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PUNTO DE OBSERVACIÓN
Columna
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Los debates internos ocultan el escenario donde nos jugamos el futuro: Ucrania y Palestina

La invasión, bajo las órdenes de Putin, y la masacre, bajo las de Netanyahu, son los dos acontecimientos que más probabilidades tienen de influir en nuestra vida

Israel-Hamas war
Nicolás Aznárez
Soledad Gallego-Díaz

La invasión de Ucrania por tropas rusas bajo las órdenes de Putin y la masacre que sufren desde hace tres meses los palestinos en Gaza por tropas israelíes bajo las órdenes de Netanyahu son los dos acontecimientos que más probabilidades tienen de influir en nuestra vida (y muy especialmente en la de la generación de 18 a 40 años). Sin embargo, la atención de la mayoría de los ciudadanos en los países europeos, y en Estados Unidos, está centrada en problemas políticos internos.

Las opiniones públicas parecen entregadas totalmente a la contemplación de una polarización política que aumenta año a año, hasta el extremo, como explica Ivan Krastev (Instituto de Ciencias Humanas de Viena) en una reciente entrevista, de que el mayor problema para las democracias “es que cada elección está empezando a parecer un cambio de régimen”.

En cada vez mayor número de países, los partidos que han perdido las elecciones actúan “como si nunca hubieran visto el resultado de las urnas”, dice Krastev. Sucede en Estados Unidos, donde los republicanos bloquean todo lo que está a su alcance; en Polonia, donde el PIS, los ultranacionalistas que perdieron las elecciones hace pocos meses, combaten, milímetro a milímetro, al Gobierno de Tusk, o en España, donde el PP, cuando solo han pasado tres meses de la formación del Gobierno de Pedro Sánchez, ya exige su dimisión. La actitud “puede que tengas una mayoría, pero eso no significa que te dejemos gobernar” se está convirtiendo en la nueva realidad en la política europea, advierte el analista búlgaro.

Todos estos problemas internos son serios, pero están actuando como una cortina de humo que impide que los ciudadanos presten la necesaria atención a los dos problemas internacionales que realmente pueden cambiar radicalmente sus vidas: Ucrania y Gaza. En los dos lugares se juega el derecho internacional y el de dos pueblos a organizarse libremente, aplastados por otros Estados que ni tan siquiera les reconocen como tales. El Gobierno de Rusia cree que Ucrania es parte de su imperio y el de Israel, que los palestinos no tienen los mismos derechos humanos que los judíos y que pueden ser expulsados de su tierra. La derrota de los ucranios y de los palestinos supondría la desestabilización del marco institucional creado tras la II Guerra Mundial e ignorarlo colocaría a Europa (y seguramente a Asia) en el escenario más peligroso posible. De manera abrumadora, las mismas personas que creen que Rusia ganará la guerra, también creen que no habrá Unión Europea dentro de 20 años, explica Krastev.

Ayudar a los ucranios a defenderse es tan urgente como cualquier problema de política interna. En el caso de los palestinos, no se trata de que se defiendan, algo que no está a su alcance frente al inmisericorde ejército israelí, sino de evitar que sean aplastados por un régimen de apartheid que Israel ha ido levantando ante los distraídos ojos de Europa y que, si se consolida, destruirá la razón de ser de la misma Unión Europea cara al mundo. Hoy es urgente lograr que la definición de antisemitismo no incluya la crítica a las políticas del Estado de Israel (algo que reclama, con mucha razón, Josep Borrell), sino que implique “la hostilidad o la violencia contra los judíos por el hecho de ser judíos (o contra las instituciones judías por el hecho de ser judías)”, como afirma la Declaración de Jerusalén sobre Antisemitismo, firmada en 2020 por 200 especialistas. “Antisemitismo es negar el derecho de los judíos a existir y florecer, colectiva e individualmente, como judíos, de acuerdo con el principio de igualdad, en el Estado de Israel”, explica ese texto, donde el concepto de igualdad es fundamental.

La compasión parece ser el sentimiento con el que los europeos miran a Ucrania y a Palestina. Pero la compasión, como escribió Susan Sontag, es una emoción inestable y precisa traducirse en acción o se marchita. No es fácil ser optimista sobre la capacidad de los europeos para actuar frente a las dos mayores y reales amenazas que sufren. Lo importante, de nuevo, es saber lo que los historiadores demuestran una y otra vez: nada está predeterminado.

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