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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La teoría del gol trampa

Simeone prefirió jugar a la ruleta rusa contra el Madrid, un equipo capaz de tener cuatro balas en el tambor de la pistola y salir vivo. Y lo pagó tan caro como siempre

Lenglet hace penalti sobre Mbappé durante el partido entre Atlético de Madrid y Real Madrid en Champions este miércoles.
Lenglet hace penalti sobre Mbappé durante el partido entre Atlético de Madrid y Real Madrid en Champions este miércoles.INMA FLORES
Manuel Jabois
Atlético ATM
1(2)
Conor Gallagher 0'
Real Madrid RMA
0(4)
Finalizado

¿Puede un partido que se pone 1-0 después de sacar de centro acabar 1-0 120 minutos después? Puede, si se trata del Atlético de Simeone y el Madrid 2025 de Ancelotti. No hay que ser un entendido del fútbol, basta con ser entendido del Madrid, que es un deporte aparte, para saber que si al Real le marcas un gol a los veinte segundos, hay que marcarle dos o tres más en las jugadas siguientes. Por muchas razones, la primera de ellas es que si a un equipo le marcas un gol al sacar de centro es que tiene una empanada importante. La segunda, es que el Madrid es un equipo famoso por sus desconexiones con la realidad, le da igual la trascendencia del partido y el escenario, y si le marcan al principio la cosa promete. La tercera es que un gol al Madrid en Champions tiene el valor de una zancadilla: se tropieza el gigante, torpe, y hay que aprovechar para sacudirle varios golpes más y dejarlo sobre el suelo pero siempre tomándole rutinariamente el pulso, por si vuelve.

No hay que entender de fútbol, hay que entender del Real Madrid, para saber que después del 1-0 le correspondía a Simeone jugar a la ruleta rusa contra el Madrid, el mejor jugador suicida del mundo, capaz de tener cuatro balas en el tambor y salir vivo, o irse a por los blancos con todos los colmillos afilados. Hizo lo primero, temerario. Del Atleti dependía que ese gol fuese el inicio del fin del Madrid o el gol trampa de siempre, aquel que Raúl definió en la grada del Bernabéu cuando marcó el Bayern: “Estos no saben lo que acaban de hacer”. El Madrid lo llevó todo al límite, también en los penaltis. Ganó en el último disparo, y volvió a ser Antonio Rüdiger, medio lesionado y medio cuerdo, como en la noche de Mánchester.

Nada hizo el Atleti después de un gol fulminante y estrepitoso. Un gol que, visto el rival y la lista de agravios, y con las gradas pidiendo sangre en el Metropolitano, podría anunciar un huracán de media hora. Sin embargo, Simeone le regaló el balón a los blancos y metió el culo del equipo atrás. Si no le salió mal ni bien fue porque el Madrid se ha tomado esta temporada, empachado de éxitos, de transición. ¿De transición a dónde? A saber. Por olvidar, olvidó jugar a nada, que era como jugaba cuando de repente una de sus estrellas le sacaba el forro a la chistera y se ponía a bailar sobre él. Para eso hubo que esperar a la segunda parte, cuando ya Atlético y Real empezaron a tomarse en serio a sí mismos. No había juego y empezaron a emerger los héroes, incluso los héroes de unos pocos segundos, como Kylian Mbappé.

Mbappé, enjaulado en sus propias contradicciones, como un filósofo que ve la luz y bracea entre corrientes alternas de pensamiento hasta dar con una idea propia, cepilló el balón y se fue contra el Atleti para partirle la crisma, él solo, con las tablas de la ley. La suya. La de un jugador que, con espacios, suelta chimeneas de aire por la nariz. En carrera fue reuniendo a dos defensores atléticos despavoridos, y cuando los tuvo ya pegados los partió en dos movimientos imposibles, hachazo a izquierda y derecha, con una velocidad de locomotora. Sólo le pararon con penalti. La pena máxima fue eso exactamente: la pena máxima del madridismo. Vibraciones del balonazo de Ramos al espacio en los penaltis contra el Bayern. Aquella pelota que sigue sin aparecer probablemente tenga ya compañía trece años después: los finales felices existen.

La prórroga fue la exhibición de Federico Santiago Valverde Dipetta, el uruguayo al que le calcula Carlos Martínez en Movistar unos cinco pulmones. Lo sacó Ancelotti del lateral al ver que Simeone no estaba por volcarse ni en su banda ni en ninguna, confiando en la luz de Griezmann y en el veneno (qué jugador) de La Araña. Y Valverde empezó a suplir, enloquecido, a sus compañeros fundidos, a aquellos que al perder el balón sacaban la bandera blanca, rosario de almas rotas y con agujetas de épica. Se llegó así a los penaltis, la lotería trucada del Madrid con el Atleti.

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Sobre la firma

Manuel Jabois
Es de Sanxenxo (Pontevedra) y aprendió el oficio de escribir en el periodismo local gracias a Diario de Pontevedra. Ha trabajado en El Mundo y Onda Cero. Colabora a diario en la Cadena Ser. Su última novela es 'Mirafiori' (2023). En EL PAÍS firma reportajes, crónicas, entrevistas y columnas.
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