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El absentismo creció entre los alumnos gitanos de Cataluña por la pandemia

“No podemos condenarles al fracaso escolar”, afirma el director de una escuela

El promotor Isaac Heredia conversa con alumnos del instituto escuela El Til·ler de Barcelona.
El promotor Isaac Heredia conversa con alumnos del instituto escuela El Til·ler de Barcelona.Carles Ribas (EL PAÍS)

De los 650 alumnos del instituto escuela Antaviana de Barcelona, casi un centenar son de etnia gitana. Gracias a un intenso trabajo antes de la pandemia, el centro había logrado que casi desapareciera el absentismo crónico de este colectivo. Pero el coronavirus lo cambió todo. Durante el confinamiento, esos alumnos no podían seguir las clases telemáticas por la precariedad de su entorno. Y, con el reinicio de las clases, hubo muchas reticencias. “Son familias protectoras y con miedo; en muchas murió algún familiar o hay personas de riesgo”, explica el director, Francesc Freixenet.

Con el tiempo y un trabajo constante para que las familias recuperasen la confianza, muchos alumnos volvieron al aula progresivamente. Con todo, el centro admite que aún hay unas 80 familias que se ausentan de forma intermitente. Y, lo peor, una quincena de alumnos no ha vuelto desde el inicio de la pandemia, hace dos años. Este y otros centros piden más recursos para atajar el problema. “No hay que tener miedo a hablar de ello. Faltan medidas para asegurar que estos niños tengan los mismos derechos, no podemos condenarlos al fracaso escolar”, exige Freixenet.

Las estadísticas sobre absentismo escolar son uno de los agujeros negros del sistema: no se publican oficialmente y es difícil tener datos detallados. El Departamento de Educación ha dejado de pedir los datos a los centros este año “para no cargarlos con más tareas administrativas”. En el curso 2018-19, antes de la pandemia, el absentismo fue del 3,23% en educación infantil y del 1,24% en primaria. En noviembre de 2020, el entonces consejero, Josep Bargalló, admitió en el Parlament que había crecido un 20% y estaba focalizado en alumnos “de grupos sociales” concretos y en familias vulnerables. El Consorcio de Educación de Barcelona, por su parte, solo recopila los casos en que las faltas superan el 50%; así, según sus datos, en el curso pasado se registró un 0,47% de este absentismo muy grave, casi el doble que el del curso anterior a la pandemia (0,28%).

Más allá de las cifras, los centros que concentran un elevado porcentaje de alumnado de etnia gitana alertan de que la pandemia se ha cebado en este colectivo. Un instituto escuela de L’Hospitalet —que prefiere mantener el anonimato para evitar la estigmatización— con un 65% de alumnado gitano señala que del casi 15% de absentismo intermitente de antes de la pandemia ha llegado al 20% actual, aunque pasando por picos del 40 y del 50% cuando los contagios, y el miedo a ellos, se dispararon. Cinco de sus alumnos no han vuelto en dos años. Algo parecido vivieron en el instituto escuela El Til·ler de Barcelona. Del 15% de absentismo antes del coronavirus, iniciaron el curso pasado con un 70%, que redujeron al 12% al principio del vigente y al 7% ahora.

”El confinamiento produjo una desconexión de muchas familias gitanas y, en el reinicio de las clases, el absentismo aumentó”, explica Miguel Jiménez, responsable de educación de la fundación Secretariado Gitano de Cataluña. Jiménez ve dos motivos: “El miedo, debido al fallecimiento o a la existencia de personas vulnerables en el seno familiar; y la desinformación o la información contradictoria sobre el virus que hizo que, ante la duda, los padres no llevaran a sus hijos a la escuela”. “Algunos alumnos que asistían a clase se convirtieron en absentistas tras el confinamiento porque no pudieron seguir las clases telemáticamente y al volver se sintieron desconectados y les costaba seguir”, añade Miguel Ángel Franconetti, de la fundación Pere Closa, que se dedica a la promoción del pueblo gitano.

Heredia, en el patio junto a los estudiantes de El Til·ler.
Heredia, en el patio junto a los estudiantes de El Til·ler. Carles Ribas (EL PAÍS)
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El pánico al virus llevó a los padres de Rosario Cortés, estudiante de 4º de ESO de El Til·ler, a no dejarla volver inmediatamente. “Tenían miedo porque hubo dos muertes en la familia. Pero después de tres semanas, vieron que todo iba bien y me dejaron volver”, explica la joven, que planea continuar con la FP para ser enfermera pediátrica, y asegura que su familia la anima a seguir. A su compañero de clase Caramelo Gonçalves le costó más volver. “Me dijeron: o la salud o los estudios. Y elegimos la salud”, cuenta en el patio, siempre con la mascarilla puesta, como su compañera. Gracias a la intervención del promotor de la escuela, en dos meses había vuelto a clase. Quiere ser profesor de primaria.

El promotor

Las escuelas organizaron visitas para que las familias pudieran ver las medidas de seguridad que estaban aplicando y ganaran tranquilidad. Pero la figura del promotor también jugó un papel esencial. Son miembros del colectivo gitano que ejercen de mediadores y dan apoyo a alumnos, familias y profesores: “Con los estudiantes se hace un trabajo de orientación, de apoyo emocional, y se les anima a seguir con los estudios. Con las familias se habla para que confíen en la escuela y se les haga partícipes. Y a los profesores se les orienta en cultura gitana para que les sea más fácil acercarse a estos alumnos”, explica Isaac Heredia, el promotor de El Til·ler, uno de los 30 que la Fundación Pere Closa ha desplegado en 150 centros gracias a un convenio con la Generalitat. La clave es que son un referente para los jóvenes. “Es un privilegio contar con Isaac. Ves que él ha cumplido sus sueños y eso te motiva”, resalta Caramelo.

Los centros piden dar más visibilidad al problema del absentismo y reclaman recursos. “Estos alumnos tienen que lograr su lugar en la sociedad porque son el futuro”, añade Domi Viñas, directora de El Til·ler. Los jóvenes también saben que no les espera un camino fácil. ”Es una lucha doble porque siempre va a haber alguien que te diga que no vas a poder”, incide Rosario Cortés.

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