Recuperación con dudas
Draghi no se decide a bajar tipos a pesar de que reclama esfuerzos para aumentar la demanda
Por méritos comunicativos propios y deméritos de Bruselas, el presidente del Banco Central Europeo (BCE), Mario Draghi, es hoy quien explica con más concisión y claridad las dificultades de la eurozona, las expectativas de salida de la recesión europea y el alcance de episodios tan preocupantes como el de Chipre. Ayer, Draghi dejó varios mensajes importantes. El primero, que habrá una recuperación gradual de la economía en el segundo semestre, pero conviene precisar que se refiere a Europa y que la confianza está muy condicionada por la inquietante debilidad de la demanda interna. Hasta el punto de que el presidente del BCE instó a los Gobiernos a que hagan esfuerzos por recuperar la demanda. Draghi es capaz de mezclar con cierta habilidad la insistencia en la “consolidación fiscal” con este tipo de apelaciones a políticas de estímulo, difíciles de conjugar entre sí.
Y la prueba de esa dificultad se encuentra en que el BCE, que atisba una recuperación en el segundo semestre y pide estímulos de la demanda, mantiene al mismo tiempo los tipos de interés en el 0,75% y no encuentra el momento de bajarlos para apoyar sus pronósticos. Esta contradicción tiene varias explicaciones, pero hay dos destacadas y conocidas. El poder de la eurozona (Berlín y los países de la ortodoxia) no permiten soluciones que no estén condicionadas a un ajuste fiscal, que es el que precisamente impide de forma férrea los incentivos a la demanda.
Draghi tiene además su propia convicción: la idea de que una política monetaria más relajada no se traduciría en un aumento del crédito a la economía real. Y lo cree porque hasta ahora las facilidades de la autoridad monetaria no se han convertido en más crédito. Esta es la frustración fundamental del banco y probablemente el mayor obstáculo para la recuperación anunciada. Demanda y crédito, tales son los estrangulamientos que hoy siguen frenando la economía europea y, por supuesto, la española.
Para la economía española, el mensaje del presidente del BCE se resume en la frase, evidente y rotunda, “Chipre no es España”. Resulta chocante que ciertos analistas no entiendan tal obviedad y se atice el miedo a una extensión de los errores en Chipre a otros países del área. Chipre no es España, por tamaño, por oportunidad de los planes de consolidación aplicados y porque España, como Italia, tiene el recurso a la intervención del BCE en el mercado de deuda si el Gobierno así lo solicita.
El episodio de Chipre ofrece algunas lecciones para la política económica aplicada en España. El riesgo de que se intensifique la salida de capitales como consecuencia de la crisis de la isla solo puede corregirse con políticas que incentiven el ahorro, imprescindible para frenar el endeudamiento y procurar alguna opción inversora. Lo contrario de lo que el Gobierno ha hecho hasta ahora; con notable falta de criterio, se ha dedicado a penalizar fiscalmente el ahorro y ha debilitado las posibilidades de una financiación propia.
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