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EL LEGADO DE MANDELA EN 'EL PAÍS SEMANAL'

Palabra de Nelson Mandela

“No creo que nada haya suscitado tanta repugnancia en la época moderna, con la excepción de las atrocidades contra los judíos, como el 'apartheid'”, aseguraba el líder sudafricano en una entrevista de 1998

Nelson Mandela posee la sonrisa más famosa del mundo entero. Desde que salió de la cárcel, el 11 de febrero de 1990, un millón de fotografías han captado su expresión tranca y alegre. Sin embargo, cuando se está sentado ante él y se le hace una pregunta, su rostro se transforma en una máscara pétrea. Los ojos fijos en un punto lejano, los labios fruncidos con obstinación, toda su cabeza tan inmóvil como la del busto de un emperador romano. Intimida. Para empezar, no se sabe si está prestando atención a la pregunta. Pero hay algo mucho más desorientador e intimidatorio, la sensación de hablar con un monumento, una imagen de la eternidad; una sensación acentuada por la seguridad de que el hombre que está delante es el coloso moral de nuestra época, un individuo cuyo ejemplo va a seguir inspirando a la humanidad para siempre.

Pero Mandela escucha. Con inmenso alivio, el entrevistador descubre, al terminar de balbucir su pregunta, que lo que parecía una estatua abstraída es un modelo de concentración tan absoluta que podría estallar una bomba y el ni siquiera parpadearía. Habla animadamente, gesticula con las manos, abre mucho los ojos para subrayar lo que considera una gran verdad y los cierra casi por completo cuando intenta hacer hincapié en un punto concreto de su argumentación. Y, aunque podría esperarse que, a sus 80 años, al final de una vida extraordinariamente dura, sus facultades estuvieran algo mermadas, lo cierto es que habla con energía, claridad y notable precisión en los detalles, tanto históricos como contemporáneos. Sonríe una sola vez durante la hora de entrevista en su espléndida residencia presidencial, situada en una colina de Pretoria y, en otro tiempo, el baluarte del Gobierno dictatorial blanco. No sólo sonríe, se ríe como si estuviera contando una broma sobre sí mismo cuando recuerda el momento en el que leyó, durante el famoso proceso de Rivonia de 1964, las “intranquilizadoras” informaciones de que quizá no iban a sentenciarle a cadena perpetua, como resultó al final, sino a la horca.

Por lo demás, está serio, porque el tema del que se habla no invita a demasiadas frivolidades. Se trata de la Declaración Universal de Derechos Humanos, un documento cuyo espíritu él encarna más que ninguna otra persona viva. En octubre del presente año demostró su fidelidad a dicho espíritu, en especial su pasión por la justicia y el imperio de la ley, cuando se enfrentó a su propio partido, el Congreso Nacional Africano, y expresó su apoyo a la labor de la admirable Comisión de la Verdad y la Reconciliación de Suráfrica (CVR). La Comisión ha dedicado tres años a investigar 31.000 casos de violaciones de los derechos durante los años del apartheid, y en el mes de octubre publicó un informe de un millón de palabras que pasará a la historia —de forma muy oportuna, en el año del cincuentenario— como uno de los documentos más ejemplares de este siglo.

La declaración Universal de Derechos Humanos se convirtió en una Biblia que citábamos contra el 'apartheid' ”

Cuando el CNA, la organización a la que Mandela ha permanecido fiel a lo largo de toda su vida política, presentó una demanda contra el informe en los tribunales, con el fin de impedir que se publicara, él no dudó en mostrar su desacuerdo, ya que pensaba que el trabajo era un ejercicio de catarsis necesario cuyos beneficios para la nación eran superiores a cualquier mezquino interés partidista.

En su despacho de la residencia presidencial, en la colinas de Pretoria. Un antiguo baluarte del poder blanco
En su despacho de la residencia presidencial, en la colinas de Pretoria. Un antiguo baluarte del poder blancoJOANI SÁNCHEZ

Desde entonces, varias voces dentro de su propio partido han pedido al Gobierno que ignore el llamamiento de la Comisión para que se presenten cargos contra quienes cometieron las violaciones de los derechos humanos y se negaron a aparecer ante ella para confesar sus crímenes. Dichas voces exigen que se conceda una amnistía general, algo que Mandela rechaza por completo en esta entrevista.

—Naciones Unidas proclamó ante el mundo la Declaración Universal de los Derechos Humanos en 1948. Una ironía histórica, dado lo que ocurrió en Sudáfrica ese mismo año, el año en el que el Partido Nacional llegó al poder y, bajo la etiqueta del apartheid, empezó a dar al racismo categoría de ley. ¿Le afectó de alguna forma el documento de Naciones Unidas en aquella época?

—La Declaración recibió enorme publicidad, sobre todo teniendo en cuenta la política sudafricana, porque el Gobierno del Partido Nacional llegó al poder sólo tres años después del final de la Segunda Guerra Mundial; una guerra que se libró para destruir el fascismo y que elevó las esperanzas de los negros —sobre todo en este país— de que su participación en la lucha contra un mal que destacaba la superioridad racial, junto a las atrocidades cometidas contra los judíos, iban a producir cambios en nuestra nación. Era, además, una época de descolonizaciones, por lo que las expectativas eran muy altas. La Declaración nos llegó con esos antecedentes, y sobre todo gracias a la contribución que hizo la India. Esta país tenía todavía fresca la tinta de su nueva Constitución cuando decidió ocuparse del tratamiento que recibían las personas de origen indio en Sudáfrica y luego amplió su labor a toda la gente que sufría bajo el régimen del apartheid. Gracias a la intervención de la India conocimos la Declaración. Pero, sobre todo, mientras el mundo avanzaba hacia una nueva organización en la que los factores étnicos tendrían menos importancia, las personas serían tratadas como iguales, Sudáfrica retrocedía,y la Declaración Universal de Derechos Humanos se convirtió en una Biblia que citábamos para condenar la política del apartheid.

—Voy a plantearle una pregunta ligeramente provocadora. Acaba de mencionar la India. En aquellos primeros tiempos de su trayectoria política, a finales de los años cuarenta, cuando estaba en el movimiento juvenil, era lamoso por tener una posición muy africanista y no simpatizar, en absoluto, con la idea de que los no africanos participaran en la lucha de liberación. ¿No cree que quizá actuaba usted, en aquella época, de forma algo contradictoria con la Declaración?

Hemos exhumado tumbas en las que había personas asesinadas porque osaron enfrentarse a los blancos

—En parte era cuestión de falta de madurez política, sobre todo porque la comunidad india estaba formada por personas con una capacidad absolutamente increíble y tenía muchos más recursos que nosotros. Creí que para nosotros sería un error juntar nuestras fuerzas con las suyas porque inmediatamente se harían con el mando v nuestra contribución pasaría inadvertida. Al mismo tiempo, tenia contactos con destacados intelectuales indios con quienes sostuve numerosas discusiones. Pronto me di cuenta de que estaba equivocado, porque lo importante no era el color de un hombre, sino los ideales que defendía. Se dirigían a cada uno, como individuo, y le decían: “Luchamos contra la opresión racial. ¿Por qué tenemos que luchar entre nosotros? ¿Qué tienes contra nosotros?". Eran muy astutos, porque entonces yo no tenía ninguna bandera clara y, cuando te atacan y estás rodeado de gente, intentas defenderte, pero, cuando estás solo y alguien te dice: "Luchamos contra el mismo mal que tú, ¿qué tienes en nuestra contra?”, te encuentras totalmente desarmado. Y acabaron convenciéndome de que mi opinión estaba equivocada. Y tuve que hablar con los miembros de mi organización y decirles que había que revisar nuestra postura.

—Usted es un estudioso de la historia: en cierta época de su vida dispuso de mucho tiempo para leer... Me refiero a los 27 años que pasó en la cárcel. Quizá sea una pregunta difícil de responder. pero ¿dónde colocaría usted el apartheid en la escala de las atrocidades del siglo XX?

—Con la excepción de las atrocidades cometidas contra los judíos durante la Segunda Guerra Mundial, no hay ningún crimen que haya recibido una condena tan generalizada del mundo entero como el apartheid. Y lo peor es que una comunidad —una minoría que decidió suprimir a la abrumadora mayoría del país— utilizó el nombre de Dios para justificar las barbaridades cometidas contra la mayoría de la población; no creo que haya en la época moderna nada que haya suscitado tanta repugnancia, con la excepción de las atrocidades contra los judíos, como ya he dicho.

—Sin embargo, existe un matiz importante, en el sentido de que, si se tienen en cuenta las violaciones de los derechos humanos a escala tísica, tangible, no solo el fenómeno institucional del apartheid, la experiencia sudafricana no fue tan terrible como, por poner ejemplos de la historia reciente, las de países de Latinoamérica como Chile, El Salvador o Argentina.

Ahora tenemos una Constitución que consagra el imperio de la ley, y todo el mundo está sujeto a ella

—No puede decirse que sea así, en vista de las revelaciones hechas ante la Comisión de la Verdad y la Reconciliación. Hemos exhumado tumbas en las que había personas asesinadas sólo porque osaron enfrentarse a la superioridad de los blancos; hombres, mujeres, niños, ancianos. Un solo muerto es ya demasiado. Pero, si oye las atrocidades que se cometieron aquí contra personas inocentes, no hará esa distinción. Fue horrible, y no es más que parte de la historia. Hubo demasiado sufrimiento para mucha gente, y hay ocasiones en las que la agresión física no es tan grave como la opresión psicológica que padeció la población negra durante el apartheid. Es una tortura psicológica imposible de expresar con palabras. Es indescriptible.

—El arzobispo Desmond Tutu ha destacado el valor de limpieza y purificación que tiene la Comisión de la Verdad y la Reconciliación. ¿Cómo lo interpreta? Se trata de un fenómenos complejo, psicológico y colectivo. ¿Cómo entiende ese proceso de limpieza que ha logrado llevar a cabo, esperemos, la CVR?

—En mi opinión, no debemos considerar la curación de Sudáfrica como un hecho, sino como un proceso, y la Comisión ha contribuido de forma magnífica a dicho proceso, porque ahora las familias de las víctimas de las atrocidades saben lo que les ocurrió a sus seres queridos, y algunos de ellos se han mostrado magnánimos: han sido capaces de escuchar las confesiones de los agentes del apartheid y han replicado que les perdonan. Por supuesto, otros tienen tanta amargura que les resulta imposible olvidar el dolor de perder a quienes querían. Pero creo que. en general, la Comisión ha hecho un trabajo maravilloso y nos ha ayudado a alejarnos del pasado para concentrarnos en el presente y el futuro, y Desmond Tutu ha realizado una labor increíble. con todas las imperfecciones de la CVR.

—Muchas personas de todo el mundo creen que, como ha dicho usted, el informe de la Comisión es espléndido. Sin embargo, en Sudáfrica corren rumores sobre la posibilidad de que haya una amnistía general. Se han suscitado debates sobre el asunto, y podría decirse que tiene cierta lógica política. Pero quienes están en contra de la posibilidad aseguran que sería una burla del trabajo de la Comisión. Los términos de la ley parlamentaria en virtud de la cual se creó la CVR disponían que los criminales que no confesaran sus crímenes y solicitaran el perdón serian procesados. ¿Tiene algo que comentar sobre la cuestión?

Ni hablar de amnistía general; me opondré con todas mis fuerzas. Los que deseen perdón deben solicitarlo

—No, es un debate totalmente futil. Ya hemos analizado la cuestión y la hemos desechado. Durante una de las primeras reuniones de nuestro Gobierno descubrimos que De KJerk había concedido a unos 3.000 miembros de la policía de seguridad una amnistía general por sus actos. Decidimos anular dicha amnistía. Todos los que deseen un perdón deben solicitarlo a título individual. Con arreglo a las instrucciones de la Comisión, establecimos que todo el mundo tenía que declarar qué crimen había cometido y entonces decidiríamos si concederle la amnistía, y no podemos cambiar esa forma de actuar ahora. Todos deben solicitarla personalmente; por lo que a mi respecta, ni hablar de amnistía general; me opondré con todas mis fuerzas. No podemos hacerlo. Todos tienen que pedirla.

—La Comisión de la Verdad y la Reconciliación ha propuesto que se enjuicie a varias personas que no se han presentado a declarar. Pero ¿las realidades políticas no hacen más complicada la labor de la justicia?

Nelson Mandela, en una imagen anterior al proceso de Rivonia, en 1964, que le condenaría a prisión a perpetuidad
Nelson Mandela, en una imagen anterior al proceso de Rivonia, en 1964, que le condenaría a prisión a perpetuidad

—Cuando éramos un movimiento que luchaba por la liberación todo lo que teníamos que hacer era movilizar a las masas de nuestro país y concentrar nuestras fuerzas contra la supremacía blanca. En cambio, desde que somos Gobierno hemos asumido una actitud diferente. Ahora tenemos una Constitución que consagra el imperio de la ley, y todo el mundo está sujeto a ella. No sólo eso: hemos adoptado medidas para garantizar que esa Constitución no sea un papel mojado, que puede romperse en cualquier momento. La hemos convertido en un documento vivo. Hemos creado estructuras que hacen que incluso el Gobierno esté atado por la Constitución y no pueda hacer lo que quiera aunque algo no le guste. Disponemos de un Protector Público [Defensor del Pueblo], al que puede acudir cualquier ciudadano ofendido para quejarse y buscar amparo. Poseemos una Comisión de Derechos Humanos, formada por los sudafricanos más notables. Sobre todo, tenemos el Tribunal Constitucional, que ha anulado, por ejemplo, acciones del Gobierno. El Parlamento me dio poderes para emitir una proclamación a propósito de las elecciones en el Cabo Occidental, que es una provincia gobernada por el Partido Nacional. Hernus Kriel. su primer ministro, me llevó ante el Tribunal Constitucional, que anuló mi acción; menos de una hora después hice una declaración pública en la que afirmaba que el Tribunal Constitucional es el árbitro definitivo en materia constitucional: “Tenían ante sí una cuestión delicada; han tomado una decisión unánime. Nuestro deber es respetar esa decisión”. Y pedí al país, sobre todo a mis partidarios, que dieran ejemplo de cómo obedecer a las instituciones que hemos creado en virtud de la Constitución. En otra ocasión, un juez me citó para que me presentara ante el tribunal. Nuestra gente —miembros del Gabinete, mis asesores legales— se opusieron y dijeron que legalmente podía negarme a acudir, pero respondí: “No, no vamos a hacerlo. Vamos a hacer las cosas de otro modo. Vamos a obedecer a las instituciones que hemos creado. Puedo cuidar de mi mismo, fuera y dentro del tribunal”. Hice lo que había que hacer. Acaté la decisión del juez, a pesar de que teníamos serias reseñas. Obedecimos, porque queríamos instituir el imperio de la ley. Y lo hemos hecho. Por eso no nos resulta difícil respetar las decisiones de la Comisión de la Verdad y la Reconciliación, porque es otra institución que hemos creado también nosotros. No podemos crearlas para desafiarlas a continuación, y, por cierto. la acción del CNA no fue un desafío; cualquiera que sienta que se han violado sus derechos está cualificado para acudir a los tribunales. La oposición ha apelado al Tribunal Constitucional para bloquear varias leyes aprobadas en el Parlamento. A veces han perdido, y otras han ganado. Nadie les critica por buscar amparo en los tribunales. Y eso es lo que hizo el CNA. Esa acción demuestra que el CNA se considera independiente del Gobierno. Ellos hicieron una declaración y yo hice otra distinta, en calidad de presidente de la nación. El CNA no intentó quemar ese informe, lo que demuestra que son muy ecuánimes, aunque se les critique por ir a los tribunales. La Comisión de la Verdad y la Reconciliación es una institución muy respetada, los hombres y mujeres que la constituven hicieron una labor maravillosa en circunstancias difíciles y, en mi opinión, debemos respetarles a todos, sin excepción, por lo que han hecho por el país.

—En el Reino Unido, cuando llego al poder Tony Blair, dijo que iba a emprender lo que denominó una “política exterior con criterios éticos”; no pretendo que haga ningún comentario sobre el Reino Unido en concreto, pero estoy seguro de que le gustaría pensar que Sudáfrica también tiene una política exterior guiada por la ética, vinculada a la Declaración Universal. Sin embargo, en ocasiones, ciertos intereses nacionales, como la necesidad de comercio e inversiones exteriores, ensucian las aguas y hacen que sea más difícil, para alguien que está en el Gobierno, mantener un compromiso tan puro en materia de derechos humanos como en la oposición. ¿Qué opina sobre este dilema? ¿Es un dilema, o no?

—No creo que sea un dilema. Cuando fui a Estados Unidos por primera vez, durante la rueda de prensa que dimos George Bush y yo después de nuestra entrevista, él dijo: “No sé por qué tienen ustedes que colaborar con Cuba y Libia. En segundo lugar, no sé por qué deben emplear la violencia”. A la pregunta de la violencia respondí: La historia del mundo muestra que son los opresores quienes determinan los métodos de acción política que utilizan los oprimidos. Si el opresor; por ejemplo, el régimen del apartheid en nuestro caso, utiliza el diálogo, la persuasión y la critica. el pueblo oprimido no pensaría jamás en recurrir a la violencia. Pero cuando el opresor cierra todos los cauces de comunicación, de expresión, endurece la opresión y utiliza la violencia. le está diciendo al oprimido: "Si deseas cambiar de posición, si deseas acabar con la hegemonía blanca, emplea los mismos métodos que nosotros". Esa es la lección de la historia. Es la lección de Estados Unidos de América, de su historia. Y, por lo que concierne a Cuba y Libia, ningún luchador por la libertad que presuma de tener principios y al que, cuando estaba solo, en sus peores momentos, le hayan ayudado ciertos países, sería capaz luego, en vísperas de la victoria, de olvidarse de esos aliados siguiendo el consejo de quienes ayudaron al enemigo. Usted no podría confiar en mí si lo hiciera, porque podría hacérselo a usted mismo. Me niego. Lo rechazo. Mis amigos son mis amigos, tanto si lucho por la libertad como si estoy en el Gobierno. Tengo principios, y no voy a abandonar a mis amigos sólo porque, gracias a su ayuda, ya he ganado la batalla y ahora estoy en el Gobierno. No voy a hacerlo. Y cuando Estados Unidos protestó porque acudiera a Libia, respondí que podían retirar su ayuda. Ningún país, por muy poderoso que sea, va a dictar mi política exterior. Lo que la determina es el pasado. Las relaciones que he tenido con ese país, las aportaciones que han hecho a nuestra lucha. No voy a dejarles sólo porque unos sudafricanos que estaban en el otro bando consideren ahora que no debería mantener relaciones con países como Libia. No voy a hacerles caso. Las relaciones exteriores se rigen por la historia común con cada país, en el pasado y en el presente. Y. si se mira desde el punto de vista del propio interés, el interés del propio país, Cuba nos ha ayudado enormemente en la lucha. Yen la actualidad nos ayuda con la formación de nuestra gente en varias áreas. Nos envían médicos. ¿Por qué voy a cortar mis relaciones con ellos? ¡Ni lo pienso!

La pena de muerte es un reflejo del instinto animal que sigue presente en los seres humanos

—Naciones Unidas aprobó recientemente, por amplia mayoría, la creación de un nuevo organismo, el Tribunal Penal Internacional, con el fin de perseguir a quienes violan los derechos humanos en todo el mundo. Resulta curioso que Estados Unidos fuera uno de los que votaron en contra.

—Sí. Muy curioso.

Admiro a Clinton; ha transformado el rostro de la política norteamericana

—¿Tiene usted algo que opinar sobre esta aparente contradicción, dado lo que Estados Unidos considera que representa?

Nelson Mandela, durante la entrevista. Serio, pétreo, concentrado. Su memoria es impresionante. La cárcelo no le ha roto
Nelson Mandela, durante la entrevista. Serio, pétreo, concentrado. Su memoria es impresionante. La cárcelo no le ha rotoJOANI SÁNCHEZ

—Hay países, con razón o sin ella, que pretenden controlar los organismos internacionales, y para un tribunal penal, un tribunal penal internacional, si queremos que obtenga la aprobación de varios Estados antes de ponerlo en marcha, esa pretensión seria la muerte. Por eso se rechazó la actitud de Estados Unidos, y nosotros estuvimos en primera línea de ese rechazo, al afirmar que el Tribunal debe ser totalmente independiente de cualquier país para poder desempeñar sus obligaciones. Y lo logramos. Ahora bien, yo quiero mantener relaciones armoniosas con todas las naciones. incluido Estados Unidos, sobre todo por la contribución personal del presidente Clinton. Antes de que él llegara a la presidencia nos entrevistamos en varias ocasiones y me ayudó enormemente. Y aún más desde que es presidente. Tengo gran respeto por él. Ha transformado el rostro de la política norteamericana. Cuenta con el respaldo de los negros, las minorías, las mujeres, los discapacitados. Es una novedad en la historia de Estados Unidos, y él me agrada. Cuando vino aquí planteó una cuestión muy importante. Dijo: “Los norteamericanos, en nuestra política exterior, hacemos preguntas equivocadas. ‘¿Qué podemos hacer por África?' era una pregunta equivocada. La pregunta que hay que hacer es ‘¿Qué debemos hacer con África?”. Se ganó el apoyo de mucha gente con esas manifestaciones. De modo que tengo gran respeto por él, pero no voy a permitir que Estados Unidos dicte nuestra política exterior.

—Cuando usted salió de la cárcel, la República Sudafricana, como Estados Unidos, era uno de los Estados con mayor número de ejecuciones legales. Cuando llegó al poder, una de las primeras cosas que hizo fue abolir la pena de muerte. Es sabido que, de vez en cuando, con el elevado índice de criminalidad que existe en Sudáfrica, hay personas, incluso dentro de su propio partido. que alegan entre protestas que habría que restaurarla para combatir el crimen con mas eficacia. ¿Podría exponer su postura?

—Soy contrario a la pena de muerte porque es un reflejo del instinto animal que sigue presente en los seres humanos. No hay pruebas de que la pena capital haya hecho descender el índice de delincuencia en ningún sitio. Lo que lo disminuye es que los criminales sepan que, si cometen un delito, acabarán en la cárcel. En otras palabras, lo que hace falta es un sistema policial eficaz, capaz de detectar el crimen. Por eso hemos tomado precauciones para mejorar la capacidad de nuestra policía, hemos pedido ayuda al FBI, al Servicio Exterior británico, hemos creado una academia de detectives -algo que hasta ahora no existía en este país-, con el fin de mejorar la capacidad de investigación de nuestros distintas policías. Nuestra policía mejora día a día, de modo que la pena de muerte no es la respuesta. La respuesta es mejorar la capacidad de la policía.

—Voy a insistir un poco más en el tema de la pena de muerte. Me da la impresión de que tiene usted una especie de objeción fundamental, e incluso filosófica, ¿Puede explicar algo más ese rechazo?

—Se trata de una cuestión vinculada a la historia de nuestro país. En esta nación la pena de muerte se ha utilizado como excusa para asesinar, y se aplicaba sobre todo a los negros; los blancos no la sufrían demasiado...

En esta nación, la pena de muerte ha sido una excusa para asesinar

—Y casi se la aplicaron a usted...

—Sí. No hubo nada tan perturbador para mí como leer el editorial publicado en el periódico Rand Daily Mail, durante el proceso de Rivonia, que afirmaba que los africanos no tenían dirigentes: “El jefe Lithuli está proscrito y confinado en su zona. El líder del PAC, Robert Sobukwe, está en prisión. Sisulu y Mandela se enfrentan a la pena capital y pueden acabar ahorcados”. (Mandela se ríe). Es un aspecto que cuenta en mi rechazo, pero, además, no creo que ganáramos nada volviendo a implantar la pena de muerte. La minoría blanca -aunque también hay algunos negros que son partidarios de ella- piensa, en el fondo, que se utilizaría otra vez contra los negros, no contra los blancos. Esa es la tradición del país, pero es una tradición que ya hemos dejado atrás.

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