanos conviven enganchados en su nuevo espectáculo, que se presenta en Madrid el próximo 10 de abril

Lola Huete Machado
Blanca Li posa junto a un robot NAO.
Blanca Li posa junto a un robot NAO.Audoin Desforges

Blanca Li (Granada, 1964) hay que cazarla al vuelo desde que se levanta, y cruje la madera del suelo de su casa parisiense bajo sus pies descalzos, hasta que se acuesta, y esta vuelve a sonar con igual ritmo enérgico. Cual coreografía: crack, crack, crack… Silencio. El París de Blanca Li ya desconecta. Sus dos hijos descansan. Etienne Li, su compañero sentimental y mano derecha, prepara bajo una lámpara una clase de matemáticas. Tao Gutiérrez, su hermano y colaborador, incuba nuevas músicas bajo las sábanas. Su amiga Rossy de Palma se ha retirado en taxi, pegada al Instagram, por las calles vacías de la capital francesa, donde es gran figura; su admirado Azzedine Alaïa, el diseñador de diseñadores, sigue de juerga tras la exitosa première hoy en el Palais Galliera; algunas modelos de Jean Paul Gaultier visualizan los pasos de tango para el desfile de mañana, pues empieza la semana de la moda… La casa de los Li se aletarga con dos décadas de historia dentro en objetos, cuadros, libros, discos, papeles, plantas y juguetes de los chicos.

La coreógrafa duerme. Al fin.

Porque durante el día, todo a su alrededor es giro vertiginoso, una mélange de música, movimientos, voces, citas… los teléfonos móviles locos y el timbre de su estudio que no conoce descanso. Ella, cuerpo espigado de exgimnasta, morena, boca grande, voz grave, va de esto a lo otro, tan tranquila. De una orden a un paso o una música, de los elementos de la escenografía a la elección del vestido para el sarao nocturno que hoy toque. Mucho control multitarea se masca en los Estudios Calentito. Muchas voluntades. Un equipo. Es este un estudio con tres salas –lleva nombre homenaje al bar madrileño que Blanca Li abrió en los ochenta, en plena movida– situado en un edificio de la Rue de les Petites Ecuries, antes muy neoyorquino, ahora remozado, en el populoso y multiétnico Faubourg Saint Denis, junto a la Porte Saint Denis. Por este arco del triunfo entraban secularmente a París los reyes coronados en la basílica homónima y cruza ahora el mundo entero, se diría, entre restaurantes multiculturales, tiendas de chinos y peluquerías afro hasta bajo las piedras.

Ella no será reina, se ríe Blanca, pero hubo un tiempo en que se hacía el camino andado desde su casa en la zona de Ópera ordenando el mundo a sus pies. Hasta empujando el carrito de los niños lo recorría. Paso a paso, Rue de La Fayette, Faubourg Montmartre, el Folies Bergère…, cruzaba de un centro burgués capital a otro bohemio y pecaminoso, noctámbulo, pleno de arte e influencias externas… El presente y la historia se iban (se van, lo comprobamos) transformando al ritmo en que sus piernas avanzaban, cambiaba el paisaje urbano, los edificios… y su mente engendraba mil proyectos. Muchos son ya realidad, desde ballets y óperas para grandes escenarios (Metropolitan de Nueva York, Ópera de París…) hasta obras musicales (Enamorados anónimos), pasando por películas (Le défi, Corazón loco…), galas (el baile de la Rosa de Mónaco en 2008 o los Goya de 2012, sin ir más lejos), conciertos y videoclips (Lily Allen, Kylie Minogue, Paul McCartney, Daft Punk…), mucho desfile y publicidad de moda a lo grande y mucho premio (incluido el Bellas Artes en 2008 en España). Pero cuando mira atrás, aunque percibe la intensidad de lo vivido, tiene una sensación rara, asegura: “Sé mucho más, pero siempre parece que empiezo desde cero”. Y ahí es donde se nota la madurez: “Sigues teniendo esa página en blanco, pero ese momento deja de ser un sufrimiento, ahora me divierte, me excita. Antes, cuando empezaba era horrible, me costaba tanto arrancar… Ahí sí noto las dos décadas en esto: voy al grano, sé lo que quiero, pierdo menos el tiempo…”.

A. D.

Un caos aparente a ojos extraños es su día a día. Hay que ir rescatando y registrando pedazos de sus frases y sus actos –como si fueran fragmentos de la última coreografía, Robot, que ahora mismo su compañía “limpia” en una de las salas ante su atenta mirada (un, deux, trois; un, deux, trois; tatatata...)– y luego ir ensamblando esas piezas eclécticas, arriesgadas, una a una, hasta reconstruir la vida y obra de esta española peleona emigrada primero a Nueva York y luego aquí, a París.

Veinte años ya. Eso lleva. Eso celebra este 2013 que ya languidece. Los mismos también que tiene la compañía homónima con la que ha creado 14 grandes coreografías (desde Nana et Lila, 1993, pasando por Macadam Macadam, Borderline, Poeta en Nueva York…) y múltiples obras multiformato citadas en teatro, danza, televisión, publicidad, performance… Tanto y de tan alto vuelo últimamente que no solo Almodóvar ha contado con ella para su última película (Los amantes pasajeros), sino que hasta Beyoncé ha quedado prendada de su estilo de bailar contemporáneo: dos coreografías de videoclips le ha montado recientemente a la diva: el de Mrs. Carter´s World Tour y la campaña de H&M.

Es admirada Blanca Li. Un ejemplo. Esta misma noche, Carla Bruni Sarkozy la llevará consigo a un programa de France 2, adonde solo acuden sus amigos; invitados como Inès de la Fressange, Françoise Hardy o Julien Clerc, un programa clásico sábana titulado Vivement dimanche, donde Blanca se presentará subida sobre sus botas Louboutin, con robot NAO parlanchín en brazos, dejando boquiabiertos al público, a los técnicos y a la hierática ex primera dama.

“Que 20 años no es nada… y es tanto”, murmura ella en los Estudios Calentito, de espaldas al gran espejo donde todo se ve: pies desnudos, muchas cajas y cables, aparatos extraños que emiten la música de Tao bajo las órdenes del ingeniero Thomas Pachoud y asistentes… Y sentados, muy quietos, unos seres diminutos, muñecos de color azul y blanco, los NAO, observando, esperando su turno de baile como amantes despechados.

Seres humanos y máquinas. Un estudio cargado de ironía y momentos poéticos ha construido Blanca Li sobre el peso creciente de la tecnología en nuestro tiempo. Lo que nos quita y nos proporciona. Lo que representa a la hora de comunicarnos. “Enganchados a las máquinas vivimos”, apunta. Dos días de ensayos llevan entre la marabunta en la agenda. Sus dos asistentes, Glyslein Lefever y Déborah Torres, la sustituyen a ratos. “Yo lo que admiro en Blanca es la manera que tiene de hacer en un día lo que normalmente otra persona haría en una semana”, apunta la primera, soplando.

Claudia Gargano, amiga desde el tiempo de El Calentito en Madrid, la conoce bien y asiente. Asegura que a ella nada le sorprende. Ahora se encarga de ordenarle el archivo: “Una tarea bien complicada, para poner al día un trabajo increíblemente rico, poderoso, personal”. Conoció a Blanca en una fiesta en España cuando andaba con su grupo Las Xoxonees: “Yo la vi y de inmediato pensé ‘guau, esta mujer va lejísimos, esta mujer no tiene fin…’. Abrió el bar y allí me quedé a su vera, hasta hoy”.

Sé mucho más, pero siempre parece que empiezo desde cero. Sigues teniendo esa página en blanco, pero deja de ser un sufrimiento"

Una pausa en el ensayo. Descanso en el sofá. Hablamos de balance, irremediablemente. Asegura que ha reflexionado este año sobre su carrera, lo hecho y deshecho. “Me gustó levantarme un día y darme cuenta de que llevo todo este tiempo haciendo lo que soñaba ser de niña, bailarina. Y vivo haciendo lo que quiero, viajando, creando. Así que me dije: ‘bueno, si he llegado hasta aquí, es que me puedo pasar el resto de mi vida igual”. A Blanca no le gusta mencionar las dificultades financieras ni las frustraciones artísticas. Que las ha tenido.

En lo creativo no hay nada que piense que deba descartar o haber hecho de otro modo. “No, porque justo ese es el lujo que tenemos con espectáculos en vivo. Lo estrenas, y si alguna cosa no encaja, puedes hacer como yo ahora mismo con Robot, hago limpieza total, voy retallando, puliendo, aprovecho para colocar las cosas que se han perdido, porque una coreografía tiene vida propia; los bailarines van introduciendo elementos propios y la pieza se va desviando… Y entonces rehaces y es como si volvieras a estrenar”. Así hasta que un día algo le dice “fin”. “Es algo interno. Y entonces suelto el espec­tácu­lo. Me reconcilio con él, lo dejo de ver como algo mío, es el show, y ya lo disfruto, lo suelto, pero tardo de 10 a 20 representaciones”.

“I love Robot” (Amo Robot”), se lee en algunas camisetas, el título de la última obra. Apenas cinco veces la han representado, tres en su estreno en Francia y dos en Italia. El primero fue sonado. Palabras en EL PAÍS del crítico Omar Khan entonces: Robot deslumbra en Montpellier”. Y el texto: “Cinco pequeños NAO bailan sincronizados al ritmo de la música creada por estrafalarias máquinas… No hay ningún ser humano sobre la escena, pero está ocurriendo una coreografía con música en directo… Lo que verdaderamente sorprendió… es su sentido del espectáculo, la manera en que despliega esta mezcla imposible de esculturas musicales, robots, bailarines y parafernalia teatral cibernética, llegando a conseguir momentos deslumbrantes”. Y sí, por haber, hay aquí –lo vemos en el pase completo, de 90 minutos– hasta un dueto robot-bailarín, y un solo del NAO cantando el bolero Bésame mucho, interpretado en verdad por la propia Blanca en una grabación improvisada en el baño de un teatro.

Ha trabajado en todas partes. Desde la dirección del Centro Andaluz de Danza hasta la Ópera Cómica de Berlín... ¿Pero se considera una creadora francesa?, le preguntamos. “De algún modo sí, aquí me ven como propia, y cuando viajo casi siempre voy como representante de la danza francesa. Pero siempre está presente el hecho de que soy española; cuando me entrevistan o me reciben, soy “la española”, y eso me gusta, me gusta ser extranjera…”.

–¿Siente que hay o ha habido desinterés hacia la danza y, por extensión, hacia usted en España…?

A. D.

“Bueno, mira cómo han despedido a Mortier… El interés por la cultura, en general, siempre ha sido un poco extraño en España. Yo he visto que los políticos la usan para sus propios fines, no les interesa nada. Es una pose, una foto, y luego se olvidan. Por eso no hay danza ni difusión verdadera de lo cultural, no hay redes. Allí vas a veces a teatros municipales, a mí me ha pasado, a actuar y nadie acude a recibirte. Ensayas, haces el show… y ahí no viene nadie; recoges tus cosas y alguien llega y te dice ‘me han encargado que le entregue esto’. Te dan un sobre con un cheque y no ves nunca a quien te programó ni al director. Esto es inconcebible en Francia. Aquí siempre viene alguien a darte la bienvenida, a decirte: ‘encantados, este es el director, etcétera’. Hay un mínimo de cortesía, algo. Que no estás llegando a un hotel, que produces un espec­táculo, y, claro, eso implica mucho: es un modo de funcionar, es decir que a muchas de estas salas les da igual quien venga, no han hecho ninguna promoción, pueden estar incluso vacías o semivacías… nadie se implica”.

Hora de avances: un proyecto en Miami para un cabaret y otro en París, actuaciones, poner en marcha su película postergada y eterna, Cabaret latino. “Sé que la haré un día, me lo tomo con tranquilidad, pero saldrá… hay proyectos que tardan más y otros menos”. Y también de repasar lo penúltimo hecho. En 2009 estrenó El jardín de las delicias y luego Elektro Kif, una obra teatral de sabor mestizo que sigue rodando (como tantas otras que pone y repone, intemporales), producto de un encuentro casual con bailarines de tal disciplina, chicos de gimnasio y disco, segunda generación de inmigrantes. “Grupo étnico ‘de la banlieue”, se ríe. Siempre le gustó mezclar, compartir con otros artistas contemporáneos: “Me resulta enriquecedor. Así cada obra supone algo nuevo para mí”. Elektro Kif lleva tres años sin parar de girar por el mundo, en China, en Europa… “Menos una vez una sola actuación en España, en todos lados”, apunta.

Y fue después de hacer Elektro Kif cuando empezó a pensar en este Robot que ahora se trae entre manos. “Tenía ganas, la robótica, las máquinas siempre me han interesado, siempre he incorporado algo de ellas en mis espectáculos. Me fui a Japón, donde están obsesionados con la mecanización, buscando inspiración”. Y la encontró. Se topó con Maywa Denki, un colectivo de artistas que inventan sus propios robots musicales. Ellos son los autores de los que aparecen en el espectáculo. Tardaron casi dos años en ponerse de acuerdo vía email transcontinental.

Y ahí están los robots. De dos tipos: los creados por el colectivo japonés citado, extraños, caprichosos artilugios de material reciclado, pensados para ejecutar la música compuesta por Tao, y esos otros, los NAO, de ojos luminosos, de apenas medio metro, creados por la firma francesa Aldebaran Robotics, que bailan y hablan y se mueven e interaccionan con los bailarines… Nos fascinan… Se caen. Se levantan por sí mismos. Y se vuelven a caer.

“Tenemos que estar preparados para todo, puede pasar cualquier cosa en cada show. ¿No es curioso que sean las máquinas las que más improvisen en este espectáculo?”, se ríe la coreógrafa. Y eso es precisamente lo que le interesa.

Y esto es obsesión y maravilla al tiempo para los ocho bailarines de la obra. Lo dicen unos y otros. “Nada es fijo, hay que prepararse para improvisar y estar con la cabeza aquí y el ojo allá”, opina la mallorquina Margalida Riera, de 29 años, exbailarina de RTVE y también de Shakira. Lleva seis años con Blanca, a la que considera una madre: “Ella es todo lo que yo quiero como jefa, es humana, alegría, corazón, me ayudó desde el principio”. Muy osada al atreverse a esto, coinciden todos los bailarines que nos dan, además, frases para definirla. Yacnoy Abreu, cubano, de 27 años: “Si se enfada, son cinco segundos y ya… Curiosidad y osadía, así la describiría yo”. Emilie Camacho, de 33 años, medio portuguesa, caboverdiana y guineana: “Admiro su seriedad, la libertad que nos da y su honestidad”. Aliashka Hilsum, de 24 años y de origen ruso, mongol y holandés: “Ella es como la electricidad que pone en marcha las cosas”. O Samir M’Kirech, de 28 años: “No puedo en una sola frase: es demasiado. Loca, muy humana, fashionista, muy abierta”.

Geraldine Fournier: “Crea espectáculos muy físicos, pero sin presión. Es muy respetuosa con los otros, todo el mundo tiene su plaza, es muy horizontal siempre su planteamiento”. Gaël Rougegrez, de 33 años, y Yann Hervé, de 27, usan dos palabras: “Energía, sol”.

Berlín estaba prácticamente en bancarrota cuando yo aterricé. Todo eran recortes. Querían cerrar. Dije: 'Yo he venido para crear, no para destruir"

Hubo un tiempo en que Blanca Li abandonó París por otra ciudad. Se fue a vivir a Berlín, en 2002, al ser nombrada directora del ballet de la Ópera Cómica de la capital alemana. Pero aquello no duró: al poco abandonó. “Fue un intento de tener compañía institucional para evitarme, digamos, la parte dura de una independiente, donde sufres mucho buscándote el sustento… Pensé que estando en una institución todo eso estaría cubierto y entonces podría dedicarme a la creación sin tener que andar pensando cómo voy a pagar sueldos, todo lo administrativo… pero no fue así”. No le compensaba: “Perdía la independencia. Y fue difícil. Primero, por la relación tan funcionarial con los bailarines, tan diferente a lo que es en una compañía privada. Y segundo, que Berlín estaba prácticamente en bancarrota cuando yo aterricé, todo eran recortes, querían cerrar. De un día a otro me decían: ‘Hay que despedir a cuatro…’. ¡Era un sufrimiento mayor que en mi compañía con mis problemas económicos! Les dije: ‘Yo he venido para crear, no para destruir’. Y nada más irme, a los seis meses despidieron a la compañía entera”. Aun así, la experiencia fue muy valiosa. Aprendió algo: “Que tengo que estar rodeada de personas que compartan mi pasión, que tengan un sentido artístico. Era triste estar en un lugar donde se supone que debe primar la creación y ¡parecíamos un banco!”.

–Ha hecho mucho últimamente: publicidad, teatro, películas… ¿Prefiere algo en concreto?

“Lo que más me gusta tras la danza es el cine. Me divierte y cada vez trabajo más con directores más vanguardistas, en publicidades, videoclips… Es otra manera de ver el baile; una coreografía para la cámara es muy diferente, los planos van muy rápido, tienes que inventarlo todo. Por ejemplo, cuando Pedro Almodóvar me llamó para Los amantes pasajeros fue genial. En el avión ya iba yo pensando hacer esto, aquello. Me encanta ese estado de inventar constantemente. Y claro, en el caso de Beyoncé y otros es un gusto trabajar con artistas y directores de ese calibre que confían en ti plenamente. Todo es siempre un paso hacia delante, como de hormiguita…”. Asegura que nada de esto huele a Hollywood: “El del videoclip es un mundo que no tiene presión de grandes productoras. Artista y productor acuerdan un concepto y lo defienden a muerte. Se rueda y ya está”.

Dice que no admira a nadie especialmente, pero sí que está agradecida a muchas personas. Muchas la motivan. Pero en la noche del estreno de Alaïa en el Museo Galliera, bajo un cielo estrellado, con la Torre Eiffel iluminada y el todo París del glamour, la moda y la política cerca, ella cita a Raquel Boismene, su maestra y preparadora: “Nunca he tenido una lesión en mi vida gracias a ella: me enseñó cómo caer, a tener en la cabeza los movimientos del cuerpo, a no dejar que te sorprenda”.

Y lo que lleva también a rajatabla, afirma, es intentar estar al día: “Tengo mucha curiosidad por ver lo que pasa, salgo mucho en París o allá donde voy. Ahora acabo de llegar de Colombia, pues en la próxima película de mi hermana, Chus Gutiérrez, he coreografiado tres escenas con cientos de bailarines… Fue genial, salí mucho, a ver el ambiente, nuevos bailes, tendencias… Me fascinaban los pechos y los culos de las modelos en los escaparates: des-co-mu-na-les. ¡Eso allí se lleva!”, dice soltando una risotada.

–Los Gutiérrez (siete hermanos, hijos de funcionario de la Casa de Moneda y Timbre) son muy artistas, ¿cómo ha vivido este tiempo en su propia familia, con sus dos hijos?

“Cuando eres bailarina tienes miedo de que esto te frene, que tener un hijo signifique dejar de danzar, perder el cuerpo. Decidí que si me lo estaba pidiendo el cuerpo, es que era el momento. Fue hace nueve años, los que tiene mi hijo mayor… Di el paso. Y ahora me alegro mucho porque no cambió mi vida tanto. Era un falso miedo, no he sacrificado nada a nivel artístico. Sí, quizá es una suerte esta profesión, los he podido llevar conmigo de viaje. Y luego, la sensación del cuerpo que cambia… pues apenas unos meses después volví al escenario. Me di cuenta de que el cuerpo posee una memoria impresionante, que los bailarines poseemos una preparación increíble…”.

Es ahora, confiesa, cuando siente que ya no tiene la necesidad imperiosa de danzar y estar siempre en escena. “Es la evolución natural de la profesión, antes tenía que estar en el show, pero ahora ya no. Si estoy, bien; si no, también. Yo creo para los bailarines y lo disfruto igual. Mi cuerpo no está para hacer esto o no me apetece… ¡Es todo más fácil cuando estás en el escenario que cuando estás sentada en una silla! Y no dejaré nunca de bailar. Por las mañana necesito mi clase, que mi cuerpo esté activo; es adictivo, como tomar café”.

Pero de lo hecho y enumerado, el mayor éxito es su compañía. El haber sabido hacer de lo familiar una empresa. Y de la empresa, una familia. “Tengo un equipo impresionante, he recorrido este camino con mucha gente a mi lado. Por ejemplo, mis asistentes, bailarinas también antaño, que me sustituyen y estoy supertranquila. Si, por ejemplo, decido irme dos o tres semanas a Colombia, puedo hacerlo. Porque las tengo a ellas; tengo a Tao, que no necesitamos ni vernos; tengo a Etienne, que es mi base, se ocupa de toda la administración; a los técnicos y creadores de luces, escenografía y vídeo que llevan conmigo más de una década. Nos conocemos bien y he delegado mucho”.

Blanca Li ahonda en esa idea: “Delegar es importante para crecer. Hay momentos en que tienes que soltar amarras. Si no lo haces, malo. Confiar quiere decir que cuando la persona te dice: ‘Blanca, he tomado tal decisión…’, pues vale, no puedes descalificarla. Esto es algo que debes aprender. Y entonces ves que a veces toman decisiones incluso mejor que tú, defienden las cosas mejor, son más exigentes. Esto me da una libertad enorme, me permite ver qué es lo más importante en cada momento y poder dedicarme a otros proyectos que me llenan”. Y cuenta que ve muchos creadores cercanos que han llegado bien lejos, pero están solos. “Tan alto y tan solos…”, repite. Quizá muy máquinas, pero poco humanos.

'Robot', de la Cia. Blanca Li, se presenta en Teatros del Canal, en Madrid, del 10 al 13 de abril de 2014.

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Sobre la firma

Lola Huete Machado
Jefa de Sección de Planeta Futuro/EL PAÍS, la sección sobre desarrollo humano, pobreza y desigualdad creada en 2014. Reportera del diario desde 1993, desarrolló su carrera en Tentaciones y El País Semanal, con foco siempre en temas sociales. En 2011 funda su blog África no es un país. Fue profesora de reportajes del Máster de Periodismo UAM/El País

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