No podemos dar la espalda a Siria
El Asad volverá a usar armas químicas si no emprendemos una acción
Como persona que testificó en contra de la guerra de Vietnam hace 42 años, en la que había luchado, se me ha preguntado cómo podía testificar hoy a favor de la acción para hacer responsable al régimen de El Asad.
La respuesta es: hablé con mi conciencia en 1971 y estoy hablando con ella ahora, en 2013.
El secretario (de Defensa) Hagel y yo apoyamos una intervención militar limitada contra objetivos del régimen sirio, no porque hayamos olvidado las lecciones y los horrores de la guerra, sino porque los recordamos.
Se lo aseguro: si otro Vietnam u otro Irak estuvieran sobre la mesa en la Situation Room yo no me presentaría a defender esa intervención ante el Congreso.
Pasé dos años de mi vida trabajando para detener la guerra de Vietnam y me creé enemigos y perdí amigos por mi decisión de decir lo que pienso.
Así que no llego a mi punto de vista sobre la utilización de la fuerza militar en cualquier lugar sin una verdadera reflexión. Lo hago con la mirada puesta en los hechos y en la razón.
Estoy influido por Vietnam, pero no soy su prisionero. Y estoy influido por Irak, pero tampoco soy su prisionero.
Estoy influido por Vietnam y por Irak, pero no soy su prisionero
La defectuosa información sobre la guerra de Irak fue un legado grabado a fuego en todos los que ahora exponemos al Congreso las razones para actuar en Siria: el hecho de saber que estamos plenamente convencidos de lo que ahora decimos nos ha hecho plantearlo con la máxima urgencia.
Por mi parte y por la de Chuck Hagel, que votó en una ocasión anterior en un caso relacionado con los servicios de inteligencia que resultó no ser cierto —y lo lamentó profundamente— no pondríamos hoy a ningún miembro del Congreso en una tesitura semejante. En ningún caso.
Comprendo la tentación de recordar Vietnam e Irak y, por reflejo, pintar toda posible acción militar subsiguiente con el mismo pincel.
Pero hacerlo así significa ignorar lo que es Siria, y lo que no es.
En Siria no pondremos los pies sobre el terreno. No habrá un compromiso indefinidamente abierto. No habrá una asunción de responsabilidad por la guerra civil de otro país.
Esas y otras diferencias con Irak son las exactas razones por las que muchos miembros del Congreso que se oponían a esa guerra y votaron contra ella apoyan hoy esta acción contra Siria.
Así que, ¿en qué consiste (la acción en) Siria? Se trataría de una intervención medida, para dejar claro que el mundo no se quedará con los brazos cruzados permitiendo que las normas internacionales contra la utilización de armas químicas sean violadas por un dictador brutal dispuesto a gasear mortalmente a centenares de niños mientras duermen. Nuestra intervención consistiría en una acción militar limitada y específicamente dirigida contra objetivos militares sirios, diseñada para disuadir a Siria del uso de armas químicas y mermar la capacidad del régimen de El Asad para utilizar o trasladar tales armas en el futuro.
Así que, ¿qué es lo que está en juego aquí? ¿Qué hizo que el presidente viniera al Congreso para pedirle que autorizara la intervención?
Aquellos de nosotros que creemos en el orden internacional y que creemos en los esfuerzos para garantizar el respeto a determinadas normas internacionales contra las armas químicas, nos jugamos mucho en este debate.
Durante casi 100 años el mundo ha defendido la existencia de una normativa internacional contra el uso de armas químicas.
Hay una razón por la que Estados Unidos se adhirió a las Convenciones de Ginebra. Hay una razón por la que Estados Unidos y el 98% del mundo son signatarios de la Convención sobre Armas Químicas. La razón es esta: nuestra nación es más segura si esas normas son sólidas. Nuestros intereses están protegidos si esas armas dejan de existir. Nuestros aliados y socios están protegidos si esas amenazas se reducen.
El mundo está de acuerdo con nosotros: se utilizaron armas químicas al este de Damasco el 21 de agosto. Docenas de países y organizaciones de todo el mundo reconocen el uso de armas químicas en Siria, y muchos de ellos así lo han dicho públicamente. Muchos países y organizaciones también han manifestado, en público o en privado, que el régimen de El Asad es el responsable. Y seguimos sumando apoyos por todo el mundo cada día.
El 98% del mundo es firmante de la Convención sobre Armas Químicas
Permítanme ser claro: no tengo dudas de que El Asad volverá a utilizar armas químicas una y otra vez a menos que emprendamos una acción.
No tengo dudas de que nunca asistiremos a una mesa de negociación para unas conversaciones de paz, por la que hemos presionado, si El Asad cree que puede salir de apuros a base de gas, del mismo modo que nunca habríamos tenido las conversaciones de paz que condujeron a los Acuerdos de Dayton si la intervención militar no hubiera formado parte de la ecuación.
No tengo dudas de que si miramos a otro lado no solo nos arriesgamos a que El Asad repita el empleo de armas químicas dentro de Siria, sino también a ulteriores consecuencias para nuestros aliados y amigos de la región, como lo son Israel, Turquía, Jordania, Líbano e Irak.
Cuando oigo de primera mano que en Israel unos padres corren aterrorizados a comprar máscaras de gas para sus hijos, eso me recuerda que son muchos los que viven cerca del reino del terror de El Asad.
Y no tengo duda de que todo el que quiera ver una solución diplomática a dos de los mayores desafíos a la no proliferación en el mundo —Irán y Corea del Norte— debe preguntarse: ¿Será más probable que esos dos países se lancen hacia la proliferación y la provocación si comprueban que las acciones de El Asad quedan sin respuesta? Yo sostendría que todos conocemos la respuesta a esa pregunta: será más probable que lo hagan.
Aquí los costes de la inacción son mucho mayores que los costes de la acción.
Algunos han preguntado por qué estamos considerando intervenir sin el respaldo del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas.
Es por la misma razón por la que, en Kosovo, el presidente Clinton no ligó su conciencia a un veto ruso o chino en Nueva York: en Kosovo, sin una sola baja norteamericana en combate, los países con conciencia actuaron y el mundo es un lugar mejor porque así lo hicimos.
Era lo que se debía hacer entonces y es lo que se debe hacer ahora.
Ya sabemos quién utilizó armas químicas. Sabemos cuándo se utilizaron y cómo se utilizaron. Desearíamos que Naciones Unidas mantuviera hoy una posición de defensa de esas normas en lugar de tener bloqueada toda acción por la obstrucción de Rusia y de China, porque creemos en esa institución.
Pero también creemos firmemente que no podemos volver la espalda y decir que no podemos hacer nada. No podemos permitir que se utilicen esas armas para masacrar impunemente a inocentes.
Este es un voto de conciencia. Y sé que las mismas razones que me obligaron a alistarme y servir en la Marina de Estados Unidos, y las mismas razones que me obligaron a manifestar mi oposición a la guerra en la que había luchado, me dicen ahora que la causa de la conciencia y de la convicción es la causa para la intervención en Siria.
John Kerry es secretario de Estado de EE UU.
Traducción de Juan Ramón Azaola.
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