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Qué fue de los alumnos 10 de Selectividad de hace una década

Cinco talentos que llegaron a la Universidad en plena crisis económica cuentan hacia donde han encaminado sus pasos: ciencia, IA, enseñanza, ingeniería y la Administración

A la izquierda, Irene Espuny, investigadora del Institut de Recerca Biomedica IRB de Barcelona. A la derecha, la ingeniera Raquel Leal en Valladolid.
A la izquierda, Irene Espuny, investigadora del Institut de Recerca Biomedica IRB de Barcelona. A la derecha, la ingeniera Raquel Leal en Valladolid.Massimiliano Minocri/ Emilio Fra

A mediados de la próxima semana empezarán a conocerse las notas de la Selectividad y la habitual lista de alumnos que han obtenido mejor nota. Muchos expresarán sus deseos y sueños sobre un futuro que en ese momento está a sus pies. ¿A qué se dedicarán? ¿Lograrán un buen trabajo? ¿Estarán satisfechos con el camino elegido? EL PAÍS ha contactado con cinco de esos estudiantes que lograron las calificaciones máximas en los exámenes hace alrededor de una década (2013-2015) y que durante seis años se llamaron PAEG (Prueba de Acceso a los Estudios de Grado).

A pesar de los tópicos, no todos optan por carreras académicas o de investigación. Ni los chicos por las ciencias y las chicas por las humanidades. Su entrada en la Universidad coincidió con el descalabro financiero de los campus públicos por la recesión (ninguno de los cinco estudió en uno privado), mientras los precios de las matrículas y los demandantes de beca se disparaban; pero ellos sortearon los contratiempos y se graduaron. En 2024, con la economía recuperada, trabajan de lo que han deseado y conscientes de que las ofertas de trabajo fuera de España son muy tentadoras.

Irene Espuny, bioquímica. “Es guay cuando ves que puedes ayudar a prevenir tumores”

Irene Espuny, mejor nota de Tarragona 2015, es el claro ejemplo de que tocar un instrumento (el oboe en la banda de su pueblo, Amposta en Tarragona) y hacer ejercicio a nivel profesional (patinaje y baile) desarrollan la capacidad de concentrarse en los estudios para organizarse y sacar el mejor rendimiento del tiempo. “Sí, la disciplina que te aporta el deporte, al ser muy constante en los entrenamientos, y la música ―necesitas rapidez para ver una partitura y tocarla al mismo momento―, yo creo que algo beneficia”, sostiene la joven, que obtuvo un 9,7 en las pruebas de acceso, tres décimas más que el centro de tecnificación deportiva donde cursó el Bachillerato.

Le ncantaba la química y la biología así que tuvo claro el grado de Bioquímica en la Universidad de Barcelona (UB) y anima a los desencantados que se quedan a las puertas de Medicina a que prueben otras titulaciones afines. “Si estás en un ámbito de Ciencias o de Ciencias de la Salud, si quieres, vas a encarar tu carrera hacia una salida. En el IRB [Institut de Recerca Biomèdica, de Barcelona] hay de todo: físicos, químicos, biotecnólogos, biólogos...”.

Irene Espuny, investigadora del Institut de Recerca Biomedica IRB de Barcelona, este viernes.
Irene Espuny, investigadora del Institut de Recerca Biomedica IRB de Barcelona, este viernes.massimiliano minocri

De nuevo en la UB, la bioquímica —de 26 años— cursó un máster en genética y genómica y obtuvo en 2020 una ayuda predoctoral del Ministerio de Ciencia ―un sueldo que sube de 17.000 euros anuales a 23.000 en cuatro años― para hacer su tesis acerca del estudio del cáncer de mama con la metástasis en hueso en el prestigiosísimo IRB. Cuando defienda su investigación, baraja irse al extranjero con un contrato posdoctoral o a un centro español. “No quiero limitar el conocimiento a quedarme solo en un sitio”, explica. Si se queda en España ganará 28.000 euros (y eso que lleva seis años subiendo la cuantía), cuando “en Europa puedes ganar el doble o el triple en muy buenos grupos”. En cualquier caso, a medio plazo su intención es volver: “Yo quiero tener mi vida asentada en España cuando tenga un perfil más sénior”. A su favor juega que, en su opinión, “aquí se hace ciencia muy buena”.

Con un gran expediente estudió con beca, pero no cubría sus gastos y sus padres hicieron el esfuerzo de pagarle el piso. Irene vive en un pueblo a las afueras de Barcelona porque los alquileres son prohibitivos. “Al final, la vida y los sueldos de la ciencia en general son bajitos”, se resigna. “Si no me gustase tanto lo que hago, no estaría con el sueldo que estoy”, reconoce. “Cuesta mucho, porque al final es ensayar con mucho más de error que de acierto, pero es guay cuando encuentras lo que querías o es algo que ves que se puede trasladar al paciente o ayudar a una prevención de los tumores o de la metástasis”.

Carles Domingo, investigador en IA. “El ambiente en EE. UU. es más motivador”

Carles Domingo logró en 2014 un 10 en Selectividad, la mejor nota de Cataluña. Con todo el abanico de posibilidades en sus manos, se decantó por estudiar Matemáticas e Ingeniería Física en la Politécnica de Cataluña. De pequeño, recuerda, soñaba con ser astronauta. Cuando llegó el momento de encarar el trabajo de final de grado, optó por hacer las maletas e irse al Instituto Courant de Ciencias Matemáticas de la Universidad de Nueva York. “La elegí por el profesor, Joan Bruna, que es un docente de prestigio en el campo de la Inteligencia Artificial (IA) desde su parte teórica, que es la que a mí me interesaba”, explica el joven de Vilanova i la Geltrú por videoconferencia desde la metrópoli americana, donde reside desde 2018.

Carles Domingo, investigador en Inteligencia Artificial en Nueva York.
Carles Domingo, investigador en Inteligencia Artificial en Nueva York.

Tras acabar la carrera, se quedó en Estados Unidos para hacer el doctorado, que acabó hace un mes, centrado en investigar cómo mejorar los modelos de difusión (los que se usan aplicaciones como ChatGPT para convertir textos en imágenes). En este tiempo, también ha realizado investigaciones en otros ámbitos como la estadística y test de permutación o sobre la teoría del aprendizaje profundo (Deep learning). A sus 27 años trabaja como investigador en prácticas en Meta, pero en septiembre empieza en Microsoft, en la ciudad de Boston, como investigador sénior en el campo de la IA.

No se ve a sí mismo como un ejemplo de fuga de talento, y ve su decisión desde el pragmatismo: “Si me hubiera quedado aquí, no hubiera podido llegar donde estoy. Este tipo de oportunidades las encuentras especialmente en Estados Unidos. Elegí el lugar donde era más fácil que las cosas me salieran bien. Además, también está bien ver otros países y otras formas de hacer las cosas”. Y añade: “Aquí hay un ambiente en que todo el mundo está motivado para hacer cosas, la gente quiere que las cosas funcionen y se lo toman en serio”.

Hasta ahora, su trayectoria académica ha sido más “pautada” y un “recorrido natural”, pasando del grado a un doctorado. Pero ahora inicia una etapa laboral de más incertidumbre. “En Microsoft quiero crecer como investigador, ser mentor de estudiantes, pero tampoco descarto hacer de profesor en la universidad o cambiar a otra empresa”. Lo que sí descarta es volver a España a medio plazo. “No hay nada que me motive para volver. De aquí a 20 años, ya veremos”.

Raquel Leal, ingeniera. “Comparto el rechazo y miedo a estudiar ingeniería”

En la Selectividad de 2013, tres extremeñas brindaron por su 10 y dos de ellas llevaban compartiendo pupitre todo el curso en el instituto Maestro Gonzalo Korreas, de Jaraíz de la Vera (Cáceres): Sara Moreno, hoy biotecnóloga e investigadora en Países Bajos, y Raquel Leal, graduada en Ingeniería Electrónica Industrial y Automática por la Universidad de Valladolid. ¿Coincidencia? “Sara era listísima, yo no me veo así”, admite Raquel entre risas. Como muchas mujeres, Leal de 28 años, admite sentir el síndrome de la impostora; incluso dudó si estaba a la altura de los otros protagonistas de este reportaje (otras tres jóvenes de 10 han declinado aparecer). De su panda de 16 amigas en Jaraíz, todas han estudiado, “algo impensable antes”. También sus compañeros de instituto. “Más apretados o menos, hemos tenido el camino. A lo mejor estudiando en Plasencia y durmiendo en casa...”.

Raquel Leal en el barrio de Parquesol de Valladolid.
Raquel Leal en el barrio de Parquesol de Valladolid. Emilio Fraile

Raquel eligió el grado “por instinto, quería ayudar a la sociedad desde la tecnología”, y también como en la actualidad las chicas eran una minoría ―”he llegado a estar sola en una asignatura con 30 chicos”, cuenta― y, sin embargo, en el máster en Ingeniería Industrial ellas representaron a la mitad del alumnado, prueba de su constancia.

Leal, que trabaja dando soporte técnico a un equipo que da soluciones eléctricas a clientes en las oficinas de Legrand Group España en Valladolid, entiende el desencanto creciente por los estudios de ingeniería, aunque el trabajo sea luego muy atractivo. “Hemos mitificado mucho entre todos la ingeniería y hay una especie de pelea por ver qué asignatura tiene el mayor número de suspensos y se lleva el título de la más difícil”, se indigna. “Y hay una especie de rechazo y miedo [a las clases] que comparto, porque yo lo pasaba muy mal estudiando. Sería la mejor de mi año... pero yo he suspendido asignaturas porque no llegaba. Y ni mis compañeros ni yo éramos poco capaces”.

De vez en cuando recibe ofertas, “porque el mercado está buscando gente a gritos”, pero por el momento no tiene intención de dejar la calidad de vida pucelana. “Es un campo muy versátil, cada uno nos dedicamos a algo muy distinto”, cuenta. A su vez, a la extremeña le gustaría volver a comprometerse en campañas de atracción de chicas a las ingenierías, donde no llegan a ser el 30%.

Lluís Terrado. Docente con alma social. “Puedes cambiar vidas”

El mismo año que Carles Domingo obtenía el 10 en Selectividad, unos kilómetros más allá, Lluís Terrado, estudiante de Lleida, lograba un 9,6 (la más alta de la provincia). Decidió qué estudiar en el último momento, ya que le apasionaban las ciencias y las humanidades. Finalmente, optó por cursar Química en la Universidad de Barcelona (UB). Tras la carrera, le asaltaron las mismas dudas sobre qué camino tomar: ¿El laboral? ¿La investigación? ¿La docencia? Ganó esta última. Descubrió la Fundación Empieza por educar, que le permitía hacer prácticas a media jornada como enseñante en un instituto mientras cursaba el máster de Profesorado en Secundaria. Pero no en un instituto cualquiera, era el El Til·ler de Barcelona, un centro de máxima complejidad, con un elevado índice de alumnos vulnerables. “Me cambió la vida completamente. Era un centro que estaba empezando, todo estaba por hacer y había mucha ilusión. Por primera vez vi la educación desde otro punto de vista, pude empatizar con el alumno y ver una realidad diferente a la mía”, recuerda.

Lluís Terrado, con un 9,6 en Selectividad, optó por ser docente en un instituto en Lleida.
Lluís Terrado, con un 9,6 en Selectividad, optó por ser docente en un instituto en Lleida.

Lluís volvió a Lleida y trabaja en el instituto Nou Alcarràs, inaugurado este curso. Allí hace sustituciones de materias como Física, Química y Tecnología (algunas de las áreas con más necesidad de profesorado). Pero ha aprobado las oposiciones y en septiembre cambiará de centro; volverá a uno complejo. “Es un compromiso con la equidad educativa, de querer tener impacto en los alumnos y cambiar vidas. Siempre me ha gustado la vertiente social de la educación, y para mí que sea de máxima complejidad no es algo negativo, sino un plus. Me gusta predicar con el ejemplo”, defiende.

El docente admite que no todo su entorno entendía su elección con su expediente.“Cuando hice el trabajo de final de grado en el CSIC, muchos me animaban para que siguiera con la investigación o me quedara en la Universidad. Sé que dedicándome a la docencia, renuncio a muchas cosas, como un sueldo más elevado, pero en una empresa el ambiente es más frío y aquí también gano muchas otras cosas. Me siento realizado, es muy gratificante cuando ves que puedes influir en un alumno y que lo puedes ayudar”.

Lluís admite que el ambiente en los institutos es complicado “porque la adolescencia no es una edad fácil”, pero también reivindica los buenos momentos. “Es una profesión bonita y hay que devolverle el prestigio”. Esta es una de las peticiones del colectivo docente ante el problema de la falta de profesionales y las bolsas de interinos vacías. Para Lluís, la causa es multifactorial y pide acciones para revertirlo y también atraer a la profesión a las personas mejor preparadas. “El instrumento más importante es el docente, es el que puede provocar cambios porque en un centro tienes un microclima en el que puedes influir. Pero para ser el mejor docente no es necesario tener la mejor nota en la Selectividad o aprobar unas oposiciones, porque allí nadie te ve actuar con un alumno o con el claustro. Lo importante es tener las mejores competencias, y para ello es necesario revisar la forma en que se accede a la docencia”, remata.

Paula Valencia. Interventora. “Lo peor de sacar buenas notas es la presión social”

La mejor nota de Aragón en 2013 ―un 10 redondo― reconoce que quizás ha pasado “demasiadas horas repasando”, aunque siempre tuvo tiempo para divertirse. Agradece a sus padres que no la presionasen, sino que la ayudasen, “porque en un contexto de sacar buenas notas, hay mucha presión social. En el colegio y la universidad, la gente esperaba que diese el nivel”, recuerda. “Para mí esa presión es lo más duro de sacar buenas notas”. Y Paula no les defraudó: sus más de 50 matrículas en el doble grado de Derecho y Administración y Empresas (DADE) en la Universidad de Zaragoza le valieron el premio extraordinario de fin de carrera en ambas titulaciones.

Paula Valencia en su trabajo, el edificio Seminario del Ayuntamiento de Zaragoza, este viernes.
Paula Valencia en su trabajo, el edificio Seminario del Ayuntamiento de Zaragoza, este viernes. Rocío Badiola

Tardó en elegir grado. ¿Medicina? ¿Una ingeniería? Con sus notazas escolares eran las sugerencias que Paula, hoy de 29 años, recibía. Hasta que una amiga muy al final le habló de DADE y se animó. “No porque tengas un 10 hay que meterse en Medicina, ¿no? Es que a lo mejor eres aprensivo o no te gusta el trato con el paciente”, razona.

Al terminar la doble carrera, seguía dudando qué camino tomar, y cursó el máster de Abogacía mientas hacía prácticas en un despacho, en el que le ofrecieron quedarse. Pero su cabeza hizo “una pausa” y optó por opositar y quedarse en Zaragoza. “A mí la casa me tira mucho”, reconoce; le gusta viajar pero con vuelta en 15 días, así que descartó presentarse a judicaturas o el cuerpo diplomático. En ocho meses se sacó una plaza en la Jefatura de la Unidad Jurídica de Intervención del Ayuntamiento de Zaragoza y podrá promocionar internamente. “Estoy súper feliz, me encanta lo que hago, el ambiente…”, expresa Paula, que fiscaliza el gasto municipal. Su pareja y su familia son su ancla vital.

No ha perdido su interés por seguir aprendiendo y la funcionaria ha empezado a hacer la tesis sobre el IVA en los entes locales, con la idea futura de impartir algunas clases en la universidad. “Por ahora no tengo puntos para entrar, pero con calma, no tengo prisa”. Todo se andará, como ocurre con los otros cuatro. No hay barreras a sus aspiraciones.

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