Estudiantes que vencen a la adversidad: “A veces me decía, yo paso, pero he trabajado mucho y estoy orgullosa”
La clase social y el apoyo familiar tienen una influencia clave en los resultados académicos. Pero en los centros educativos hay cada año historias que desafían esa lógica
No han rozado la perfección en la Selectividad, pero representan casos de éxito educativo al haber conseguido buenos resultados en circunstancias muy adversas en el curso que terminó este viernes en casi toda España. Las posibilidades académicas de los chavales están muy condicionadas por la clase social y el apoyo que reciben en casa. Pero en los colegios e institutos también hay cada año historias que desafían esa lógica. Como la de Valeria Alzate, de 18 años, que, después de despertarse muchas mañanas pensando si a su familia le alcanzaría el dinero para pagar lo elemental, cruza estos días los dedos para entrar en Enfermería, una de las carreras con la nota de corte más alta de su ciudad, Alicante. O la de Paula España, 17 años, que ha completado el bachillerato ―y estudiará ahora una FP sanitaria― pese a haber pasado casi toda la etapa en un centro de menores tras ser declarada en situación de abandono. “El punto de partida de los niños lo es casi todo, lo comprobamos cada año en las aulas. Pero afortunadamente, no supone el 100%. Estudiantes como Paula hacen un aprovechamiento del sistema muy por encima de lo esperado”, dice Zaida Almeida, de 32 años, que ha sido su tutora y profesora de matemáticas en el instituto público El Sobradillo, en Santa Cruz de Tenerife.
El análisis de los informes PISA, las evaluaciones internacionales organizadas por la OCDE, muestran que casi un tercio del rendimiento educativo de los estudiantes puede atribuirse a dos factores que escapan a su desempeño personal: el nivel socioeconómico y cultural de su familia, y el centro educativo al que asisten (a través de cuestiones como los recursos humanos y materiales de que dispone la escuela, así como de la composición social de su alumnado). Dos elementos que, en países como España, con un importante nivel de segregación escolar, están relacionados. A ese tercio habría que sumar otros aspectos que también son ajenos al trabajo de los chavales y tienen impacto en sus resultados, como el ser o no inmigrante, y otras cuestiones familiares que se sabe que influyen, pero resultan más difíciles de cuantificar, como el grado de apoyo al estudio que reciben en casa, explica el sociólogo Miquel Àngel Alegre, jefe de proyectos de la Fundació Bofill.
PISA también ofrece un indicador de resiliencia, basado en la proporción de estudiantes pobres (el 25% más desfavorecido) que consigue situarse entre el 25% con mejor resultado obtiene en matemáticas. En España, dicho porcentaje es del 12%, dos puntos por encima del promedio de la OCDE. Y Valeria Alzate, que aterrizó en España desde Colombia con 13 años, poco antes de empezar segundo de la ESO, encaja muy probablemente en dicho grupo. “Al principio fue muy difícil, porque llegamos sin nada. El piso al que nos fuimos a vivir estaba vacío, no teníamos siquiera para comprar los libros escolares, y mis padres tuvieron que trabajar muy duro para poder conseguir lo que tenemos hoy”, recuerda. Su padre, mozo de almacén, y su madre, que ahora trabaja en una empresa de transportes en Benidorm, se separaron. Y en los dos últimos años, que han coincidido con sus dos cursos de Bachillerato, ha vivido momentos “asfixiantes económicamente”. “Pensé en trabajar para ayudar a mi madre, pero no me dejó para que pudiera centrarme en estudiar. Quería que me sacara el bachillerato como fuera”. La adolescente no solo aprobó, sino que obtuvo una media de 9,56, matrícula de honor, en la modalidad científica. En Selectividad consiguió un 12,3 (sobre 14), incluido un 9,32 (sobre 10) en valenciano, el ejercicio en el que mejor nota ha sacado, pese a haberlo considerado siempre su “gran roca en el zapato”.
“Valeria es una fuera de serie”, dice Antonio López, su tutor en el instituto público Virgen del Remedio de Alicante. Integrante destacada del grupo de chavales que cada año consiguen sobreponerse a las pocas prometedoras cartas con que les toca jugar en el centro educativo, situado en una de las zonas más pobres de la ciudad de Alicante. “Yo digo que son supervivientes. El mero hecho de acabar cuarto de la ESO y después segundo de bachillerato tiene muchísimo mérito. En la mayor parte de los casos, sus padres tienen estudios primarios, alguno tiene estudios superiores, pero puede que los hayan obtenido en otros países, por lo que es difícil que los convaliden aquí. Normalmente no pueden echarle una mano a sus hijos, explicarles esto, contarles lo otro. Otros no tienen un ambiente familiar que los motive a estudiar. Así que los chavales tienen que ir por su cuenta, pocas veces hay dinero para academias”.
“Estoy orgullosa”
El caso de Paula España no tuvo tanto que ver con el dinero ―aunque tampoco sobraba; su madre se graduó de auxiliar administrativa y luego trabajó de cocinera en un bar; su padre completó la EGB y es guía de montaña―, como con una situación familiar endiablada. Desde los ocho años estuvo mudándose, como en una ruleta, de casa de su abuela a la de su madre, de ahí a la de su padre, a la de una tía y vuelta a empezar. Al cumplir los 16, tras una pelea doméstica, la dejaron en la calle, acudió a comisaría, y fue declarada en situación de abandono. Pasó el siguiente año y tres meses viviendo en centros de menores. En el primero tenía un lugar, unas salas de visitas anexas al despacho del director, donde cuenta que podía estudiar razonablemente bien. En el siguiente, en el que pasó buena parte del segundo curso de bachillerato, las cosas fueron más complicadas. “Había muchos roces, gritos y peleas. A veces se ponía la tele a un volumen muy alto. Y la zona que era mínimamente buena para estudiar estaba muy alejada, y no podíamos ir solos. Estaba casi más preocupada por el centro que por estudiar. A veces me decía: ‘mira, yo paso’. Pero he trabajado mucho. Le he dedicado horas y horas, y estoy orgullosa de haber llegado al final y haber titulado”.
Su entonces profesora, Zaida Almeida, recuerda aquella época. “Le pasaba que incluso se dormía en clase, seguramente porque no descansaba bien. Le ofrecí que viniera al instituto las tardes que yo me quedaba, y venía una vez por semana a estudiar distintas asignaturas”. Ya en la segunda mitad del curso, Paula dejó el centro de menores y se fue a vivir a casa de la madre de su novio. El padre de Paula había obtenido la custodia, pero como él vivía en Gran Canaria, y ella iba al instituto en Tenerife, acordaron que se quedara allí. Almeida, que tenía en clase tanto a Paula como a su novio, afirma que coincidiendo con esa mudanza, la adolescente empezó a mejorar académicamente, hasta conseguir terminar el bachillerato con todas las materias aprobadas. “Para mí su mérito”, añade su profesora, “no es solo haber superado el bachillerato con todo el hándicap que supone no tener un respaldo adulto, sino que también hizo mejorar académicamente a su novio, y ha tenido mucho que ver en que él también titule”.
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