El mundo se pertrecha para la revolución económica de Trump
Los principales actores mundiales elaboran sus estrategias de reacción ante la sacudida de nacionalismo económico que promete la presidencia trumpista
La economía mundial se adentra en el segundo cuarto del siglo XXI con fuertes señales de un cambio de paradigma, en gran medida marcado por el regreso del republicano Donald Trump a la Casa Blanca. Su victoria representa sobre todo un nuevo impulso al nacionalismo económico por la vía de guerras arancelarias, pero también la perspectiva de revulsivos en el sector energético, con la voluntad de incremento de producción de energías fósiles, y en otros sectores ―como el financiero y el tecnológico―, por la vía de la desregulación. La reunión anual del foro de Davos trató de descifrar los primeros signos de un camino que se vislumbra turbulento. Todos afilan las herramientas para reducir riesgos y aprovechar las oportunidades.
Las recetas económicas trumpistas ―que el propio presidente presentó con una intervención en videoconferencia el jueves― recibieron durante los trabajos del foro una acogida con manifestaciones de entusiasmo empresarial por lo que concierne a la desregulación, y de gran inquietud con respecto a la estrategia de subida de aranceles. El clima davosiano, en todo caso, pareció mostrar mucha confianza en el devenir de la economía estadounidense, sobre todo por la poderosa conexión entre el gran mercado de capitales y las capacidades tecnológicas que se dan en la primera potencia mundial. En ello incidió, entre otros, Kristalina Georgieva, directora del FMI, en un panel el viernes.
“¿Por qué el crecimiento en EE UU es tan fuerte? ¿Por qué el europeo no es tan satisfactorio? ¿Por qué los mercados emergentes no van estupendamente? La respuesta reside sobre todo en la diferencia de crecimiento de productividad. EE UU avanza con alta productividad porque los mercados de capitales inyectan dinero en empresas dinámicas, porque la tecnología provoca inversiones y estimula el crecimiento empresarial”, dijo Georgieva.
El foro también emitió claras señales acerca de las vías de respuesta de otros actores relevantes al advenimiento de la trumponomía 2.0, desde la UE hasta China y Arabia Saudí.
“Estamos en un momento de fuerte incertidumbre, al principio de una nueva administración americana que va a tener un impacto geoestratégico significativo”, dice Nadia Calviño, presidenta del Banco Europeo de Inversiones. “Se está configurando un nuevo orden mundial y creo que es muy importante que Europa tenga una voz fuerte, seguir contribuyendo a unas instituciones multilaterales que son la mejor garantía para encontrar soluciones beneficiosas para todas las partes. Hay que huir de una visión de suma cero, porque la experiencia histórica nos muestra que la cooperación y la unidad rinden más beneficios a nivel global”, apunta Calviño en comentarios ofrecidos al margen del programa oficial del Foro de Davos.
Calviño también exhorta a Europa a “aprovechar la oportunidad para seguir profundizando sus relaciones estratégicas con otras partes del mundo”. “Europa es líder mundial en comercio. Hemos visto el acuerdo con Mercosur, hay un gran interés por parte de México y Malasia y habrá más. Naturalmente tenemos que cuidar la relación con Estados Unidos, que es estratégica para ambas partes, pero sin perder de vista la necesidad de tomar las riendas de nuestro destino y reforzar la autonomía en términos de seguridad y defensa, energía, tecnología, competitividad, etc. Durante esta semana he visto una enorme determinación y voluntad política en Europa para actuar unidos y aprovechar todas las oportunidades”.
La propia presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, esbozó el rumbo de la respuesta europea en un discurso pronunciado el martes. La líder comunitaria señaló como prioridad la necesidad de avanzar hacia la conformación de un verdadero mercado común de capitales ― un mantra repetido por muchos, entre ellos Christine Lagarde, presidenta del Banco Central Europeo, o Larry Fink, presidente de BlackRock―; hacia una reforma en el sector energético ―cuyo plan se comprometió a presentar en febrero―; y hacia la agilización de la burocracia para facilitar el emprendimiento en sectores innovadores.
“A veces las empresas deben acoplarse a 27 legislaciones nacionales. Ofreceremos a las compañías innovadoras operar en toda la Unión con un único marco regulatorio. Lo llamamos el régimen 28. Legislación laboral, empresarial, impuestos… un único marco en toda la Unión”, dijo Von der Leyen.
Lagarde añadió a los deberes europeos también la culminación de una auténtica unión bancaria.
Pero la respuesta europea va más allá y, según señaló Von der Leyen, entraña la voluntad de profundizar la cooperación con otros países o bloques. “Solo en los últimos dos meses hemos concluido nuevos acuerdos con Suiza, México y Mercosur. Estos pactos han sido objeto de negociaciones durante años, cuando no décadas. ¿Por qué se producen todos hoy?”, preguntó. Ella respondió que es porque Europa es un actor fiable que juega según las reglas. La respuesta implícita es el regreso de Donald Trump al poder.
Por otra parte, en respuesta al proteccionismo estadounidense y chino, la Comisión Europea esboza planes para que las compañías de la UE tengan preferencia en la contratación pública en sectores sensibles del club comunitario, en un claro síntoma del efecto contagio del nacionalismo económico.
Hubo amplio consenso sobre la gran envergadura que Europa afronta en esta etapa. Pero Fink exhortó a no dramatizar en exceso: “Hay demasiado pesimismo en Europa. Creo que probablemente es el momento de volver a invertir en Europa”, dijo.
China también trabaja a fondo en su estrategia económica para afrontar con resiliencia la nueva etapa. Pekín impulsa una acción de estímulo para su economía en ralentización con varios flecos, uno de los cuales ―una iniciativa por valor de más de un billón de euros para sortear el problema de la deuda local― fue anunciado en noviembre, poco después de la victoria de Trump.
El Partido Comunista de China (PCCh) intenta a la vez proseguir en la transición de su economía hacia sectores de mayor valor añadido tecnológico, garantizarse la autonomía en productos estratégicos, deglutir una burbuja inmobiliaria tóxica, mantener un ritmo de crecimiento que evite descontento social y espolear el consumo interno para reducir, al menos un poco, la descomunal importancia que las exportaciones revisten en su economía. La tarea es extremadamente compleja.
Pero no solo las otras dos grandes economías se reajustan al regreso de Trump. Fue protagonista en Davos la noticia de planes de inversiones saudíes en EE UU por valor de 600.000 millones de dólares. La mencionó el propio Trump en su intervención del jueves (añadiendo que pediría al príncipe saudí que, de paso, la redondeara a un billón), e hizo referencia a ella el ministro de Economía saudí, Faisal Alibrahim, diciendo que la cifra hacía referencia a un conjunto de inversiones públicas y privadas. Los dirigentes saudíes buscan probablemente a la vez aprovechar buenas oportunidades en el mercado estadounidense y congraciarse con el presidente. Trump fue claro: quien quiera invertir y producir en EE UU encontrará una era de oro. Los demás, un muro de aranceles.
La intervención de Alibrahim dejó claro que, pese a su innegable fuerza política, Trump se topará con serias dificultades para implementar sus planes de política económica. El dirigente saudí respondió con evasivas a una pregunta acerca de los deseos de Trump de perseguir un gran aumento de la producción petrolera que reduzca los precios y ponga en dificultad a Putin, forzándole a terminar la guerra en Ucrania, que el líder de EE UU prometió resolver en 24 horas.
El sector de los hidrocarburos también observa con escepticismo ciertas declaraciones bombásticas acerca de un poderoso incremento de la producción. Las inversiones para ello necesarias, por supuesto, solo tienen sentido si los precios prometen rentabilidades, y las cuentas, como mínimo, no son tan claras como el entusiasmo trumpista.
Por su parte, las economías emergentes observan con honda inquietud el regreso de Trump al poder, un hecho que entraña formidables riesgos para ellas, empezado por la retirada de EE UU del marco multilateral de la lucha contra el cambio climático, una realidad que afecta especialmente a los países en vías de desarrollo, que no tienen visos de contar ni con la voluntad de Washington de frenar su avance, y menos todavía de contribuir a aliviar el impacto.
La perspectiva de que las medidas arancelarias y la reducción de la mano de obra vinculada a la lucha contra la inmigración puedan tener consecuencias inflacionarias y ralentizar la caída de tipos tampoco es buena noticia para las deudas dolarizadas.
En clave global, los esfuerzos para someter a las multinacionales a una fiscalidad más justa, ya arduos, se antojan ahora imposibles. La trumponomía promete consecuencias en un amplio abanico de ámbitos.
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