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El banco central turco no gana para gobernadores

La institución ha tenido cuatro responsables en menos de dos años. El anterior había logrado estabilizar la lira

Andrés Mourenza
El gobernador saliente del banco central turco, Naci Agbal, en 2016.
El gobernador saliente del banco central turco, Naci Agbal, en 2016.Umit Bektas (Reuters)

Hacerse cargo de la estabilidad de precios y la política monetaria se ha convertido en uno de los puestos más inestables de Turquía. El banco central ha tenido cuatro gobernadores en los últimos 20 meses cuando, desde el establecimiento de la institución hace nueve décadas, se habían mantenido en el cargo una media de cuatro ó cinco años. La sustitución del último, Naci Agbal, mediante un decreto presidencial en la madrugada del sábado, ha pillado por sorpresa a empresarios e inversores, que no ahorran epítetos negativos para criticar la decisión pues en los últimos meses se había logrado estabilizar la divisa turca tras un año de inmensas pérdidas. El despido de Agbal, y su sustitución por un exdiputado islamista, vuelve a poner sobre la mesa la forma en que el presidente de Turquía, Recep Tayyip Erdogan, maneja una institución que, sobre el papel, debería ser independiente.

“Casi más que la política monetaria, el banco central tiene el cometido de gestionar las expectativas. Tener cuatro gobernadores en tan pocos meses y, con ello, cambiar la dirección de la política monetaria otras tantas veces, envía un mensaje negativo”, afirma Durmus Yilmaz, exgobernador del organismo (2006-2011). Y sentencia: “Han perdido el rumbo”. El gobernador hasta este fin de semana, Naci Agbal, dirigía la institución bancaria desde noviembre, cuando su antecesor fue abruptamente sustituido tras un año en que la lira turca acumulaba pérdidas de un 30% pese a los intentos de mantener su valor quemando la mitad de las reservas en divisas del instituto emisor y parte de los bancos públicos (Goldman Sachs estima que se utilizaron más de 100.000 millones de dólares, 84.000 millones de euros).

El artífice de estas políticas había sido realmente Berat Albayrak, yerno de Erdogan y zar económico del Gobierno turco, que, tras conocer que su protegido al frente del banco central había sido destituido —también mediante decreto nocturno— presentó su dimisión a través de Instagram y ha permanecido prácticamente desaparecido desde entonces, a excepción de los mensajes entregados por sus abogados en los que notificaba querellas contra los miembros de la oposición que le acusan de haber volatilizado las reservas del país.

Con “el yerno” —como se le conoce habitualmente— fuera de la ecuación, Agbal desde el instituto emisor y Lütfi Elvan desde el Ministerio de Finanzas se aplicaron en recuperar la confianza de los mercados mediante un regreso a las políticas ortodoxas y una progresiva subida de los intereses de casi 9 puntos porcentuales (actualmente el tipo de referencia está en el 19%) para mantener a raya la inflación, que se acerca al 16% según las estadísticas oficiales. La divisa turca recuperó así parte del valor perdido: si a inicios de noviembre un euro se cambiaba por más de 10 liras, ahora son 8,60.

Los inversores respondieron y volvieron a entrar en el mercado turco. Incluso los turcos: en enero el número de depósitos en divisa se redujo en 1.000 millones de dólares y aumentaron aquellos en liras, algo imprescindible para “desdolarizar” la economía, ya que más de la mitad de los ahorros se hallan depositados en divisas y oro.

En palacio no era una política muy bien vista, puesto que Erdogan se ha definido como un “enemigo de los intereses altos”, a los que considera “la madre de todos los males” y, enarbolando una teoría bastante heterodoxa, sostiene que aumentan la inflación (la mayoría de economistas coincide en que es al revés: los altos intereses fomentan el ahorro y contienen el gasto, reduciendo el alza de precios). Hay en ello un punto ideológico —el Islam prohíbe el préstamo con altos intereses— y otro más prosaico: en las últimas décadas ha tejido una relación clientelar con nuevos empresarios de la construcción para cuyos negocios es primordial que no se dispare el precio de las hipotecas y del crédito. Sin embargo, vistos los resultados, parecía que iba a dejar hacer.

Es más, no solo los inversores extranjeros habían aplaudido esta vuelta a la ortodoxia monetaria, sino que incluso habían apoyado en público las políticas de Agbal las grandes patronales de Turquía. Había un objetivo primordial: estabilizar la economía.

Porque bajo unas cifras macroeconómicas prometedoras (la economía de Turquía creció un 1,8 % en 2020 y su deuda pública apenas supone el 40 % del PIB), se esconde una grave crisis. “Crecer es importante, pero debe hacerse de forma sostenible, con estabilidad de precios y financiera. Si no, puede haber crecimiento a corto plazo como el de 2020, que fue impulsado por un irresponsable crecimiento del crédito [a intereses por debajo de la inflación], y que no es sostenible a largo plazo pues ahonda los desequilibrios”, critica Yilmaz.

A los desequilibrios internos se ha unido la pandemia: durante el año pasado cerca de 100.000 negocios echaron la persiana y casi más de 700.000 turcos perdieron el empleo pese a que rige una prohibición de despidos. Las cifras oficiales pueden indicar que la inflación está en el 15,61%, pero otros cálculos alternativos la sitúan en más del doble. De hecho, acudir a los tradicionales mercados callejeros de frutas y verduras donde se abastecen los turcos se ha convertido en un drama: cada semana aumentan los precios. Por no hablar de otros productos: según una encuesta de Istanbul Ekonomi Arastirma, el 84% de los turcos ha reducido el consumo de carne debido al alza de precios.

Sin experiencia técnica

El pasado jueves, el comité de política monetaria del banco central decretó un aumento de 2 puntos porcentuales en el tipo de interés de referencia. Al día siguiente, en un titular que ocupaba toda la portada, el diario islamista Yeni Safak se preguntaba: “¿Quién te ordena llevar a cabo esta operación?” y acusaba a Agbal de formar parte de una conspiración. Yeni Safak no es precisamente el diario de referencia del mundo económico, pero sigue siendo uno de los mayores apoyos mediáticos del Gobierno y, en la Turquía actual, las acusaciones de conspiración no se toman a la ligera. Erdogan ha achacado las sucesivas crisis económicas al “lobby del interés”, a “fuerzas extranjeras” envidiosas del poder que está adquiriendo Turquía o a un misterioso “lobby robot” (que nadie ha sabido jamás a qué se refería exactamente).

En una columna en el mismo diario, el exdiputado del partido de Erdogan, Sahap Kavcioglu, decía que insistir en mantener altos los intereses cuando en el resto del mundo se acercan a cero “no resuelve los problemas económicos, al contrario, los incrementará”. Menos de 24 horas después era nombrado nuevo gobernador del Banco Central pese a que, aun siendo economista, nunca ha tenido responsabilidades de alto nivel en el sector bancario.

“Es una decisión realmente idiota y los mercados tendrán una mala reacción el lunes”, afirma Timothy Ash, inversor especializado en mercados emergentes: “Naci Agbal era una persona decente. Un buen economista. Un patriota que tomó decisiones difíciles pero correctas, pensando en el interés de Turquía”.

“No hay elecciones a la vista, no hay un objetivo populista... nadie entiende la razón de esta decisión. Otras veces, un cambio así venía precedido de rumores o debates, pero esta vez ha sido algo inesperado”, apunta una fuente extranjera con intereses en Turquía: “Todos los empresarios con los que he hablado están muy preocupados. Las perspectivas eran optimistas y se debatía aumentar las operaciones en Turquía, pero ahora habrá que suspenderlas”.

Amenaza de sanciones

La represión política en Turquía y su agresiva política exterior, especialmente en el Mediterráneo, llevó el año pasado a varios gobiernos europeos a exigir la imposición de sanciones. España, dados sus intereses económicos (BBVA controla uno de los mayores bancos del país, Garanti, y grandes empresas han hecho importantes inversiones), empleó a su diplomacia junto a las de Alemania e Italia para evitar que se tomasen medidas duras. Como resultado, en el Consejo Europeo de diciembre se aprobaron sanciones prácticamente simbólicas y se decidió coordinar pasos con la nueva Administración de EE UU, que tiene pendiente revisar si aumenta las ya aprobadas por la compra turca de un sistema de misiles ruso y espera a una decisión judicial sobre el banco turco Halkbank, presuntamente utilizado para evadir las sanciones a Irán, para decretar sanciones a dicha entidad bancaria.

Erdogan había dado visos de modificar su rumbo con el anuncio de una serie de reformas en el ámbito económico y de derechos humanos, así como iniciando conversaciones diplomáticas con sus vecinos del Mediterráneo. Sin embargo, en los últimos días se ha aprobado la retirada de Turquía del Convenio europeo contra la violencia machista, se ha iniciado el proceso de ilegalización del tercer mayor partido del Parlamento y se ha incrementado la represión hacia la oposición, hechos que el eurodiputado verde Sergey Lagodinsky considera una “provocación” a menos de una semana que otro Consejo Europeo debata si se normalizan las relaciones con Turquía o se endurecen las sanciones.

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