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Raúl González (Barceló): “Tengo fama de dormir con facilidad, incluso de pie”

El consejero delegado de la cadena hotelera realiza 200 viajes anuales, trabaja 12 horas diarias y en su escaso tiempo libre lee, pasea y hace deporte

Raúl González, consejero delegado de Barceló Hotel Group
Raúl González, consejero delegado de Barceló Hotel Group.
Carmen Sánchez-Silva

Raúl González nació en Guardo (Palencia) en 1961, un lugar bastante extraño, dice. Su padre estaba destinado en él por trabajo. Fue el 27 septiembre, el Día Internacional del Turismo; “se ve que estaba predestinado a trabajar en el sector”, cuenta divertido el consejero delegado para Europa, África y Oriente Medio de Barceló Hotel Group, la segunda cadena española por número de habitaciones, que se crio, estudió y vivió en Bilbao hasta que hace 23 años la hotelera le llevó a fijar su residencia en Palma de Mallorca. González asegura que le gusta correr riesgos, que hay que ser intrépido y tener un cierto toque de locura, porque el que no toma decisiones nunca se equivoca pero acabará relegado en el mercado.

Pregunta. ¿Le gusta viajar o no le queda más remedio?

Respuesta. Me encanta viajar y conocer gente. Pero, cuando lo haces en exceso, acabas agotado diciendo: me gustaba viajar, pero no tanto. Cuando me toca el típico viaje largo de 12 horas, me da mucha pereza, aunque pienso en la cantidad de cosas nuevas que voy a aprender y es lo que me anima.

P. ¿Cuántos viajes hace al año?

R. Aproximadamente hago 200 vuelos anuales. Se supone que uno trabaja unos 240 días al año, lo cual quiere decir que casi cada día de la jornada laboral estoy viajando. Hay que dar ejemplo: vivimos del turismo.

P. De esa cantidad, ¿cuántos quitaría?

R. El problema es que la mayoría me los autoimpongo porque llevo muy mal operar un hotel y no conocerlo. De hecho, el único que me queda pendiente está en Eslovenia, en Liubliana; estoy esperando a meterlo en agenda porque lo hemos inaugurado hace poco. Mientras tengamos un número asumible querré seguir yendo a ver los hoteles cada X tiempo para saludar, agradecer y ver cómo están las cosas. Porque los negocios los puedes gestionar en la distancia, para mí sería más fácil, o en directo, que cambia mucho el panorama.

P. Asegura que cada vez es menos economista y cada vez más sensato y más psicólogo, ¿por qué?

R. Sí. Cuando aumentan las responsabilidades, cada vez eres menos técnico, sabes menos de la materia, tienes gente que te ayuda a darte conocimiento, y cada vez tienes más que ver con las relaciones personales, tanto con el equipo como con el consejo, con los propietarios de los hoteles, los posibles socios… cada vez es más un tema de personas y de poder entenderte. Yo que en mis ratos libres daba clases en la universidad, ahora me costaría hacer algunos cálculos. Le daría las pautas a alguien de mi equipo. Y eso es muy bonito, cuando ves que el equipo te supera en cosas… Cuando alguien tiene miedo a que le quiten el espacio no le gusta ver a gente muy potente a su lado, pero cuando no tienes ese miedo en el cuerpo es muy bonito ver a gente que crece y hace las cosas de una forma en la que no se me habría ocurrido.

P. Entiendo que no tiene miedo a que le sustituyan…

R. No. La verdad es que siempre me ha parecido que era muy sano tener cierto toque de ingenuidad para poder sobrevivir en este mundo complicado. Si eres demasiado reflexivo, acabas demasiado preocupado. A mí me encantan los equilibrios. Hay que ser intrépido y tener un cierto toque de locura, pero sin excederte porque si no vas mal.

P. ¿Cuál es su último toque de locura?

R. Trato de que sean locuras sensatas. La apuesta por los países del medio oriente tenía un cierto toque, no sé si de locura, de pasión, de visión o una mezcla de todo. No es algo que salga natural en el grupo.

P. ¿Cuáles son sus principales aficiones?

R. Hacer deporte, ahora básicamente hago pádel y tenis dos o tres veces por semana; pasear, conversar y leer.

P. ¿Qué está leyendo?

R. Maldita Roma, de Santiago Posteguillo, y acabo de leer un libro que me divierte mucho: La pimpinela escarlata.

P. ¿Cuántas horas trabaja y cuánto tiempo deja para usted?

R. Tengo una costumbre que probablemente no es buena, la verdad es que se critica mucho: yo atiendo los emails y las llamadas cualquier día del año y tengo la manía de contestarlos porque si no me quedo preocupado. Supongo que esto es sancionable, aunque lo suelo hacer. Trabajo bastantes horas, una jornada laboral media suelen ser 12 horas. Yo leía mucho más antes; me da pena, pero tengo tanto material de lectura del sector, que me cuesta sacar tiempo. Pero disfruto y no me quejo. Me gusta estar al día y tomar decisiones con criterio. Y tener opinión propia, que creo que nos falta, nos dejamos llevar mucho por la corriente.

P. Doce horas de trabajo, ¿qué opina de la conciliación?, ¿qué dicen su mujer y sus hijos?

R. Bueno, intento que los tiempos que tenemos para estar juntos no sean para estar dándole vueltas a la cabeza, pensando en los problemas. Y eso creo que lo hago bastante bien. Lo de las 12 horas es cuando viajo, igual cuando estoy en casa trabajo 10 horas. Voy a las 8 de la mañana a la oficina y me voy a las 8 de la tarde y a medio día me escapo a hacer algo de deporte cuando puedo.

P. ¿Qué tal duerme?

R. Normalmente bien. Ha empeorado la calidad de mi sueño. Pero tengo fama de dormir con mucha facilidad. Dicen que me llego a dormir de pie. Tengo unos biorritmos que se suelen agotar a las 12 de la noche, con lo cual no soy muy noctámbulo; incluso doy una cabezadita de cinco o diez minutos cuando salgo y vuelvo a la tertulia si es lo que toca. Tengo fama. Los amigos dicen ‘me voy a hacer un Raúl’. Todos pasan envidia, quieren esa siestecita nocturna.

P. ¿Qué tal lleva el estrés?

R. Yo creo que bien. Como buena empresa familiar, es exigente e inconformista. Lo llevo con bastante templanza e intento no transmitir las tensiones hacia abajo porque no aporta nada y las intento gestionar. Porque lo fácil es te aprieten y tú aprietes.

P. ¿Se puede ser amable siempre, como se hace permanentemente en la industria hotelera?

R. Siempre no. Casi siempre, sí. Es como la frase: ‘el cliente siempre tiene razón’. Una cosa es que no le tienes que insultar o maltratar, pero no siempre tiene razón. Las formas hay que guardarlas, sobre todo, cuanto más duro es el fondo. Yo he saltado pocas veces en mi vida, los únicos momentos en los que he perdido la templanza es cuando algo es injusto.

P. Dice que una de las partes más duras de su trabajo es la duda permanente sobre si lo que ha hecho está lo suficientemente bien.

R. Hay que dudar de no dudar. Tienes que tener suficiente capacidad de autoestima y capacidad de decisión como para ser atrevido en las cosas y, a la vez, tener suficiente humildad y escuchar. Eso es difícil. Cuando te vienes muy arriba y el ego te lo alimenta, porque todo el mundo te alaba, llega un momento en el que tiendes a creer que eres infalible y que lo que tú haces es lo mejor. Porque todo el mundo te viene a contar lo bueno. Sabes que lo malo va por detrás. Entonces, de vez en cuando, es positivo reflexionar sobre si se podía haber hecho de otra manera. Recapacito sobre si se pueden hacer mejor las cosas. Hay que pensar que no siempre lo que haces tiene que estar bien, en el fondo tienes que buscar contrapesos.

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Sobre la firma

Carmen Sánchez-Silva
Es redactora del suplemento Negocios. Está especializada en Economía (empleo, gestión, educación, turismo, igualdad de género). Ha desarrollado la mayor parte de su carrera en EL PAÍS. Previamente trabajó en La Gaceta de los Negocios, Cinco Días, Ranking, Mercado e Ideas y Negocios. Es licenciada en Periodismo por la Universidad Complutense.
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