Dos veces pobre
La crisis y los recortes están llevando a muchos ciudadanos al empobrecimiento súbito. Es lo que interpretamos al contemplar a este hombre
Si la caligrafía del cartel es buena, la del sujeto que lo sostiene es intachable. No importa a qué zona de su cuerpo acudan nuestros ojos, todo está tan limpio y tan bien dispuesto como las palabras sobre la cuartilla. Observen los zapatos, todavía de buen ver, pero sobre todo limpios, y continúen, si les parece bien, por los calcetines, dotados aún de ese grado de elasticidad que les permite mantenerse dignamente en su sitio. La verdad es que todo está en su sitio: los pantalones, la cazadora, el reloj (por el que sabemos que la foto fue tomada sobre las siete y veinte, aunque ignoramos si de la mañana o de la tarde), el jersey, la camisa, el sombrero… Hasta la barba parece todavía una barba sometida a los afanes de alguien que no ha renunciado a gustar. Podríamos hablar, en fin, de una caligrafía burguesa, subrayada por el detalle del cojín sobre el que se sienta el hombre.
No se sale a pedir con un cojín a menos que uno sea un pobre sobrevenido. Y eso es lo que aquí está fuera de lugar: el hecho de que el individuo de la imagen resulte ser un indigente. Así pues, la forma y el fondo no funcionan siempre como las dos caras de la misma moneda. Hay ocasiones en las que el continente vehicula un contenido distinto al que cabría esperar. Ocurre, entre otros, en los casos de empobrecimiento súbito, un síndrome cada vez más habitual, aunque todavía nos sigue llamando la atención. Lo que impresiona, en fin, de este señor no es ya que sea pobre, los hay a miles, sino que sea dos veces pobre, pues ni él ni su ropa se han hecho todavía a la situación.
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