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Columna
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Europeísmo de izquierdas

Sigue todavía vigente aquella demanda de ‘más Europa’ que hacía Jacques Delors ante cada nuevo reto de la globalización

Jacques Delors, durante una entrevista a EL PAÍS en 2009.
Jacques Delors, durante una entrevista a EL PAÍS en 2009.
Lluís Bassets

La Europa que tenemos es la de Jacques Delors. Ningún otro presidente de la Comisión ha dejado una huella tan profunda en la construcción de la unión como el político que acaba de fallecer casi centenario. Si ya es difícil transformar un entramado institucional tan vasto como el de la UE, más difícil es conseguirlo en dos ocasiones en una sola década (1985-1995).

Lo hizo Delors con las cuatro libertades de circulación de personas, mercancías, capitales y servicios del Mercado Único (1986) y con el Tratado de Maastricht (1992) que convirtió a las veteranas Comunidades Europeas del carbón, el acero, la energía nuclear y la agricultura en la actual UE, en un proyecto de unión monetaria que conduciría al euro y de unión política que quizás algún día elevará a Europa a la condición de actor estratégico en la escena internacional.

No lo hizo solo. Eran los tiempos de Helmut Kohl, François Mitterrand, Mario Soares o Felipe González, cooperadores imprescindibles de su voluntarismo europeísta. Y de Margaret Thatcher, quizás la mejor y más estimulante antagonista para su pasión europea y federalista. Pero fue él quien dirigió aquella eficaz orquesta transformadora con su profunda convicción reformista y socialdemócrata.

Era un sindicalista, formado en el cristianismo social, también un intelectual y un pedagogo autodidacta, sin pasar por la universidad ni las escuelas elitistas francesas. Si hay una izquierda que haya cambiado Europa es la que representa Jacques Delors. Así como hay un atlantismo de izquierdas que cuajó con la presidencia de Barack Obama, también hay un europeísmo de izquierdas que tomó cuerpo con su presidencia de la Comisión. La Europa de la cohesión social y territorial lleva su firma.

No empezó su hazaña en 1985 como presidente de la Comisión, sino tres años antes, siendo ministro de Economía del Gobierno de Pierre Mauroy, el primero que contó con ministros comunistas en Europa después de la Segunda Guerra Mundial. Evitó entonces que Francia saliera del sistema monetario europeo y prosiguiera en la vía muerta de las nacionalizaciones, la laxitud en el gasto público, el intervencionismo gubernamental, el déficit permanente... todo lo que conducía en dirección equivocada, lejos de Europa, de la moneda única, y de la izquierda responsable y de gobierno.

Desde Bruselas, fue de los pocos que vio a venir y se preparó para el futuro, la unificación alemana, la desaparición del bloque soviético, las ampliaciones hacia el Este y la globalización. Europa era la respuesta. Y sigue siéndolo hoy todavía: ante el resurgimiento del imperio antes soviético y ahora ruso, y la metamorfosis multipolar y violenta que está sufriendo la globalización.

Necesitamos más Europa, siempre más Europa, aunque el dicho, entre orteguiano y delorsiano, haya sido cancelado en tantas ocasiones por los eurosuspicaces. España y las naciones siguen siendo el problema, y Europa es la solución.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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