La plusvalía oculta de Italia
Los compradores o no tienen dinero o si lo tienen es porque aprovechan la angustia para comprar gangas
El gesto es doloroso, aunque probablemente poco práctico: el Gobierno italiano pone en venta 350 edificios históricos, propiedad del Estado y sin inquilinos, para reducir la deuda del país, calculada en 1,9 billones de euros. La situación financiera de Italia requiere ajustes radicales. El Gobierno ya ha subido los impuestos y recortado los gastos; pero necesita más dinero. Puesto que los palacios itálicos gozan de una reputación de belleza a la que pocos inmuebles de otros países pueden aproximarse, el gesto parece convincente. Sobre todo porque cuando el valor artístico es incalculable por definición, el precio de venta puede ser todo lo elevado que el vendedor desee. Dicen que Roma posee un valor potencial acumulado en inmuebles artísticos de más de 42.000 millones. ¿No les gustaría a los bancos, a las empresas de diseño, a las editoriales, a los grupos automovilísticos, incluso a las empresas de export-import, sentar su sede en un palazzo sobre los canales de Venecia o al lado del Duomo florentino?
Pero tanta belleza y el síndrome de Stendhal siempre flaquean, dicho sea con pesar, ante el mercado. Cuanto más se necesita que aflore la plusvalía fabulosa atesorada en las joyas inmobiliarias (y en las otras también) más difícil es encontrar compradores. El mercado inmobiliario italiano —como el español— está hundido; cualquier intento por asegurar una venta se aproxima a malvender. Los compradores posibles o no tienen dinero o si lo tienen es precisamente porque aprovechan los momentos de angustia para comprar gangas. El gesto del Gabinete de Monti transmite la imagen buscada de loable determinación, pero el remedio para la deuda italiana será probablemente irrisorio.
Queda otra contraindicación sentimental. La empresa que se atreva a comprar uno de esos edificios fabulosos en la subasta, con piedras milenarias y escaleras de mármol de Carrara, lo decorará con muebles de metacrilato, sillas de tijera para las asambleas de empleados y minicubículos para brokers. ¿Podrá soportar el remordimiento el Estado vendedor? Si el primer ministro fuera Berlusconi, seguro que no le temblaría el pulso. ¡Como si convierten el Palazzo Pitti en un garaje! A Mario Monti quizá le duela más; lo suficiente como para arriesgar un gesto a sabiendas de que es improbable que se convierta en realidad.
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