El proyecto educativo que llena el aula de música clásica
La orquesta Oviedo Filarmonía lleva a los colegios una programación pedagógica para formar a los niños en valores y enseñarles a apreciar su patrimonio musical y cultural durante la pandemia
Oviedo, con sus poco más de 200.000 habitantes, apenas tiene unos multicines (que ni siquiera están en el centro urbano), pero a cambio tiene una orquesta sinfónica, una banda de música y otra de gaitas, una escuela de música y otra de música tradicional, aparte de ciclos de jazz, una escena alternativa muy activa y una programación estable de ópera, zarzuela y música lírica. Y eso, sin contar la orquesta sinfónica autonómica y los conservatorios Superior y Profesional, de competencia del Principado. Un currículo impresionante que demuestra hasta qué punto la música clásica se encuentra profundamente imbricada en la vida social de la ciudad, que desde hace años viene poniendo el foco, a través de la Fundación Musical Ciudad de Oviedo, en la necesidad de estrechar la relación entre la música y la educación. Se trata de que entiendan que la música clásica “no es solo una cosa de viejos, que tiene que formar parte de su vida porque es parte de su patrimonio cultural y les ayuda a crecer humanamente”, explica Cosme Marina, director artístico de la Fundación.
Solo en el año anterior al coronavirus, en 2019, más de 4.000 escolares de 40 centros ovetenses participaron en los conciertos didácticos presenciales organizados por la fundación y la concejalía de Educación del consistorio, en una labor educativa que viene desarrollándose desde hace más de una década. Por eso, y ante la imposibilidad de llevar con normalidad al alumnado a los teatros y auditorios, ambas instituciones sacaron adelante el proyecto Oviedo Filarmonía: música en la escuela, a través de siete conciertos distribuidos mensualmente a los centros (32 se han inscrito en esta primera edición, la mayoría de ellos públicos y de Primaria) gracias a las nuevas tecnologías y material didáctico creado específicamente para cada uno de ellos. Mozart, Beethoven, Dvorak, Rimsky-Korsavov, música de Año Nuevo, zarzuela...
“Cuando hablamos de música clásica, hablamos de un patrimonio musical y cultural, con lo que tenemos una responsabilidad añadida. Porque es muy fácil pensar en conservar la catedral o una pinacoteca de primer nivel, pero el patrimonio musical en este país no goza de ese nivel de protección, conservación y necesidad de transmisión”, recuerda Marina. “Ayer hicimos La revoltosa y Agua, azucarillos y aguardiente... La música, la ópera, la zarzuela solo existe si se hace; si no se levanta el telón no es nada: un libro, una partitura en una estantería”. De ahí que, con la crisis social y sanitaria provocada por la covid-19, tuvieran que buscar rápidamente nuevas herramientas para poder llegar no solo al público escolar, sino también en general.
“Se necesita hacer un trabajo pedagógico fuerte con los adultos... En estos momentos, el público de 30-40 años no viene a los conciertos ni aquí, ni en Madrid ni en Berlín. Es un problema que hay que abordar a corto y medio plazo”. Las carencias se ven también, apunta, entre los interlocutores políticos: “Las generaciones de políticos que tenemos viven en un completo analfabetismo musical. Hemos visto responsables de Cultura y de Educación cuyo primer contacto con el mundo de la cultura es cuando acceden a ser concejales. Y esto no puede ser”. Como modelo a seguir, Marina se fija en el sistema de orquestas infantiles y juveniles de Venezuela, con José Antonio Abreu. "El objetivo final no era conseguir grandes músicos (que se obtuvieron), sino proporcionarles una formación humanística". A lo largo de los años, vieron que la música ayudaba mucho a formarles en valores como la solidaridad, la colaboración o el trabajo en equipo; "en la capacidad de que tú, como niño, veas que no solo lo tuyo es importante, sino lo de los demás, y que lo de todos juntos es importantísimo".
Músicos, docentes... y una marioneta
Cuando se declaró el estado de alarma, la orquesta tenía programado un concierto en un colegio de Oviedo con el que la fundación siempre había trabajado bien. Antes que cancelarlo, Pablo Gallego (coordinador del proyecto) decidió grabarlo con el móvil: “Pensábamos que se iban a conectar, como mucho, los del centro. Pero de repente, muchos otros se enchufaron, y más gente a través de las redes sociales. Y al final fueron más de 20 escuelas... Lo importante era no fallar a los niños que estaban esperando a la orquesta, y que ya habían hecho un trabajo didáctico previo en clase”, recuerda.
De ahí, y ante la perspectiva de no poder retomar los conciertos didácticos presenciales, se pusieron a trabajar en un programa que pudiera garantizar su acceso a la música. “Hicimos de la necesidad virtud, y empezamos aprovechando la programación de verano, que fue la vuelta a la calle con música. Grabamos esos conciertos al aire libre, en el claustro de la antigua sede de la Universidad de Oviedo, y de ahí escogimos lo que llevaríamos a los centros escolares: la obertura de Las bodas de Fígaro, de Mozart; la 1ª Sinfonía de Beethoven; en enero, la música de Año Nuevo, la zarzuela y la música española...” Obras conocidas y especialmente seleccionadas teniendo en cuenta las restricciones por la pandemia, que por la distancia de seguridad impedía usar toda la orquesta (que, en el caso de Oviedo Filarmonía, incluye a 55 músicos).
Pero la labor de la fundación no se limita simplemente a grabar conciertos y enviarlos a los centros escolares, sino que cada uno va acompañado de una programación didáctica específica que los docentes pueden emplear y que encaja en el currículo de Música de Primaria y Secundaria. Así, la nueva unidad didáctica, Música y naturaleza, está basada en la 6ª de Beethoven, estableciendo relaciones entre el entorno social y natural del alumno con determinadas partes de la obra (al final del segundo movimiento, hay una serie de instrumentos que imitan a los pájaros, y el cuarto movimiento empieza con una tormenta).
“En noviembre, en un momento de cierre de teatros, se grabaron varios conciertos, entre los que estaba Sherezade, de Rimsky-Korsakov, que se convirtió en Simbad el marino. Se trata de darle una vuelta didáctica con algo que ellos pueden conocer, como puede ser el cuento, para descubrirles algo en lo que quizá no habrían pensado si no se lo ponen delante”, cuenta Gallego, “a la vez que se crea un corpus de contenido que irá creciendo con el tiempo. Fragmentos musicales y obras completas asociadas a unas actividades a las que, el año que viene, se unirán otras nuevas”. Precisamente de cara al futuro, y si el presupuesto lo permite, la intención pasa por mejorar técnicamente el proyecto, “convertir el escenario en un plató, para que se pueda grabar de otra manera, con tres o cuatro cámaras, un guion y distintos planos”, añade Marina.
La elaboración y selección del material pedagógico corrió a cargo de dos personas: una de carne, Gustavo Moral, y otra de trapo, la marioneta Evaristo, ambos alma y brazo (nunca mejor dicho) de EducArte. “Muchas de las actividades tienen una intención transversal, pudiéndose trabajar a diferente escala en los primeros ciclos de Primaria o Secundaria. Y en todas, la idea principal es la de acercar la música, a los grandes autores y sus obras, desde un punto de vista desenfadado”, afirma Moral, que también es profesor de Primaria y Secundaria en el colegio La Enseñanza, de Santander. Jugar con ellos y sentirlos cerca creando una baraja de instrumentos, escenificando algunas escenas de zarzuela, produciendo su propio musical o jugando a la oca con un tablero con todos los directores del concierto de Año Nuevo.
¿Y por qué una marioneta? “Evaristo es un recurso que nos permite acercarnos a los niños desde una cercanía que también sienten los adultos”, añade Moral. “Puede decir, y dice, aquello que muchas veces no nos atrevemos a preguntar, sin miedo a sentir ridículo por no saber y con todo el derecho a inventarse la respuesta a su pregunta. Y, lo que es fundamental, usa la broma como recurso fundamental”. La de Evaristo es sin duda una figura entrañable y cercana, capaz tanto de subirse a un escenario y hacer que la orquesta interprete a AC&DC, como de montarse su propio concurso en directo con los intérpretes de Turandot. No en vano lleva 10 años subiéndose a escenarios de toda España haciendo teatro, conciertos didácticos y ópera “para todos los públicos”. “Y, al encontrarse con los niños tras las funciones, siempre sentimos cariño y cercanía y una identificación entre la marioneta y su público que es hermosísima”, cuenta Moral, su brazo ejecutor.
El valor de la educación musical
Para Cecilia Ureña, docente del colegio Santo Domingo, en Oviedo, la educación musical es “algo maravilloso que todos los niños deberían experimentar. No ya para convertirse en concertistas ni grandes músicos, sino para poder disfrutar de cualquier tipo de música conociéndola... Que aprendan a cantar y que sepan que su voz no solo transmite cosas a través de las palabras, sino también del canto; que la música es un lenguaje universal para comunicarse con otra gente con la que no se entienden con palabras”. Pocas dudas quedan tras visitar una de sus clases, con alumnos de primero y segundo curso de Primaria: “Elefantes a jugar, elefantes a soñar, elefantes, vámonos a ver el mar...”, entonan efusivamente. Thiago, Olai, Adriana, Mateo, Irene y el resto de sus compañeros se ponen a cantar a la mínima oportunidad (¿quién dijo vergüenza?) y demuestran los conocimientos que poco a poco han ido adquiriendo: ya conocen los distintos instrumentos y las familias a las que pertenecen, son capaces de identificar las notas (y los colores a los que se asocian) y colocarlas en su lugar correcto en el pentagrama.
Entre los beneficios de una buena educación musical, Ureña destaca que “la música hace que las personas seamos más sensibles, receptivas y empáticas; contribuye a que los niños puedan desarrollar cualquier faceta de su personalidad y nos ayuda a transmitir sentimientos que igual no salen con palabras. Y eso, para los niños, es imprescindible, porque les entrega unas herramientas que luego les servirán en su vida adulta, para enfrentarse a los problemas y vivir la vida de otra manera”.
La relación de los niños y de la ciudad con su orquesta ha sido siempre muy cercana, y eso ayuda, afirma, a que los niños lo perciban como algo suyo y aprendan mejor. “Una actividad que les encantó a los pequeños tiene que ver con la relación entre la música y los colores. A raíz de la sordera de Beethoven, les conté la historia de Neil Harbisson, un artista hispanobritánico que no puede distinguir los colores pero que, gracias a una antena colocada en la cabeza y a la frecuencia sonora, los identifica. Les entregué unas tarjetas para que colorearan cada nota con un color diferente. Y luego, pintaron la cara de Beethoven con distintas notas / colores”.
El escaso tiempo de clase (45 minutos semanales con 6º de Primaria, y una hora con 1º, 2º y 3º) limita no obstante la frecuencia con que pueden usar los materiales de este programa. “El problema es que las administraciones no dan a la asignatura de Música el valor que realmente tiene. El hecho de que, en Primaria, haga media con la asignatura de Plástica ya demuestra el poco interés que tienen en la enseñanza de la música y de las disciplinas artísticas en general”.
¿Es posible ganarse la vida a través de la música?
“Yo creo que la música clásica tiene un gran futuro, pero hay que cambiar el planteamiento. Ya lo decía Dudamel en EL PAÍS: estábamos acostumbrados a que la gente viniera a nosotros y ahora nos tenemos que acostumbrar a hacerlo al revés”, reconoce Marina. “La música clásica ha vivido, y muy bien, de las rentas, porque hubo una época en la que era omnipresente. Y luego pasó por otra en la que aún gozaba de prestigio. Esa torre de marfil hizo también que se fuera poco a poco propiciando una desconexión social, el público empezó a envejecer.... Y esto ocasionó también una desconexión creativa”. Para el director artístico de la fundación, uno de los factores que más ha influido ha sido el de un maltrato institucional histórico hacia el patrimonio musical. "El desprecio institucional hacia la música clásica y hacia la lírica es una característica de la cultura española, de siempre”.
Afortunadamente, añade, ya hay una generación nueva de músicos e intérpretes “que es absolutamente increíble”. Y eso abre las posibilidades de desarrollar una carrera profesional: si las primeras orquestas en España se crearon (casi todas) con músicos procedentes de países del Este de Europa, ahora se están renovando con músicos españoles. “No por una cuestión de nacionalismos, sino porque esos músicos, que dan el nivel, ya están formados en conservatorios homologables a los conservatorios europeos”. En cuanto a los perfiles, Marina destaca la importancia del músico de orquesta: “La nuestra, que es pequeña, tiene 55 músicos, pero es que la Orquesta Nacional de España tiene más de 100, y la mayoría de las veces son 70, 80 músicos”. En España, en estos momentos, hay 31 orquestas en la asociación de orquestas, casi todas públicas, “y España es el país que menos tiene. Si te vas a Europa, en Alemania, una ciudad pequeña como Oviedo tiene dos y a veces hasta tres orquestas”.
El ámbito de la música tiene, además, mucha trastienda: la gestión, los archivos, regidurías... “Ayer, con una zarzuela, en el Teatro Campoamor estaban trabajando casi 200 personas. Porque, por un lado, están los músicos, los cantantes, los actores y los bailarines, pero también los peluqueros, los maquilladores, los sastres, los maquinistas, los tramoyistas... El ámbito de trabajo es enorme”, añade. “Los teatros, los auditorios, son fábricas de gente trabajando. Y fábricas complejas, porque son oficios muy distintos. En Asturias, incluso, hay módulos de FP enfocados a oficios teatrales que antes no existían”.
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