FEN
La ministra de Empleo muestra la misma falta de respeto por nuestra inteligencia que mi antigua profesora de Formación del Espíritu Nacional
Su nombre era Formación del Espíritu Nacional, pero todos la llamábamos FEN. Aunque para los estudiantes siempre fue una “maría”, sus peculiaridades revelaban la importancia que el sistema educativo franquista concedía al adoctrinamiento ideológico. El espíritu nacional de los varones, por ejemplo, requería un cultivo mucho más estricto y exigente que el de las mujeres, a juzgar por las discrepancias que arrojaba la comparación de nuestros libros de texto. Donde ellos aprendían nociones de política, economía o administración del Estado, a nosotras nos enseñaban a valorar la maternidad, la dicha de servir y las ventajas de la sumisión. Esto último parece una exageración malintencionada, pero no lo es.
Para ensalzar la suerte que tenían las mujeres españolas, frente a otras con capacidad para gestionar sus herencias, disponer de sus sueldos, divorciarse o ser madres solteras con los mismos derechos que las casadas, mi profesora de FEN alababa la sensibilidad del Caudillo, que nos quería tanto que estaba dispuesto a evitarnos cualquier quebradero de cabeza. Así, una legislación que nos impedía tomar decisiones sobre nuestra propia vida, se convertía en una bendición, y la minoría de edad perpetua que nos aguardaba, en la clave de nuestra superioridad sobre los hombres, unos desgraciados, condenados a la desdicha de tener la sartén por el mango, con la de jaquecas que da eso.
Hace muchos años que olvidé aquellas enseñanzas. Las recuperé el otro día, cuando la ministra de Empleo declaró que los jubilados están satisfechos de que el Gobierno no actualice sus pensiones. Pero que nadie se escandalice, porque la semejanza no está en el fondo, sino en la forma. Los argumentos de Báñez se comentan solos. Fue su desparpajo el que me recordó la falta de respeto que mi profesora de FEN mostraba por la inteligencia de sus alumnas.
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