El sitio de Europa en un nuevo contexto económico y político global
Es hora de crecer sobre aquello de lo que podemos sentirnos más orgullosos: nuestro capital humano
Hace escasamente dos semanas, el Real Instituto Elcano presentó un informe sobre cuál debería ser el modelo económico europeo ante el retorno de la geopolítica. Los autores de este informe, Judith Arnal, Enrique Feás, Agustín González, Miguel Otero, Jorge Tamames y Federico Steinberg, abordaban el desafío al que se enfrenta la Unión Europea (UE) en un contexto económico, político y estratégico que resulta de la transformación experimentada a raíz de la crisis financiera global, la pandemia de la covid-19 y la creciente rivalidad entre las grandes potencias globales. Surgen a partir de esta nueva situación conceptos y propósitos, quizás no tan novedosos en su naturaleza, aunque sí en sus planteamientos, como la autonomía estratégica y la seguridad económica, y que por un tiempo no fueron olvidados, pero sí ingenuamente apartados.
Una visión a la par de interesante y sugerente de este informe proviene de considerar a la economía mundial como un sistema complejo que evoluciona reaccionando bruscamente a impactos, algo similar a como Thomas Kuhn entendió que avanzaba la ciencia: guiada e impulsada por súbitas revoluciones científicas. Así, la historia de los sistemas económicos, financieros y monetarios globales permanecen estacionarias hasta que un súbito impacto los hace cambiar.
La Europa y el mundo que surgen de las cenizas de la Segunda Guerra Mundial lo hacen sobre los soportes de dos grandes columnas. Por un lado, el revisionismo de los errores cometidos en la paz que siguió a la Primera Guerra Mundial y, en segundo lugar, sobre un paradigma económico fundamentado en la combinación de una economía de mercado y un estado para crear una sinfonía económica que sonara bien a todos. Las décadas posteriores a la guerra más brutal vivida por el mundo en el siglo XX fueron, sin embargo, décadas de crecimiento y mejora del bienestar en Occidente. Por algo fue llamada la época dorada del capitalismo.
El cambio ocurrido en los años setenta solo se explica por el advenimiento de una crisis que dicho paradigma económico no fue capaz de ni explicar ni corregir. La nueva macroeconomía clásica definió las siguientes décadas, logrando, no sin esfuerzo y sacrificios, el retorno al crecimiento y conduciendo a Occidente hacia una victoria en la Guerra Fría que, desde la geopolítica, había definido las décadas anteriores. Fue, de este modo, una crisis, la de los setenta, la que impulsó cambios que nos llevaron a otra etapa donde la creencia en el liberalismo y en el mercado como guía indiscutible para el desarrollo y la integración económica dibujaron los diseños y las relaciones económicas y comerciales de las décadas siguientes, hasta el estruendo provocado por una nueva crisis en 2008.
Pero hasta que llegara dicha crisis, la economía mundial había caminado a través de un paradigma globalizador, integrador, donde las economías del extinto bloque soviético y de China parecían abrazar la religión del comercio y la creencia, por parte de las democracias liberales, de que este paradigma los llevaría no solo a mejorar sus estándares de vida, sino a adoptar la visión y los valores de Occidente. Lo primero resultó tan cierto, al menos en China, como erróneo lo segundo. La esperanza de que el comercio internacional, a través de su segunda gran globalización, asegurara un porvenir sin amenazas ni tensiones geopolíticas globales empezó a desmoronarse, una vez más, gracias a esas revoluciones antes mencionadas.
En este caso, los catalizadores fueron las sucesivas crisis financieras, la Gran Recesión, la llegada de la pandemia y, finalmente, la invasión rusa de Ucrania, que añade no solo un nivel más (o dos) de tensión entre Occidente y la nación eslava, sino que contamina y acrecienta la rivalidad entre Estados Unidos y la potencia asiática. Como consecuencia, aquella idea de que una globalización liberal sería la clave de bóveda que sostendría el “hermanamiento” de las naciones del mundo que impediría las tensiones y las guerras propias de otros tiempos, se venía abajo.
Es en este marco donde es necesaria, por lo tanto, una revisión de los paradigmas que deben conducir la hoja de ruta económica y política de Europa. Así, este informe mencionado nos explica que es necesario llevar a cabo una serie de reformas que tengan como objetivo lograr una adaptación del modelo de crecimiento y de la gobernanza económica de la UE a una nueva realidad que para muchos es muy incómoda. Ante una nueva tesitura que no era la planeada cuando se comenzó a construir la moderna UE, se deben dotar a esta de los mecanismos, políticos y económicos, que le permitan hacer frente a los nuevos retos en un contexto geopolítico muy diferente.
Así pues, ahora hablamos de unión bancaria, integración de mercados, políticas industriales comunes con una clara orientación y objetivos, y de políticas de innovación que permitan a la UE dejar de distanciarse de las referencias actuales como Estados Unidos y China; todo ello en un marco de transición hacia la eficiencia energética y la digitalización. Es ahora cuando más Europa es necesaria, una Europa que crezca sobre un contrato de colaboración público-privada y sobre aquello de lo que más nos podemos sentir orgullosos: nuestro capital humano.
Por todo ello, una de las ideas que recorre los despachos y pasillos de Bruselas bajo esta nueva premisa es la de aumentar la seguridad económica reduciendo la dependencia de Estados como China. La crisis de la covid-19 reflejó que dicha dependencia podría conducir a una falta de suministro de bienes muy estratégicos, desde los tecnológicos hasta los de salud, pasando por los productos básicos necesarios para proceder a una transición energética y digital que permita a Europa no perder el paso en las aceleradas revoluciones industriales.
Bajo este marco, el informe sugiere medidas que mejoren la financiación pública y privada, que promuevan una política industrial integral y que fomenten la innovación tecnológica. Todo ello dentro de un marco de solidaridad internacional que refuerce el multilateralismo y establezca acuerdos económicos adaptados a las necesidades de cada socio. Sin embargo, todo ello deber realizarse sin olvidarnos de la faceta social. Así, los autores reclaman la necesidad de reconfigurar el contrato social para Europa, buscando ante todo un reequilibrio entre el papel que debe jugar el Estado y el que debe jugar el mercado. Todo por el bienestar, la seguridad y el futuro de Europa.
Manuel Alejandro Hidalgo es es profesor de la Universidad Pablo de Olavide y economista de EsadeEcPol.
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