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Columna
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El gran robo

La Catedral de Santiago es una obra extraordinaria de construcción y sustracción

Manuel Rivas

La Catedral de Santiago ha funcionado como un auténtico supermercado espiritual, fundado a partir de una gran paradoja: la fertilidad de una tumba. Un extraño abrazo entre Eros y Tánatos. El Camino, con puntos de partida tan remotos como Armenia o Escandinavia, fue para mucha gente y durante mucho tiempo una ruta a la búsqueda de la fecundidad. En sepulturas medievales de toda Europa, sobrevive intacta, a la altura del corazón, la vieira, la concha de Venus, la insignia del deseo. El Camino fue también un eje de producción de propaganda bélica. Hablando de reliquias, todavía se conservan las herraduras que calzaba el caballo blanco del Apóstol en la batalla de las Navas de Tolosa. Increíbles, sí, pero con una apariencia más verosímil que el estornudo del Espíritu Santo que se guarda en una botella en el Santa Sanctorum de Roma. La Catedral de Santiago es una obra extraordinaria de construcción y sustracción. La construcción llegó a lo sublime en la sonrisa pícara del profeta Daniel en el Pórtico de la Gloria. La sustracción se acentuó en la Contrarreforma con la perversión simbólica del Apóstol cristiano: “¡Santiago y cierra España!”. Y ese robo se culminó el 30 de agosto de 1936, cuando se sacó a la calle en procesión la urna con las reliquias apostólicas, cubierta por el fajín de capitán general de los ejércitos, y el arzobispo utilizó por vez primera la denominación de Cruzada para la guerra contra la República: “¡Dios lo quiere!”. Una horrible sustracción, que se remachó con la entrega de dos esculturas del divino Pórtico al dictador. Todavía, que se sepa, en poder de la familia. La historia pasa, pero la Catedral sigue siendo una incesante factoría espiritual. Además del Códice Calixtino, la policía ha recuperado el facsímile del Libro de las Horas. No se ha destacado lo suficiente este último hallazgo. ¿No habían notado ustedes que en España nos han robado la hora?

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