El gran viaje de Rafael del Pino desde Príncipe de Vergara hasta Kingsfordweg
El presidente de Ferrovial, que convirtió al grupo español en una gran multinacional, lleva años abrazando la idea de que España necesita seguridad jurídica
“Lo que ha hecho Rafael del Pino no lo habría hecho su padre”. Las palabras de un veterano periodista que ha seguido la historia de Ferrovial en las últimas décadas recuerdan a Rafael del Pino Moreno, fallecido en 2008, un ingeniero de Caminos que en 1952, en pleno franquismo, decidió levantar una de las compañías más exitosas de la historia económica del país. Del Pino Moreno fundó Ferrovial como una compañía centrada en la renovación de vías ferroviarias, que prosperó durante el franquismo y la Transición gracias a los contratos para construir carreteras y otras infraestructuras públicas hasta convertirse en una de las mayores constructoras del país. Durante décadas, la familia Del Pino ha ocupado los rankings de las mayores fortunas de España.
El hijo del fundador, Rafael del Pino Calvo-Sotelo, el tercer hombre más rico de España, según Forbes, con un patrimonio valorado en 3.800 millones, ha hecho enfurecer a la clase política y a un buen puñado de ciudadanos que desde redes sociales le afean su decisión, comunicada el martes, de llevarse la empresa a Países Bajos. También ha dejado atónito a más de un empresario, aunque ninguno quiera pronunciarse en público.
El sobrino del expresidente del Gobierno, Leopoldo Calvo-Sotelo, es un hombre amante de la fotografía al que, sin embargo, no le gusta verse retratado en los medios de comunicación. Es el primogénito de cinco hermanos y en 2001 tomó el testigo en la presidencia de Ferrovial. Pero no como “hijo de”. Tenía 42 años y mucho camino recorrido en el grupo; 20 años antes, Rafael padre le había hecho sudar el puesto mandándolo a supervisar una carretera al desierto de Libia. El joven ingeniero de Caminos cumplió punto por punto lo que se supone que es una abnegada y exitosa trayectoria profesional: MBA en el prestigioso MIT estadounidense, desempeñó todo tipo de cargos en el grupo hasta llegar al puesto de consejero delegado en 1992, cuando su padre consideró que estaba listo para liderar la primera línea ejecutiva de la compañía a su lado. Nueve años después, tomaría el relevo en la presidencia, el día en que, también por sorpresa, su padre le cedía el testigo en una junta general tras cumplir 80 años.
Rafael del Pino, ya sin la apostilla de hijo, contribuyó decisivamente a la internacionalización que ha llevado a Ferrovial a tener en Estados Unidos el 36% de las ventas, o el 21% en el Reino Unido. “Hemos perdido el miedo a conquistar mercados desarrollados”, sentenciaba en una entrevista en 2009 en este diario. La empresa no ha estado exenta de polémicas. Se vio salpicada en el caso Palau, sobre el pago de comisiones a la antigua Convergència Democràtica de Catalunya por la concesión de obra pública. La compañía recibió el año pasado una importante sanción de la Comisión Nacional del Mercado y la Competencia (CNMC), de más de 38 millones de euros, por formar supuestamente un cartel con otras constructoras para concertar licitaciones de obra pública entre 1992 y 2017. El expediente del supervisor de la Competencia impedía a las empresas sancionadas contratar con la administración, pero la Audiencia Nacional ha suspendido la multa de forma cautelar.
Como en las grandes sagas, los Del Pino también han protagonizado un cisma familiar. Rafael del Pino y su hermano Leopoldo rompieron en 2015 la acción concertada que mantenían en Ferrovial y se repartieron el 40% que mantenían en la constructora tras un enfrentamiento por la gestión de la compañía. Un año después, Leopoldo del Pino dimitió del consejo y poco a poco ha ido reduciendo su participación en la empresa que fundó su padre. Ambos hermanos también se distanciaron por el papel de la familia en el Instituto de la Empresa Familiar. En los últimos años Leopoldo se ha convertido en uno de los accionistas minoritarios que más problemas ha planteado a su hermano Rafael en las juntas de accionistas del grupo. El presidente tiene ahora el 20,4% del capital, mientras Leopoldo ostenta el 4,1% y su hermana María otro 8,2%.
Del Pino Calvo-Sotelo es un hombre discreto, de perfil bajo, alejado de los gustos de su padre, que fue considerado el patriarca de la beautiful people, aquel grupo de empresarios y artistas que mantuvo una estrecha relación con el Gobierno de Felipe González a finales de los ochenta y principios de los noventa del siglo pasado. A pesar de su laconismo, el actual presidente de Ferrovial ha opinado sobre cómo deberían ser las políticas públicas. Ha pedido acuerdos económicos al modo de los Pactos de la Moncloa; ha afeado que distintos gobiernos alimentasen el déficit con gasto corriente, y, sin embargo, siempre ha defendido la necesidad de más dinero público para obras.
Opiniones políticas
El líder de Ferrovial tampoco ha disimulado opiniones que afectan a su propio bolsillo. “No hay que subir tipos ni inventar nuevos impuestos sino, en todo caso, lo contrario. El Impuesto al Patrimonio o a las grandes fortunas no existe en casi ningún lugar, y ha sido abolido en casi todos los países que lo tenían”, se quejó en una entrevista en 2020. “Quizá deberíamos hacer lo contrario para competir con Portugal y atraer jubilados europeos para que compren vivienda y paguen sus impuestos aquí en vez de en otro país”, añadía. Era el mes de mayo de 2020 y el mundo contenía el aire tras los confinamientos por el coronavirus. El actual presidente de Ferrovial siempre ha buscado los resquicios legales para pagar menos impuestos. La empresa ha aprovechado al máximo los créditos fiscales para tributar lo mínimo posible. Rafael del Pino mantiene su participación en Ferrovial a través de la empresa holandesa Rijn Capital.
Ahora es él el que va a pagar impuestos a otra jurisdicción. Porque la sorpresiva decisión del traslado de sede, comunicada en un escueto informe de tres folios en medio de la cascada anual de resultados empresariales que las cotizadas difunden el último día de febrero, tendrá ese efecto. Todos los despachos profesionales consultados (más de media docena) aseguran que la baza fiscal es el as en la manga de la compañía para recorrer los 1.766 kilómetros que separan la madrileña sede de Príncipe de Vergara del número 151 de Kingsfordweg, en Ámsterdam, donde dentro de un tiempo, junta de accionistas mediante, recalará la española, ya con traje fiscal nuevo. Algunas voces también conceden que Del Pino abraza esa dolorosa frase que la empresa ha esgrimido para justificar la operación: “Países Bajos tiene un marco jurídico estable”. Como si España no lo tuviera. “Este es el patriotismo: construir en base a pelotazos urbanísticos y evadir los impuestos. Son la antiEspaña”, bramaban cargos de Unidas Podemos el miércoles por la mañana.
En el universo de las finanzas, sin embargo, la mentalidad es radicalmente distinta. Unas décimas pueden suponer millones, como describe el asesor de un gran despacho internacional que pide anonimato: “El runrún de que tenemos poca seguridad jurídica está ahí. Nos peleamos con una normativa cambiante, los pronunciamientos de los tribunales son contradictorios. Tenemos poca seguridad jurídica, no somos Alemania, ni Países Bajos. Los políticos tiran de talonazo legislativo y cambian cualquier cosa”. Eso, dice el asesor, puede ser un argumento más poderoso que el evidente daño de imagen que vivirá la constructora durante un tiempo. Porque el propio Del Pino lleva años mencionándolo: “Hay que crear el clima para que España sea competitiva. Para invertir a largo plazo hace falta un marco de seguridad jurídica”, argumentó para exigir el rescate con dinero público de las radiales.
El despacho del empresario estará dentro de poco, si todo sale como él espera, en un luminoso edificio de oficinas en un centro de industrias de alta tecnología situado en el extrarradio de Ámsterdam. Quizá a la multinacional le queda ya muy lejos aquel 18 de diciembre de 1952, cuando Rafael del Pino fundó Ferrovial en un ático del centro de Madrid. “Como indica el nombre, nuestro origen era puramente ferroviario. Nacemos a raíz de un contrato con Renfe para canjear traviesas de madera que asientan los raíles de las vías”. Unas vías que antaño fueron públicas y que ahora ponen la máquina rumbo a Wall Street, el corazón del capitalismo.
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